EL INDIANO
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Por Alejandra Correas Vázquez
I – REGRESO DEL INDIANO
Juan de Aguiar pisó las calles de su aldea andaluza después de haber dejado la juventud. Atrás suyo, en un pasado de andanzas incontables, había perdido el mirar ardiente que en otras tiempos le abrieran las rejas, hacia los rostros morunos ocultos tras la cruz conquistadora del cristiano.
Juan volvía a la aldea natal con los miembros envejecidos, pero con grandes monedas de oro asomando de sus bolsillos. Una mozuela de aire extraño lo acompañaba, observando con sorpresa, el escenario donde su padre viera la luz. Era su hija. El único recuerdo que aún conservaba de la ”Ñusta” doliente —princesa inca— que un día le pidió clemencia para el padre, un noble Orejón, en medio de la azarosa conquista del Perú.
Su nombre era Catalina, y ella valía más que el oro de sus bolsillos. Como la melancólica Anac había constituido para el guerrero, un tesoro mayor que muchas victorias de sangre y raptos, por ser lo único que su brazo conquistó sin la violencia. Su reciente pérdida trájole tanto dolor, que Juan resolvió el retorno al solar natal.
Hoy volvía viejo, heroico y poderoso, a caminar por las calles que supieron de sus correrías con pies descalzos, de una infancia apartada en el olvido. Sin embargo, un temor incomprensible había invadido al conquistador de Indias, cuando las velas lo empujaron frente a la costa española.
Y allí estaba ¡En España!... luego de tantas imposibles aventuras. Después que aquel torrente de sangre llegó a cubrir sus pensamientos hasta llegar casi a ignorarla. Sí. ¡En España! Esa sangre nueva que ahora ocupaba la historia del mundo y que como él, también envejecería.
La rústica aldea con su mar, sus pescadores y las viñas, no reflejaban mayores cambios. Sólo una renuncia obligada a los legados árabes y abundantes cruces. La torre del Al-Almoacín se perfilaba en silencio sobre el azul penetrante del cielo. Y las vibraciones de un órgano envolvían las naves de la antigua mezquita.
Y esta aldea lo recibió con júbilo, así como lo viera partir con indiferencia. El oro le labró pronta fama y la hija de América, con su principesco origen incásico, lo bañó en misterio. Numerosos amigos saliéronle al encuentro, cuando nadie lo había despedido en su lejana partida.
Esta circunstancias hubieran envanecido el espíritu de cualquier aventurero, pero las experiencias de una vida arrojada en manos del azar, habían decepcionado al Indiano. Partió del Cuzco llevando consigo los últimos ímpetus de audacia, pero éstos se eclipsaron frente a los rostros de aquella multitud de amigos inesperados.
Una noticia que surgiera con el retraso de los años de ausencia, vino a ensombrecer aún más, las esperanzas de un necesario descanso. Su novia de juventud, la morisca Dajma —de la que partió llevándose la imagen adherida a los recuerdos de hogar— aquella bella mora que escuchó de sus labios mozos la promesa inquebrantable de un regreso... ¡Había sucumbido en plena juventud bajo las llamas inclementes de la Inquisición!
Creyó encontrarla con blancas sienes rodeada de numerosos nietos. Pero las llamas de la hoguera habíanla destruido después de su partida. Y mientras deambulaba por la calles de su primera ilusión, recordó fugazmente a la espada invasora que elevó tantas veces, sobre las cabezas color cobre que miraban hacia el dorado Templo del Sol.
El terruño supo brindarle la añorada brisa, los frutos morados de sus viñas y la sombra del olivo. Pero sus hombres no eran los que él conociera. Nadie recordaba las risas infantiles de Juan de Aguiar, todos se descubrían ante el paso del Indiano. El conquistador palpó amargamente las bolsas ensangrentadas de sus monedas y se retiró hacia una huerta de los contornos —que adquirió lejos del pueblo— desde donde podía contemplar en lejanía las costas del mar que le recordaban, dolorosamente, toda la historia de su vida.
oooooooooooooo
Comentarios
y me gustaría mucho tu comentario
Alejandra
Prometo seguir leyendo.
Su retrospectiva agridulce, le tiñe las melenas plateadas cual un peine de estiletes, desgarra su carne. Y en la gracia del mancillado tiempo retorna la exótica semilla, de aquella gesta, donde su brazo centinela alzó el mejor brillo de todos, a la madre de su presente hija.
Los doblones arrastran lejos, su dignidad, y la nostalgia con caricias lacerando, pule su tiempo.
Te felicito Alejandra Correas Vázquez! me ha encantado de sobremanera tu magnífica narración.
Salió Don Juan de Aguiar, y retornó en El Indiano, sus plumas, sus canas; sus colores, sus años; y su única riqueza: su Hija.
Un agradecido abrazo tocaya, te felicito nuevamente. Muy buen cuento.
gracias Alejandra
estoy muy contenta con tu análisis
Alejandra
Alejandra
Tu forma de narrarlo es excelente, muy ajustada al sentido del relato.
Gracias por haberlo compartido en este foro! Felicitaciones!
Jorge.-