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Ciudad

AeneasAeneas Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado abril 2008 en Otros
Esto es un relato sin pulir que lo tengo desde hace tiempo perdido en un blog y en un cuaderno de mi escritorio. Quise hacer algo extenso, pero de momento he llegado solo a cuatro capítulos. Aquí os dejo uno, el primero. Cuando deje "la seca" intentaré seguir con él.
Respecto al tema, como no sé donde colocarlo, he decidido ponerlo en otros y santas Pascuas. Ahi va:

Beatus ille, qui prucul negotiis,
ut prisca gens mortalium,
paterna rura bubus exercet suis,
solutus omni faenore,
neque excitatur classico miles truci,
neque horret iratum mare,
forumque vitat et superba civium
potentiorum limina.

Horacio, Epodon II

¡Qué descasada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

Fray Luis de León, Canción de la vida solitaria
Capítulo 1.



Conforme avanzaba por las calles medio vacías de la ciudad, el aire se le hacía más insoportable. El calor amenazaba con hacerle llegar sudando a su lugar de trabajo, aunque esto, al fin y al cabo, no le molestaba ya. Cuando empezó a trabajar en aquel sitio para él era fundamental llegar en perfecto estado higiénico y vestido de manera tal que no destacara en absoluto sobre la gente que allí hubiera. Esto lo aprendió en la Universidad. Allí tuvo una profesora de historia antigua que siempre llegaba tarda porque no podía correr al ir a clase ya que podría llegar sudando, y eso era inconcebible a cualquier habitante de la Universidad, y no digamos para una profesora de su rango. También le parecía una desfachatez que un alumno varón asistiera a clase en pantalón corto. Nuestro personaje esto lo veía fenómeno desde sus tiempos del instituto. “Las ganas que tengo yo de ver –se decía- los pelajos de un tío”. Era repulsivo, intolerable.
Empezó a notar el sudor por la espalda. Notaba las gotitas caerle por la parte de los riñones. Rió. Se acordó de su profesora de historia antigua. Volvió a reír. Las gotitas de sudor empezaron a calar la camiseta. “¡Qué gustito!” -se dijo. Le hacía cosquillitas el lento discurrir de las gotitas por su espalda. Para más cachondeo, la camiseta era azul clarita, lo cual se notaría mucho más la marca de sudor. “Cuando llegue voy a parecer un Santo Cristo”. Se rió de sí mismo hasta más no poder, hasta que la pena se adueñó de él.
La ciudad seguía expulsando del suelo todo el calor acumulado de la mañana. La tarde era la peor hora para salir a la calle. En agosto nadie de los que quedan en la ciudad sale de sus casas hasta las nueve de la tarde. No he hablado de esta ciudad. No tengo muchas ganas de ello, pero lo haré.
Es una ciudad triste y luminosa. Cuanta más luz hay, más tristeza deja. Esta tristeza yo la recojo a cachitos y, como hace la ciudad, yo se la doy a mi protagonista. Quizá se la dé también a la gente que se cruce, o a la gente que hable con él, o a su familia. Hay tanta tristeza par dar, que no sé qué hacer con ella. También se la daré a la persona que este hombre ame. Pero también, si a mí me da la gana, y siempre y cuando me deje la ciudad, no permitiré que ame a nadie.
Grandes jardines tiene esta Ciudad. Me han dicho que antes eran verdes,, ahora son amarillos, con algo de verde enfermizo y verde banco. El gris es otro color que abunda en los jardines; gris ciudad, gris tristeza, gris escuela. Por lo visto antes la gente se alborozaba en ellos, pero ahora la gente va a esos jardines a pasar la noche mirando el lento discurrir de su maldita vida, mientras piensa lo que pudo ser y no quiso que fuera. A esa gente le atrae más su colchón de cartón en un somier de banco, que la vida de la mayoría de la gente que vive o vivía en la Ciudad. Dicen, yo no lo he visto nunca, que por el día hay vida en estos jardines. Ancianos con bastón, gorra y chaleco marrón, discuten en sus bancos mientras echan de comer a las palomas. Estos viejos se mezclan con los inmigrantes que vienen de otras Ciudades a la vuestra para vivir. Acaban como los de la noche, o acaban en la camilla de urgencias de un hospital. Un día vi, entre esta gente, a un hombre que miraba el suelo, solo, atento. Estaba con la cara que la ciudad quiere ver a los suyos. Nunca he querido interesarme por él. Hay también niños jugando. Les dejaré que jueguen, que se rían de los viejos, de los inmigrantes y del parado. ¡Qué rían! ¡Ya os haré crecer!
Tiene esta ciudad dos tipos de calles: las grandes y anchas, y las pequeñas y estrechas. Siempre he preferido las segundas. Busco la alegría en cualquier resquicio de sombra. Nunca hay nadie. Nunca. La gente no es feliz. Las grandes calles son luminosas, con grandes plátanos, moreras y palmeras. Los edificios son nuevos y modernos. Pero aquí la luz equivale a tristeza. A desarraigo. A traición a tu Ciudad. La gente que pasea por estas calles aspira su luz, aspiran la vida enfermiza que otorga la diosa Ciudad por las traiciones cometidas a Ella. ¡Insensibles! ¡Ingratos! ¡Tratar así a una noble dama! Vosotros le dais traición y abandono y ella tristeza disfrazada con luz.
Otra cosa muy típica de la Ciudad son sus iglesias. Es impresionante la cantidad de iglesias que tiene. Eso sí, vacías. Cuando viene alguien a la Ciudad lo primero que se le enseña es la Iglesia mayor y las más destacadas en cuanto a nivel artístico se refiere. No saben nada de arte, pero les han dicho que son así y asá. Incultos. Las señoritas de aquí, sí esas que veis pasear como pavos reales por las calles anchas, sí, sí, las mismas que no pisan una de esas iglesias ni hartas de Dry Martini, pues bien, ésas quieren casarse en una de las iglesia. Porque queda bonito. Oh, que lindas irán en su día de boda, con su elegante vestido en su elegante iglesia, y su desdichado marido. “Por mí, si en mi boda no hubiese cura, genial, no soporto el clero”. Lo que digo, analfabetismo en grado extremo.
No seguiré describiendo esta Ciudad. Me he cansado. Me he enfadado. Lo más grave es que he sido yo quien ha creado este mundo. Quién sabe, igual hay cosas agradables y bonitas. Veis, entre tanta descripción he dejado al pobre Marco yendo al trabajo, sudando como un pavo.
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