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El Destructor de Almas 3

LostLost Anónimo s.XI
editado septiembre 2010 en Ciencia Ficción
Rafa había partido el día anterior, si es que se podía calificar de aquella manera al tiempo de aquel desolador lugar. Pero otro suceso había acaecido en las últimas horas. No uno, ni dos, sino tres personas nuevas habían llegado al campamento que ocupaban Celia y Fran. Dos mujeres y un hombre, tras ayudarles un poco con la “presentación” de aquel nuevo lugar, Fran y Celia cayeron en algo, allí no había sitio para tanta gente; por lo que era su momento de irse. Sin más dilación, ambos salieron juntos del lugar de reunión sin un rumbo claro, pero con el propósito claro de encontrar una salida.
Pasaron horas sumergidos hasta los tobillos en el espeso cieno que se acumulaba entre las raíces de los retorcidos árboles. La humedad pesaba de manera agobiante sobre sus cansadas piernas, y unos pequeños y molestos mosquitos no contribuían a mejorar precisamente la situación. De repente, el terreno comenzó a descender bruscamente, hasta llevarles a una vaguada en la que la niebla era más espesa si cabía.
-Estamos perdidos –sentenció Celia-.
-¿Ha habido algún momento en el que no lo estuviéramos? –contestó socarrón Fran-.
La tensión y el cansancio acumulado salieron en una carcajada de impotencia por parte de Celia, que rió hasta que se le saltaron las lágrimas. Una sensación de alivio recorrió las mentes de los dos, que se encontraron con más ánimo de continuar. Fue entonces cuando un alarido de miedo les llegó de algún lugar a su izquierda. Ambos comenzaron a correr, pues pese a la peligrosidad del terreno, aquella voz necesitaba ayuda urgentemente. No se plantearon la posibilidad de que quizás se hundieran en el barro, porque la voz en cuestión era la de Rafa.
Al llegar a una zona en la que confluían varios estanques, vieron una cabeza que asomaba entre las putrefactas aguas, chapaleando desesperadamente con los brazos.
-¡Aguanta Rafa! –pidió Celia, después dirigiéndose a Fran preguntó titubeante- ¿qué podemos hacer?
-Sólo hay una opción si no queremos hundirnos nosotros también –contestó mientras arrancaba una rama larga de uno de los árboles circundante-. ¡Agárrala Rafa!
Ambos sujetaron la rama y comenzaron a tirar del chico, que comenzó a acercarse lentamente. Había esperanza de nuevo en sus ojos, hasta que, sin previo aviso, algo tironeó de Rafa hacia el fondo de la ciénaga. El chico abrió desmesuradamente los ojos, aterrorizado, mientras gimoteaba de manera patética. La frustración aumentó en Fran y Celia, que tiraron desesperadamente de la rama, hasta que esta se partió con un funesto crujido. Rafa emitió un grito desgarrado mientras se hundía irreversiblemente en el fango. Lo último que vieron de su compañero fueron los dedos de una mano que se sumergían entre temblores. Celia cayó de rodillas, sollozando, mientras Fran no podía hacer otra cosa que consolarla en un insuficiente abrazo.
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