No nos conocíamos. Podría jurar que nunca antes nos habíamos visto. Sin embargo, a pesar de ser dos completos desconocidos, cuando nuestras miradas se encontraron por primera vez se propinaron un par de puñetazos en una feroz pelea que apenas duró un segundo. El atacó, yo me defendí. El no ganó, yo resistí.
Es curioso como a lo largo de nuestra vida nos encontramos con personas que, sin conocerlas, decidimos que no queremos tener ningún trato con ellas; o, por el contrario, con otras conectamos perfectamente. En ambos casos podemos equivocarnos pero ese primer instinto condicionará nuestra actitud cuando tengamos que tratar con otros. No debería ser así.
No es mi caso. Soy consciente de estas corrientes de energía, por llamarlo de alguna manera, y no dejo que una primera mala impresión me haga perder la oportunidad de conocer a gente estupenda. Es importante no cerrarnos las puertas, todas las experiencias que podamos adquirir en nuestras relaciones sociales son importantes y enriquecerán nuestra vida.
Pero él no lo sabe y sigue desafiante buscando mi mirada esperando el siguiente asalto. Yo me mantengo dispuesta a defender mi espacio vital. No le voy a negar la oportunidad de llevarnos bien, aunque reconozco que no tengo interés por culpa de esa primera impresión. El atacó primero, él debe dar el primer paso pero sé que ni lo va a intentar. Mi defensa se convierte en indiferencia, que es lo único que merece la sinrazón.
Comentarios
Buena reflexión.
Un saludo
Tienes razón al decir que es algo en lo que no reparamos y por eso lo escribí. Nos perdemos buenas amistades por esa primera mala impresión y es una pena.
Aunque la primera impresión sí es lo que cuenta en gran parte, me ha pasado que comienzo indiferente a las personas y formo la opinión conforme les conozco con el tiempo.