Luces de carretera

Steppenlovo

Ves las anaranjadas luces de la autopista pasar, en un abstraído crepúsculo, en donde tus pensamientos se dilatan y homogenizan con una oportuna canción que suena en la radio.


Nada te distrae, nada te dispersa, nada puede envenenar tu incandescente estado de lucidez.


Tus manos al volante se fusionan con las casi inapreciables curvas del asfalto, mientras que las vibrantes pero tenues ondas sonoras de los neumáticos, los cuales parecen deslizarse como un trineo, te sedan cada vez más y más, invitándote a dejar en reposo tu corteza cerebral, para así poder dar paso a tu ya olvidada creatividad.


Entonces en vez de estar conduciendo una férrea máquina que te transporta de un lugar a otro, empiezas a conducir tu propia vida. Y a medida que la noche se abalanza en tu travesía y las rayas discontinuas se estiran de una forma casi dantesca, tú te empiezas a sentir más unido con todo aquello que captan tus sentidos.


La música que suena, ya no suena en un aparato electrónico, forma parte de ti. Y la luna, que se mantiene en una posición inalterable a pesar de que tu mundo sigue girando velozmente, te provoca decenas de extrañas sensaciones; te sientes gigante y enano, poderoso y frágil, sensible e impasible, perceptivo y anulado.


Nada importa, nada sirve, nada te convence.


Eres un ser humano plenamente reiniciado. Dejas de creer en un Dios creador, para sentirte a ti mismo como el propio Dios creador. Por tus venas ya no hay sangre, sino energía y vitalidad bombeada por tus sueños más inconfesables, un corazón etéreo. El mundo real empieza a tornarse dudoso, y el mundo que circunda inocente por tu cabeza cada vez parece ser más tangible. Hasta que llegas a un punto en el cual todo está permitido; puedes llorar, reír, gritar, cantar e incluso entablar una conversación con el niño que encarcelaste a los veinte años, y si lo ves necesario disculparte y liberarlo.


Luces pasando. Luces y luces que se instalan como un fulgurante eco en tu retina. Faros rojos y blancos, sinuosos túneles manchando la tapicería de sombras y brillos azafranados, estrellas y destellos caprichosos. Tu tabique nasal siente la presión de arrancar a zollipar, los ojos se ablandan y la boca tiembla en un intento fallido de sostener tu sensibilidad.


Todo es emotivo.


Es en este momento, en el cual aterrizas de golpe, pues la estridente bocina de un camión te alerta de que estas invadiendo su carril. Giras subitamente hacia a la derecha acompasándolo con un brusco frenazo.


Todo es silencio (exceptuando el excitado sonido de tu pulso).


…


… Respiras…


Vuelves a respirar...


Dudas de si te has quedado dormido o no. Dudas de si has consumido alguna droga o no. Dudas de si te estás volviendo loco o no.


Pero, fuese lo que fuese, sientes la inevitable necesidad de no volver a arrancar, salir del coche, besar el suelo, y seguir conduciendo, descalzo... a pie.

Monica

Qué bonito!!!

Felicidades

serrana

Me gustó muchísimo. Tienes mucho talento y cosas que decir. No se necesita más.
Felicitaciones

isabel veiga

A mí también me ha gustado, y me gusta conducir (sobre todo si voy en dos ruedas). Disfrutar el momento está bien pero no hasta el punto de perder la noción de las cosas, al menos al volante... o al manillar

Steppenlovo

Muchas gracias por vuestras valoraciones, son un buen combustible .

Jaja, no pretendo hacer una apología de la conducción temeraria, sino más bien la transición de un mundo físico y regido por leyes, a un mundo abstracto y flexible, usando el coche como vehículo (valga la redundancia).
Creo que no son pocas las veces en las que la música de fondo y la travesía del coche combinadas, nos hacen divagar con mucha facilidad.

Obviamente, si consumes drogas, te estás volviendo loco, o tienes sueños; por favor, no cojas el volante ^^.

Un abrazo.