Al llegar al centro de la avenida, el joven detuvo su marcha y alzó la cabeza, dejando que su mirada trepase por las resbaladizas ventanas del rascacielos. No había duda. Era allí.
A paso lento, con la mochila aún colgando de su espalda y sin sacar las manos de los bolsillos, dejó atrás el olor a tubo de escape, la lluvia torrencial y la marea humana que se afanaba en ocupar cada centímetro cuadrado de la acera.
En cuanto franqueó las gruesas puertas de cristal, un portero trajeado le salió al paso de forma brusca, pero, tras susurrarle algo al oído, este permitió su entrada en el edificio sin poner objeciones.
—Que pase una buena tarde —llegó a murmurar el gorila, mientras el visitante desaparecía por las escaleras.
Sabía —o intuía— qué era lo que iba a encontrar cuando entrase en el despacho, de modo que ni se molestó en llamar. Simplemente deslizó su mano hacia el picaporte y abrió la puerta con suma delicadeza.
Premio.
Un hombre de mediana edad, con los pantalones y la ropa interior por los tobillos, penetraba sobre la mesa a su joven secretaria con tanta vehemencia como le permitía su enorme barriga de ricachón.
Los dos amantes aún no se habían percatado de su presencia, así que, con una sonrisa tatuada en el rostro, terminó de entrar y cerró de un portazo. En cuanto lo hizo, estos interrumpieron su “trabajo” y se giraron hacia él.
La muchacha soltó un apurado gritito, mientras que el grasiento rostro del hombre se puso lívido.
—Hijo… yo… —acertó a balbucear este tras unos segundos, pero no tardó en volver a enmudecer.
—No te preocupes —respondió el joven visitante, mientras se quitaba la mochila—. Yo también he venido para jugar.
El último sonido que salió del despacho fue el “click” de la cerradura.
Comentarios
No me refería a jugar al mismo juego, sino a otro diferente.
De todas formas, gracias por tu comentario.
Saludos
Gracias por comentar.