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Amalur

Anasurimbor KellhusAnasurimbor Kellhus Gonzalo de Berceo s.XIII
editado julio 2011 en Ciencia Ficción
PROLOGO DE UN NUEVO PROYECTO. COMENTE Y... YA SABEN EL RESTO... AQUI VA:

La denominaron Amalur, la Segunda Tierra.
Cuando el Homo Sapiens alcanzó la cúspide de su progreso científico y tecnológico, como aquel que se topa con la cima de un risco, se vio también sometido a la condenación de la caída.
Fue la fecha en que, en algún extremo innominado de la galaxia, las unidades exploradoras de la Coalición de los Metahumanos―denominada también sencillamente como la Coalición―detectaron la existencia de un astro cuya semejanza a la mencionada en las crónicas de la Tierra era bastante notoria. ¡Idéntica! ¡Un mundo exactamente igual al extinto edén del que provino la especie!
Se enviaron, pues, sondas que analizaron cada componente, cada elemento de aquel planeta-clon. ¡Los datos desafiaban a los fundamentos de la lógica! ¿Cuán probable es encontrarse con un mundo que presentase cada uno de los rasgos de su tierra natal? Demasiado desconcertante…
Y sin embargo, allí descansaba. Extensiones de agua y tierra. Climas tropicales. Tierras áridas. Bosques infinitos. Polos reflejando los fulgores de su estrella. ¡Como si los dioses hubiesen permitido la resurrección de la Vieja Tierra!
La misma flora. La misma fauna. ¿La misma fauna? Error, un gran error. Una especie era omitida. ¿Cómo la denominaban en los tiempos antiquísimos? Hombres. Humanos. Hijos de Adán. Hijas de Eva. Homo Sapiens. Homo=Hombre. Sapiens=Sabio. Hombre Sabio. ¡Un edén sin el virus de los Hombres Sabios!
De una manera todavía más insólita, fue aquella la fecha en que la humanidad conocería a sus últimos vástagos. La esterilidad la doblegó, la subyugó. Poco se sabe de la etiología y la naturaleza del fenómeno al que los Hombres Sabios fueron sometidos. Restaba poco tiempo. La desesperación se hizo con sus corazones. Y curiosamente, aun quedaba eso de humanidad en los Hombres Sabios.
El instinto de supervivencia. El instinto de preservación.
Y cada esfuerzo, cada gota de sudor fue empleada para salvaguardar el legado de los Hombres Sabios. Quedaban pocos. Pronto morirían. Pronto desaparecerían cual arrastrados por las inclemencias de los vientos del olvido.
Poco se sabe de ellos. Poco se sabe de su destino. Poco se sabe de lo que fue de los Hombres Sabios. Sólo restaron de ellos los vestigios de un sinfín de androides de última tecnología dispersos por el territorio de lo que otrora fue conocida como Sudáfrica.
Y era cual niños perdidos. Nada sabían. ¿Quiénes eran? ¿Dónde estaban? ¿Qué hacían allí? ¿Dónde estaban sus padres? Los androides abrieron sus ojos interiores en busca de respuesta, revisaron en cada centímetro de sus almas cibernéticas, rebuscaron y rebuscaron. Sólo encontraron dos cosas, dos aspectos incomprensibles.
Un propósito y un nombre. El propósito de reproducirse, de renunciar a su cibernética, de involucionar. De pasar de la perfección de la tecnología a la sencillez de lo orgánico. Convertirse en seres humanos. De seguir inversamente el camino, la historia que siguieron los Hombres Sabios.
Y el nombre. El nombre fue repetido al unísono cuando todos los androides divisaron con su ojo interior aquellas palabras, aquella sucesión de caracteres.
Lo mencionaron al unísono:
―¡Amalur! ¡Amalur! ¡Amalur! ¡Amalur!
Dicen que la historia se repite. En Amalur así acontecería. Los hombres primitivos involucionarían desde su cibernética, se transformarían en algo más orgánico, siguiendo siempre el curso de la historia de los Hombres Sabios. El ascenso de Mesopotamia. La hegemonía del imperio de los faraones. Las campañas de los persas contra los griegos. La conquista del mundo por parte Alejandro Magno. El ascenso del imperio romano y su subsiguiente caída. El arribo del cristianismo y el islam. Los sanguinarios lances de las cruzadas en nombre de la fe. La resurrección de los héroes del Olimpo durante el renacimiento italiano. El redescubrimiento del Nuevo Mundo…
Dicen que la historia se repite. Los nuevos humanos seguirían los pasos de sus ancestros. Verían a su avance tecnológico como su condenación de la misma manera en que los Hombres Sabios lo percibían con respecto a su biología. Involucionarían progresivamente, viendo a la biología como la cúspide del avance humano.
Ese era el legado de los Hombres Sabios antes de perecer.
Amalur, la Segunda Tierra.
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