Los seres humanos son seres racionales, se diferencian de los animales en que no actúan de acuerdo a su instinto; ellos eligen. Eso pone en el libro.
Desde que caí en esta espiral degradante en la que cada vez más me sumerjo, más me corroe el odio. Odio a mí misma. Frustración. Ira. Instintos homicidas.
Dolor, tristeza, nostalgia, añoranza... todos esos débiles sentimientos en un segundo plano. Ahora sólo hay cabida para los más agresivos, los más fuertes, los que pueden sobrevivir en un alma podrida como la mía.
¿Realmente carece de cordura el que obedece a su naturaleza? Pues ahora mi ser clama venganza y sangre, y no obtengo motivos que contradigan estos deseos, incluso si no siguen el protocolo de la ética.
Leyes, leyes que nos atan, leyes que esconden nuestros más feroces vicios, leyes que nos atrapan en una red de ilusionaria convivencia. Detrás de cada máscara hay una bestia encerrada, tras cada palabra educada sólo encontramos una fría indiferencia aun si va acompañado por una cálida -y falsa- sonrisa. Si los demás no me importan, ¿de qué sirven las leyes?
Aprovecharé ahora que todos duermen para matarlos y, si luego me viene en gana, detenerme a pensar en lo que he hecho.
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