¿Cómo abordar un viaje que implica un durante en la inmortalidad? ¿Cómo empezar a rendir tributo a Wilde? Podría hacerlo declarando mi incondicional seguimiento a su legado, pero eso sería algo gastado. Mejor, asumo mi limitación genérica para penetrar en su ciencia, y me avengo a recordar a alguien que dijo que, leyendo y releyendo a Wilde a lo largo de los años descubría que tiene razón.
Razón tiene (o tenía) el cabalero Oscar al sostener que experiencia es el nombre que cada uno da a sus errores, o que un cínico es alguien que conoce el precio de todo y el valor de nada, o que ante alguien que se empeña en ser ignorante (ya sé que la ambigüedad y otros peligros más que semánticos no escapan a este término) en afirmar que la ignorancia es un fruto que hay que salvaguardar, porque puede estropearse si se lo manosea.
Detrás de ese muchacho que llevaba cabello largo, que vestía con pantalones de equitación y que adoraba su cuarto con plumas de pavo real, se guarecía y se afilaba una pluma acerada, insuflada de vida, desafiante frente a quienes ridiculizaban al joven. Según tengo entendido, en la sociedad victoriana que acogía y estimulaba a Wilde, eclosionaba la estupidez desbrozada en costras de hipocresía y vanidad, todo era cáscara que no alimento. En su faceta de dramaturgo, especialmente, Wilde se encargaba de satirizar con suma perspicacia sobre las lindezas de su entorno aristocrático, amparándose en un tipo llamado Earnest (mejor para un hispano, Ernesto), y en el abanico de lady Windermere...
Cabal es mi admiración, por otra parte, hacia aquellos autores que saben conquistar paladares adultos y niños; en el caso de Wilde, me complazco en citar tres cuentos esenciales en su andamiaje: El ruiseñor y la rosa, El gigante egoísta y El príncipe feliz. En el primero, un estudiante confiesa desesperado ante varias especies de animales su amor no correspondido a una chica, y sólo un ruiseñor lo escuchaba, sólo él va a buscar una rosa a petición del estudiante y épicamente acaba muriendo, por dar su sangre a una rosa blanca, que roja debía ser... Todo apelando a la vitalidad del amor y a la consecuente apatía hacia ese sentimiento cuando conocemos su nada afable faz de padecer. El gigante egoísta nos alegoriza a un ser hipertrofiado por la codicia, gigante por eso, pero diminuto en su interior, un ser que pretende monopolizar un jardín, expulsando a los niños que allí quieren jugar... Finalmente, un niño pequeño que él había situado en la copa de un árbol, le dice ser el Paraíso que él escogió rechazar... El príncipe feliz es inmortalizar a un ser querido, un príncipe que aunque no está en carne y hueso, sí en forma de estatua de oro, receptora de una golondrina enamorada de un imposible, un jundo, prisionero de su inherente estabilidad; dicha golondrina acaba fundiéndose en amor con el príncipe, símbolo y monumento. Helo aquí a Wilde como un eficaz catalizador de dudas morales, nada mejor que algunas de sus obras para ayudarnos a reflexionar, y a comprender sus mensajes personales.
Poeta, dramaturgo y cuentista, leído sin mayor dificultad por un amplio grupo de personas, hombre de dicción sencilla y no de vacua sencillez, sino de brillantez impresa en el complejo reino del ingenio. ¿Era Wilde un novelista? A mi juicio lo era y no lo era exactamente. Fue una novela, un Dorian Gray Total, creador de una obra escrupulosamente estructurada que vale por mil, por la representación de valores o ideales post-románticos, decandentes. El arte por el arte. En El retrado de Dorian Gray nos adentramos en la vida de un joven que ve plasmada su identidad en un cuadro, que en su propia vanidad se regodea, que se enamora de la belleza en un sentido abstracto, y en su camino se interpone un lord que no hace más que intentar conducirlo por el camino del esteticismo... Wilde da a luz una obra desde la perspectiva de un enamorado de la Belleza, que la critica hasta devaluarla, o enaltecerla a la condición de belleza, derogada de mayúsculas, belleza como la inexpugnable virtud de cada uno.
Por eso y mucho más, Oscar era un rebelde con causa, un juicioso libertino de la dimensión artística y vital, ojo avizor de las fársicas en las que se veía metido.
Tenía razón. La tenía al relativizar el jaez de los círculos aristocráticos, en que no a todos se les permite difundir y tan siquiera escribir novelas de lo que fuere, en creer que un soneto de primera fila poco vale si no va yuxtapuesto o si no es sustentado por vivencias, y simultáneamente, es Arte, algo amoral y desprendido de lo cotidiano; tenía razón en escudriñar a ver si encontraba entre un fárrago de ruidos, notas musicales...
El buen fantasma (no el de Canterville), se contorsionó a placer entre sus detractores, disfrutó del amor y los excesos, fue condenado a trabajar a la sombra de una prisión; transitando entre el Pecado y la Salvación, su corazón no se enfrió, su corazón fue un implacable juez íntimo que lo indujo a escribir la balada de Reading (nombre de la prisión), y más significativa aún, una epístola, una valiente justificación de quién fue y ejercicio de purgación espiritual. De profundis.
Oscar Wilde se cansó de bogar entre el Bien y el Mal, pero dejó sus principios, en forma de pensamientos y declaraciones, esparcidas en millones de siglos y almas receptoras.
En un recóndito museo, se atesora un retrato, que se hace viejo, que se hace joven, que nunca perece.
Comentarios
Está bien escrito pero me chirría algo, que creo que no tiene nada que ver con el texto. De hecho, hasta me dan ganas de leer a Oscar Wilde. He mirado en el google el cuento del ruiseñor porque me sonaba y no sabía si lo había leído en el pasado. Pero creo que no.
Me chirría. Nada, da igual. Oscar Wilde es inmortal, impulsado al cielo en túnica de oro. Es como si al hablar de Oscar Wilde lo convirtiéramos en un producto de la mente. Quizá es envidia o frustración.
Nadie habla del albañil ni del que está limpiando los cristales. Esos no pasan a la historia. Oscar Wilde era un genio. Pero otros no son genios y es como si su existencia no tuviera ningún sentido.
Aunque con este texto solo expresas la admiración a Oscar Wilde y hablas sobre él. Pero la cantidad de elogios que existen en este mundo es limitada. Limitada.
Oscar Wilde, Einstein, Kant, Monica Naranjo, Real Madrid... llegará un momento en que no quede nada para los mortales.
La sensación que tengo es que en el Corte Ingles hay muchos libros, biografías sobre grandes autores, personajes de actualidad, gente diversa. Que si el verdadero rostro del presidente del pais, que si un análisis de la vida de tal otro. Que si la biografía de aquel.
Si ahora leo los libros de Oscar Wilde, seguramente lo admiraré. Pero no sé que sentido tendrá mi admiración.
Son los simples mortales quienes damos gloria a los grandes y nos alimentamos de ellos pero ¿que sería de todos ellos si nosotros, albañiles, limpiacristales, oficinistas, no recibiéramos sus obras? Por cierto, personalmente admiro en la misma medida un trabajo bien hecho en cualquier campo y critico ferozmente los fallos de quienes tienen la responsabilidad de no tenerlos.
Si cuestionas la función del arte o de la ciencia es otro tema diferente en el que no voy a entrar.