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Epístola infantil

LitteraLittera Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado enero 2011 en Romántica
A Gema Carrillo

¡Gema! ¡Gema! ¡Ya no puedo esconder más el secreto, tengo una nueva casa! ¡Dios mío, tan preso de la emoción y del éxtasis me hallo ahora mismo que si aquí estuvieras a besos te comería! Te preguntarás cómo ha podido surgir tan maravilloso golpe de suerte. Pues verás: hace unas semanas concursé en un sorteo telefónico del que, por designio divino más que otra cosa, salí a principios de semana vencedor con el magno trofeo de un piso de trescientos metros cuadrados en Collado Mediano, al noroeste de la Comunidad. Mucho frío hace allí, sin duda, y las campiñas nevadas en plena sierra acostumbran verse sacudidas por el duro poniente y el cruel mistral, mas en tu compañía, palomita de mis amores, no habrá sino calidez, verdor y paz en los elementos. Porque… ¡Ajá, ya lo has adivinado! ¡Quiero que vengas a pasar un día conmigo, quiero que sean tus pies de oro los que primero crucen el umbral de mi puerta y huellen el entarimado del suelo! ¡Ah, no! ¡No, no, ni pienses en resistirte! ¡Quiero que cocinemos codo con codo como si estuviésemos bailando un vals vienés y que hagamos patatas, albóndigas, una ensalada aderezada de vinagres y especias y diseños artísticos para los postres! ¡Y luego… Luego podríamos acurrucarnos en el sillón, recubrirnos con la tupida lana de una manta y ponernos una película lacrimosamente melancólica para que terminada sólo cupieran en nosotros los sentimientos de la alegría y la plenitud! A continuación, tú te quedarías dormida, etérea y delicada, mientras que yo, cogiendo papel y lápiz, no parando un instante de mirarte, te escribiría:
Por penetrar tu ensoñación tranquila
y descubrirme de tu mano en ella
diera en tributo el fulgor de una estrella
y el perfumado olor de la flor lila;
por adentrarme en tu sutil pupila
y contemplarla levemente bella
en mi alma reverbera una centella
y en el corazón blanca luz fucila;
por recibir el tacto de tus dedos
sobre mis dedos secos y cansados
compondría un poema ante los hados
que daría al laurel de los lloredos;
por con tus labios enredarme escribo,
por morir en tus brazos aún vivo.

Al son de cuyo último verso despertarías como despiertan las flores al tacto de la primavera, y entonces saldremos a pasear por el pueblo silencioso, y seremos la envidia de las rocas, que no sienten, y de los árboles, sujetos en sus inamovibles raíces, y de los pájaros del cielo, que en la inmensidad del azul distante no hallarán adecuada posición desde la que espiarnos. ¿Que se echa la tarde encima? ¿Que la oscuridad nocturna nos incita a despedirnos? ¡Pues haremos retroceder las clavijas del Tiempo a nuestro antojo, y todo volverá a comenzar, una, otra y otra vez hasta que nos hartemos! Tú, irradiando una aureola de claror puro, angélico; yo, temblando de emoción como una lámpada que produce más potencia de la que puede tolerar; tú, leyendo, viviendo, descubriendo y palpando los sabores del mundo; yo, ojeándote sin tan siquiera saber si lo hago con los sentidos o con la imaginación; tú, jugando, riendo y cantando; yo, soñando soñar contigo.

Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado enero 2011
    ahhh, que bonito, me encanta que los hombres cocinen, es la mejor parte,todo lo rico que prepararian, condimentado con arto amor.
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