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Obsesión: Hechizo perpetuo

editado enero 2011 en Romántica
Bueno este es un fragmento, bueno el inicio de mi tercer intento de novela en tres años de ensayo y error. Sólo quiero que me digan si les provoca seguir leyendo la historia, o si hasta ahí no les ha provocado nada. Entonces trataría de cambiar más cosas. Si al menos un par me dice que sí, entonces trataré de seguir poniendo más de la "novela". Sé que es tedioso leer mucho, por eso sólo pongo este primer fragmento.

Obsesión: Hechizo perpetuo


Capítulo 1

Fue en una de esas tardes brunas de marzo que Julio conoció, mientras merodeaba por las esbeltas calles de su localidad, a Mercedes Sara del Carmen Rivero. Esa mujer, que mucho tiempo después, seguiría recordando durante sus amargas noches de triste soledad, en épocas de cambio. Julio Román Beltrán Silva, se convirtió, con el paso de los años, en un hombre callado y meditabundo que se valía más del bolígrafo que de la oratoria para expresar sus ideas. Y mostró siempre, desde que aprendió a leer y escribir a los cuatro años de edad, una curiosidad tremenda por las palabras nuevas, los tipos de caligrafía, y la correcta ortografía. Lo único que realmente preocupó a sus padres, fue que no aprendió a hablar sino hasta los cinco, aunque luego esa condición no tuviese mucha repercusión en su vida. Ya de mayor, era de los que hablaban lo necesario: no se aislaba de las gentes; si quería podía mantener una conversación amena con casi cualquier persona, pero si no tenía razones para hacerlo, no abría la boca y lo dejaba todo en sus pensamientos. A los veinticuatro años de edad ya trabajaba en un periódico local, vivía solo en un departamento alquilado de la calle Médano, y ahorraba para cosas que el mismo no era capaz de imaginar. Su prudencia y dedicación, no sólo le habían permitido mantener su puesto de trabajo, sino también saber de personas que, de algún modo, ahora eran imprescindibles en su joven vida.

La noche anterior al día propuesto por el sino, en que conocería finalmente a Mercedes Sara del Carmen Rivero, había quedado con muchas personas desde tempranas horas para tener con ellas una entrevista personal durante la tarde y el ocaso entrantes. Así que luego de configurar el dispositivo despertador de su anticuado teléfono móvil, sesteó hasta las seis del día siguiente. Esa mañana fría de invierno, sólo tenía cabeza para pensar en la gente que entrevistaría en lo próximo, a fin de reunir datos suficientes para escribir su crónica detallada sobre el mito urbano del “hombre catalejo”; y fue por ello que -pese a que era un sujeto que gustaba de dilucidar desde los primeros momentos del día todas las probables ocurrencias que podría depararle el destino en las horas siguientes- aquella vez ni siquiera se le pasó por la mente la posibilidad de conocer a una mujer como Mercedes. Durante el trayecto cargaba a cuestas un saco de paño recto de tono grisáceo apoyado sobre su hombro derecho, y en la mano izquierda una pequeña libreta de apuntes color marrón que le otorgaba un cierto aire detectivesco. Tenía puesto una camisa de manga larga, un pantalón casual, zapatos negros y unos anteojos, que además de darle buena presencia lo colmaban de elegancia. Minutos antes de hallarla, había acordado en el mismo sitio una cita con Leonor, su compañera periodista. Pero Leonor no llegaba aún cuando él ya se encontraba allí, y era de extrañar porque residía muy cerca del lugar. El punto de encuentro era la vieja banca del parque de la nostalgia, donde solían reunirse desde hacía bastante tiempo por cuestiones laborales. Sin embargo; aparte de buenos colegas, Leonor y Julio se habían vuelto grandes amigos.

La vio por primera vez un día cualquiera en “Revelaciones”, aunque cierto es que quizá era otoño, pues las hojas que caían de los árboles podían verse por las ventanas abiertas del local, y el clima era fresco, templado, y perfecto. No sintió la necesidad de acercarse a ella ni de preguntarle quién era, pero sí le pareció simpática, juvenil e interesante. Fue unos meses más tarde que se topó con ella en el tren, y entonces supo por puro instinto que era de por la zona, ya que subió cuando él. Fue ella quien le ofreció primero su mano para saludarlo, luego de mirarle fijamente los cristales y quitarse los guantes, esperando que, en un gesto de caballerosidad, Germán le correspondiera, pues de algún modo sabía que él también sabía quién era ella. Y Germán accedió.

- Hola – Dijo, todavía sosteniendo la mano de Leonor. Ella permaneció en silencio, todavía mirándolo con una sonrisa encantadora, como si estuviese aguardándolo y exigiéndole que fuese él quien diga primero su nombre. Julio supo entenderla después de un par de segundos.
- Me llamo Julio. Julio Román – Luego de nombrarse, ella le soltó la mano suavemente, y mientras se acomodaba los anteojos, ella fraseo.
- Leonor Milagros. Leonor para los amigos – y su voz era hermosa
- Tú… trabajas en “Revelaciones” ¿O me equivoco?
- Sí, te había visto antes. Y también te había leído en la sección de sucesos.
- Pues yo también te había leído en… la sección de opinión
- Querrás decir en la sección de sociales
- Sí, sabes... La verdad no te he leído aún
- No hay problema, en el periódico poca gente se conoce. Recién llevamos un año
- Sí.

Conversaron un rato mientras arribaban a la ciudad, aunque no tocaron temas personales sino más bien cosas del trabajo. Milagros tenía un rostro angelical, pareciendo más joven de lo que realmente era. Tenía las manos siempre en los bolsillos del abrigo mientras hablaba, y examinaba con frecuencia los gestos de Germán.

- Ya llegamos.
- Sí

Desde ese día, iban juntos a la ciudad de lunes a viernes, y a veces los sábados también. Hubo días en que no se veían por diversas razones. A veces porque uno de ellos caía enfermo o salía tarde de casa. Pero en "Revelaciones" rara vez se cruzaban. Estaban demasiado ocupados en el trabajo y casi siempre salían a horas distintas. Era inevitable aun así, que los juntaran para trabajar en un caso especial, y así fue.

A pocos metros del espacio pactado, Julio pudo divisar una silueta delgada y supuso en primera instancia que era Leonor. Pero grande fue su sorpresa cuando en vez de a ella, encontró a una mujer de vestido rojo, cabellera rubia, ojos grises y hermoso cuerpo, que lo miraba indefiniblemente desde la vieja banca del parque de la nostalgia. Mercedes en esa época era una mujer exuberante de talante engatusador, ademanes sensuales y presencia imponente, que dejaba al sexo masculino perplejo, pensativo, e incluso ausente sin tener que enunciar palabra. Pero ésta además, era una fémina misteriosa, enigmática, cuyos ojos penetrantes eran capaces de hacer temblar al más sereno de los hombres, en la más parca de las circunstancias…

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