Una hoja crujió bajo su pie y Guido se dio cuenta que había llegado el otoño. Se detuvo para observar el edificio de la facultad: doscientos años de historia, una tradición de catedráticos galardonados con el premio Nobel y una soberbia victoria sobre los nazis. Pocos pasos más y sucumbiría, otra vez, a las intemperancias de aquel leviatán académico.
Lo primero que hizo al entrar a su oficina fue quitarse el viejo abrigo caqui que le había tejido su esposa. Lo colocó en el sillón para visitantes (ya nadie venía a visitarlo) y depositó el maletín con las notas de clase sobre el escritorio. Por octavo año consecutivo enseñaría microbiología dentro del programa especial de biología molecular. No soportaba el encargo. Sus estudiantes, el setenta por ciento, habían sido becados; brillaban en todos los aspectos, incluido el estético. El resto no dejaba de representar una élite; China, Vietnam, Etiopía, Holanda, Uruguay o Sudáfrica, la procedencia no era referente de selección. Sí los idiomas que hablasen, mínimo cinco; el número de postgrados, mínimo tres; y el coeficiente intelectual, nunca inferior a 130.
Difícil era enseñar a un grupo de personas así, aún la más insignificante de las conversaciones de corredor estaba envenenada de referencias y reflexiones contundentes. Imposible lo hacían los modales de etiqueta que portaban con el fin de evitar fricciones culturales. Si exponían razones, estas meramente fungían como portavoz ecléctico de sus pretensiones. Individuos demasiado civilizados para descifrar sus verdaderos pensamientos.
Aceptó la posición de profesor como un atajo para financiar sus investigaciones. Cuando formaba parte del proyecto de secuenciación de Arabidopsis, Guido había inferido que las estrategias de alto rendimiento de lectura llegarían a un callejón sin salida: yotabytes de información ininteligibles con las herramientas de análisis disponibles. La lectura del ADN a altas velocidades podía despistar a los neófitos, pero la experiencia le indicaba que la ausencia de contexto para la interpretación mantendría velado el acervo genético. Comprender la nomotética biológica con base en la presunción del incremento exponencial en la capacidad de procesamiento de los computadores se manifestaba como otra quimera científica.
Cada clase se enfocaba en un tópico acompañado de una bibliografía referencial. Era obligación de los asistentes conocer los detalles; un desliz y los estigmatizarían en el libro negro que leerían los funcionarios y empresarios encargados de ofrecerles legitimidad y futuro en aquel “Mundo Feliz” intangible para la gente normal. A ese nivel los cursos no consistían en impartir conocimientos. Se trataba de tertulias sobre métodos exploratorios y estrategias a partir de los avances científicos: ¿La clonación es factible? ¿En qué contextos culturales y tecnológicos? ¿Cuánto costaría? ¿Cómo se pagaría? ¿Quién se beneficiaría?
El pensum del curso había sido fijado vía fax: las lecturas abordarían el origen de la vida desde diversas perspectivas. Nada filosófico. Un grupo de lobistas, en alguna oficina ministerial, se habría encargado de traer el tema a conversación y sugerir sus atractivos políticos y comerciales. Posteriormente, los ministros y secretarios oyentes, en un regateo de concesiones, acordarían satisfacer parcialmente las inquietudes de sus auspiciantes. Bajo el maquillaje de fondos para el desarrollo incluirían en los presupuestos montos asignados al estudio del origen de la vida. La política es un asunto complejo. Los mandatarios se hacen gracias al patrocinio económico de alguien; armas, publicidad, imagen, estatus y educación tienen un costo; también necesitan oportunidades, que en el siglo XXI se fabrican en los laboratorios.
La conquista del espacio se anunciaba como una oportunidad que se repite una vez cada milenio. Libre de la jurisdicción o la supervisión de los gobiernos, el sector privado instauraría imperios feudales, que se verían favorecidos por el acceso irrestricto a cualquier propiedad intelectual. La ubicuidad democrática en la Tierra serviría como coartada y contribuiría con el vasallaje al cual serían sometidas las pequeñas poblaciones exoterrestres; mientras sus sacrificios alimentasen los chovinismos de las naciones dominantes reinaría la impunidad. La historia no miente.
No obstante, el escenario de conquista divergía del encontrado en el preludio del Renacimiento. La población de la Tierra sobrepasaba los seis mil millones, la transición urbana estaba en proceso y las ciudades más importantes alcanzaban densidades demográficas de decenas de miles por kilómetro cuadrado: el riesgo epidemiológico se acumulaba; la agricultura de monocultivos en grandes extensiones amenazaba con una situación similar. El fax destacaba los pormenores. Y para el final del semestre Guido debía preparar un ensayo sobre los peligros de la contaminación exoterrestre con miras a conservar sus privilegios; única forma de solventar su investigación, que atentaba con desbaratar el multimillonario melodrama biotecnológico en el que participaba la cúpula científica mundial.
Al aula ingresó cabizbajo, aún reflexionando sobre la mejor manera de introducir el tema. Sus alumnos habrían de aprender a traicionar al confidente que los había acompañado durante todas sus carreras. Ese era el mayor desafío que enfrentaba como instructor: enseñarles a substituir disciplina por imaginación, rebelarse de los dogmas escolásticos para ser copartícipes en la construcción del progreso.
Imaginación, conocimiento y método, un triángulo en el cual naufragaría el noventa y dos por ciento de sus discípulos. Por eso la primera sesión se concentró en destacar descubrimientos que contradecían las líneas generales de consenso en biología. Un laboratorio había logrado sintetizar material genético peptídico, el dogma nucléico tambaleaba. La herencia, y por lo tanto el aparecimiento de vida, se podía construir con base en otras moléculas. El carbono dejaba de ser indispensable porque las propiedades químicas de los átomos varían según las condiciones de presión, temperatura y electro-disponibilidad. Además la estereoquímica subatómica abría la posibilidad de alterar la reactividad, con el consecuente cambio epistemológico entre lo probable y lo improbable: un universo impredecible de configuraciones viables, que se mantendría inaccesible a la comprensión mientras no se poseyese métodos de observación apropiados.
Pero la hipótesis del nitrógeno como substituto del carbono en la conformación fundamental de seres orgánicos era una idea que muchos químicos defendían desde hace décadas. Su confirmación no tomó por sorpresa a nadie. Sí lo hizo el hallazgo de un grupo de japoneses, quienes descubrieron un microorganismo con un sistema redox innovador. El mito de los metales, los pseudo-metales y los semi-metales también tambaleaba. Cualquier conjunto de átomos y moléculas que pudiese forma una gradiente electrónica podría dar origen a un sistema de transferencia energética eficiente para la construcción de organismos vivientes. Más importantes aún, el posicionamiento espacial podía crear frentes de acumulación y dispersión de ondas a nivel subatómico y de esa forma circunvalar las restricciones cuánticas. Nuevamente, ya alguien había planteado la hipótesis basándose en las observaciones sobre las antenas fotosintéticas dentro de los cloroplastos. Nada había de impresionante en el hallazgo, aunque lo anunciasen los editores de la revista Nature. De hecho, la posibilidad fue discutida en uno de sus cursos anteriores. Si las partículas subatómicas son asimilables a olas, sus interacciones se reflejan en mareas como las interacciones de Wandervaals o las gradientes de potencial. Y la capacidad de pronosticar ambas no sólo es consecuencia de la complejidad de las fuerzas involucradas, sino de la aproximación matemática utilizada. Los mejores ingenieros del planeta estaban replanteando los diseños matemáticos culpa de un video de seguridad que había registrado el impacto de una ola fantasma. Ese tipo de ola que se consideraba por su tamaño una leyenda de marineros, y que las clásicas ecuaciones de ondas no hacían concebibles, había derribado una plataforma petrolera en el Mar del Norte.
«Lo aceptado, por timorato, rara vez compasa el exotismo de la realidad. Esa será nuestra directriz intelectual. En el semestre trataremos sobre el origen de la vida. Nos concentraremos en las síntesis moleculares prebióticas y el ensamblaje de protocélulas. La discusión subyacente, y de la cual deberán elaborar un ensayo para final de semestre, será la posibilidad exobiológica, especialmente dentro del sistema solar.» Con esas palabras Guido se despidió de su clase.
Comentarios
Gracias por la lectura, de veras. Espero que haya más, no como con la novela (o la otra novela... o lo que sea), que soltaste apenas dos dosis a cuentagotas.
O si no, ya puestos ve publicando algo, y avisa, porque yo quiero leerlo.
(Ya me buscaré la vida para seguirlo, por eso no te preocupes :rolleyes:).
Ahora me pongo seria, aunque me temo que seré parcial. No sé cuántos lectores serán capaces de digerirlo, pero aquí tienes por lo menos a una que lo disfruta.
Este fragmento tiene un montón de cosas que cualquiera podría echarte en cara: juicios de valor, duro, elitista (doblemente, dado el ambiente en que se plantea), expeditivo, expositivo (si es que eso se puede decir)... Ni caso, oiga, ni caso. Si otras veces te vi carencias "literarias", aquí no.
Ya dije que sería parcial, y a mí me gusta así.
Saludos!:)
Muy realista,desde la perspectiva de un científico español, eso de que tenga que tener un trabajo auxiliar, el de profesor, al de investigador. Aunque tal vez eso parece algo mas propio de España que de ese país y esa facultad dónde comentas que ha habido tantos premios nobel, quizás deberías dar algún indicio del porque de ese doble trabajo :rolleyes:
Para la siguiente sesión habrían de analizar la síntesis natural de ácidos nucléicos en substratos porosos, con énfasis en los feldespatos. Las lecturas obligatorias, ochocientas páginas, harían de cebo, o como a Guido le gustaba llamarlo, de engaña bobos. Los más ingenuos no sólo las revisarían escrupulosamente, se darían la molestia de añadir información con el fin de impresionarlo. Pero lo que buscaba, como profesor, era detectar a aquellos capaces de superar las referencias y concebir que la presunción del origen de la vida en la Tierra a partir de los modelos biológicos actuales se advertía como un sinsentido escandaloso. Mientras a los diseños celulares modernos les tomó alrededor de quinientos millones de años en aparecer y establecerse, se requirieron más de tres mil millones de años para que avancen hasta construcciones multicelulares. La solución ociosa al dilema, y cada vez más popular por la naciente tendencia de las revistas científicas a generar polémica, circundaba la idea de un iniciador exobiológico. Negar la posibilidad de vida extraterrestre se concebía una estupidez para cualquier biólogo consciente; pero mayor negligencia era negar el aislamiento biológico provisto por el vacío espacial y el gran diámetro de la Luna, que hacía de la Tierra un planeta particularmente protegido contra vectores cosmológicos.
Una opción más coherente sería inferir que se crearon múltiples sistemas primitivos de replicación y sólo una vez establecida una compleja ecología protobiótica los ácidos nucleicos tuvieron oportunidad. Con conocimientos de ecología se podía explicar la ralentización evolutiva una vez instaurado el monopolio nucleico, que sólo se aceleraría después de un tortuoso recorrido hasta establecer sistemas ecológicos densos potenciando la diversidad y la selección. Claro, ninguno de sus alumnos había estudiado teoría económica; no vislumbraban en profundidad las ventajas de la competitividad ni las repercusiones negativas del monopolio evolutivo. Por reflejo disciplinario aceptarían cualquier absurdo que se publique en una revista acreditada, aunque se tratase de un iniciador exobiológico o de dar por sentado que la vida se ganó la lotería en la Tierra apostando a un solo número, el de los ácidos nucleicos. Sin embargo, si uno de sus alumnos llegaba a insinuar la más leve sospecha de pluralidad protobiológica como catalizador de mejores sistemas de reproducción, Guido tendría para el fin del semestre el reporte que le exigían sus promotores financieros.
Abstraído en esas especulaciones pasó el día. Sólo al llegar la noche reconoció que ansiaba regresar a casa y comentar a su mujer sus inquietudes. Nunca tuvieron hijos; él temía las malformaciones consecuencia de los materiales teratogénicos con los cuales trabajaba; ella se sabía infértil. Sus niños eran cada una de las investigaciones que Guido había realizado, de las cuales guardaban todos los artículos impresos y hojas de seminario. Así lo conoció ella, un loco dedicado a su ciencia, imposibilitado de tener hijos por sus temores; pero suficientemente valiente para desafiar el bloqueo de la guerra fría y colaborar con colegas rusos. De ese hombre se enamoró ella, un soñador de un mundo sin fronteras ni ideologías.
Gracias a sus publicaciones había logrado el puesto de “Professor”. Pero fue su esposa quien lo convenció de aceptar. El salario no justificaba los esfuerzos. Sin embargo, el decidir el camino de las investigaciones era un potente estimulante. Gestar su último hijo, una aproximación lingüística para descifrar los códigos del ADN, les tomaría aproximadamente veinticinco años. Talvez menos si formaban parte de esa minúscula oligarquía intelectual, no más de treinta mil personas, en todas las áreas de la ciencia, que le decía a la gente qué creer, cómo pensar y su porvenir. Además, por su edad, ya no se contentaban con resultados que les asegurasen un mejor horizonte; querían, necesitaban, un testimonio para la posteridad, algo prometiéndoles que sus denuedos no habían sido en vano.
Al mes comenzó a recibir solicitudes de recomendación de sus alumnos. Las ofertas laborales alcanzaban su pico a mediados del semestre; sólo los más orgullosos aguardarían hasta los exámenes finales, esperanzados en suplir deficiencias personales con altas calificaciones. Un momento decisivo en la carrera de todos, para Guido una rutina macabra.
Vino a su mente su segundo año como Professor, cuando una carta del director del programa le indicaba negarse a admitir en su laboratorio a un estudiante. La carta llamó su atención porque asumía que el director poseía mayor potestad que él para negar o aceptar a los estudiantes. Se informó. Ese estudiante había logrado calificaciones suficientemente altas para ganarse el derecho a trabajar en cualquier laboratorio; y lo había hecho en la segunda sesión de exámenes, donde las notas son penalizadas con un veinte por ciento como compensación hacia aquellos aprobados en primera sesión. Si resultaba un desconocido era porque jamás se presentó a ninguna clase. Pero la animadversión del director se originaba en los reportes, que obligatoriamente debían redactar los estudiantes, sobre las investigaciones del programa de biología molecular. Componían el quince por ciento de la nota final y, por las denuncias éticas, el alumno en mención no recibió un solo punto; al contrario, hizo enemigos en la vasta red interuniversitaria.
Tal paradoja a Guido se le antojaba como los actos de un idiot-savant. Cuando recibió el email del estudiante solicitándole ingreso en su laboratorio no resistió la curiosidad. Concertó una cita presumiendo de antemano que lo rechazaría.
«- Tus calificaciones te autorizan a aplicar a cualquier laboratorio. ¿Por qué el mío?
- Entre los laboratorios de la facultad se concentran la mayor cantidad de técnicas de punta. Me ahorro los viajes en tren. Además la universidad tiene el mejor sistema de calefacción del circuito académico.
- ¿Por qué no asististe a ninguna clase?
- El idioma oficial es el inglés y la mayoría de profesores balbucean; se aprovecha mejor el tiempo no asistiendo.
Guido no soportaba la arrogancia de las respuestas. Sin embargo, continúo con la entrevista.
- No había excusa para que no participes en mis charlas, dicté clases en los Estados Unidos e Inglaterra.
- Sí… Me ahuyentó la teoría. Deseo incorporarme a su laboratorio, aprecio su experiencia. Pero las clases hablaban de historia no de investigación.
- Explícate.
- El ADN es un lenguaje y debería ser tratado como tal. Sobre la lógica de primer orden, aquella que nos permite interpretar los símbolos que hacen el mensaje dentro de una frase o una secuencia de ADN, existen normas meta-lógicas, reglas de composición análogas a la sintaxis… Para captar la idea vale pensar en la creación artística.
- Sigo escuchando.
- A pesar de la diversidad de representaciones, las pinturas consideradas arte respetan un conjunto de reglas de composición. Difícil es percibirlo porque estas reglas no son absolutas: existe un repertorio de reglas composicionales y cada regla tiene una masa inherente, pero será el artista el encargado de decidir el coeficiente de importancia, la cantidad que aplicará de cada una. La apreciación artística consiste en evaluar el producto de los coeficientes multiplicado por el valor inherente de las normas; si tal producto alcanza un umbral, el trabajo será considerado arte.
» En la naturaleza, tales normas composicionales son funcionales y ontológicas, en el sentido que su razón proviene de acontecimientos pasados. La presión selectiva fija el umbral, y gracias a la teoría del juego podemos aspirar a calcularlo a partir de la disponibilidad de recursos. Desafortunadamente, von Neumann confinó sus postulados a interacciones locales; para ajustar la teoría del juego a principios composicionales de alto nivel, se necesita extenderla con LA matemática abstracta rusa.
- Una hipótesis… que no has dotado de interés científico.»
Esa fue la primera vez que Guido vio el fuego en sus ojos. Creyó que lo había puesto a la defensiva. Si continuaba agrediéndolo con preguntas, talvez llegaría a desestabilizarlo, encontrando así una salida que condujese la entrevista hacía el final programado. También menoscabaría aquella arrogancia que comenzaba a irritarlo. Reflexión en fracciones de segundo que le costó su destino. El alumno había aprovechado para deslizar en el escritorio una nota:
«- Los seres vivos, la ecología, el internet o los lenguajes naturales son sistemas dinámicos cuyos actores se entrelazan en redes libres de escalas, las cuales pueden definirse por esa ecuación general, también usada para connotar formaciones fractales. Las arquitecturas de redes libres de escalas se han probado matemáticamente resistentes a alteraciones aleatorias. Tal tolerancia es una de las piedras angulares de la evolución porque la mayoría de mutaciones no son útiles al momento de su aparición. Estas redes no sólo funcionan a pesar de las alteraciones fortuitas, están en capacidad de acumularlas fuesen necesarias a futuro.
» Concomitantemente, el desarrollo fractal ayuda a mantener la coherencia del sistema mediante sustituciones y ramificaciones modulares. Tal combinación arquitectónica es lo que se conoce como modelo inteligente. Facilita la adaptación coherente; y coloca en casilla las teorías derivadas del darwinismos que abusan del azar y la presión selectiva como herramientas evolutivas.»
Veo que editaste. Hay algunas partes que me suenan distinto, como el principio (no recordaba el feldespato) y la parte donde cuentas por qué no tienen hijos, que hoy me pareció más clara. Aunque poco puedo fiarme de mi memoria.
Me gusta como se plantea y me intriga en qué irán a dar esas investigaciones, porque parece que quieras introducir lo de las formas de vida con base distinta al carbono (estará mal dicho, pero no doy para más). Ese tema parece que está de moda, y a mí se me quedó grabado de muy chica por un cómic en que los aliens eran una forma de vida a base de sílice (muy bonito, pero poco probable, imagino), y escuchar ahora que es posible (con la base que sea) me pone los ojos como platos. Claro que eso también sucede con lo de la IA, la nanotecnología, la virología, los universos múltiples y decenas de temas interesantes más.
Tranquilo, ya sé que puede salir cualquier otra cosa.
Por otro lado, los códigos de ADN creo que son lo que se escribe con ¿5? letras combinadas de tres en tres. Hasta ahí llego con lo de la aproximación lingüística. Si fueron los que sacaron por fin el genoma completo... Uf! Eso fue el 14 de abril de 2003 (by google, of course).
La fecha que estuve buscando era el 14 de noviembre de 2003 (la editaste, malandrín, pero la recuerdo). Deduje de tu post que la historia culminaba en una noticia con esa fecha, pero no encontré nada interesante (sin inglés y apenas en un rato que pude dedicarle). Mucha casualidad, lo de las fechas, pero me temo que estoy igual que al principio.
De cómo llegamos de ahí a la cuarentena (real, metafórica, o como sea)...
¡Y para colmo es una historia que no podré acabar de leer! Injusto, completamente injusto.
Jaja! Saludos!
Anamar,
Edite para incorporar algunas correcciones pero especialmente para aprovechar el espacio permitido (máximo 10. 000 caracteres). El cuento será aproximadamente de 60. 000 caracteres; quiero minimizar la segmentación. Por eso es que no recuerdas lo del feldespato, fue añadido posteriormente. (El mensaje original concluía con "La historia no miente")
Para satisfacer tu curiosidad anexo el final del cuento. Por supuesto está sin correcciones ni ediciones. Así que es probable que después realice una nueva edición para postear todo el cuento ya revisado.
En el final está la respuesta a tu pregunta. Lo importante de la fecha es que se trata del año 2003. Si bien la historia es ficción, intento darle la mayor dosis de realismo posible (Por ejemplo: sí hubo un presupuesto internacional para que algunos laboratorios especulen educadamente sobre la posibilidad de vida en el sistema solar). Así que es probable que vuelva a cambiar la fecha para ajustarme mejor a los eventos (por ahora lo único que recuerdo es que debió ser pasada la primavera y antes de mediados de noviembre).
Todas las menciones científicas tienen soporte sólido (revistas como Sciences, PNAS o Nature). Un laboratorio creó a base de estructuras péptidicas material hereditario compatible con el ADN. Pero el hecho en sí no es importante; lo importante es destacar que muchos dogmas invalidando la posibilidad de vida fuera de la Tierra se están derrumbando todos los días. La hipotesis ya no es taboo, acabo de leer un artículo científico al respecto.
El centro del cuento, lo que falta, todavía tiene algunas partes que yo considero atractivas; especialmente la aproximación lingüistica (que uso como mascarada para criticar el "establishment" en las ciencias) y la posibilidad protobiótica (que a más de abordar el origen de la vida, guarda relación con la información que Guido se guarda para no "[FONT="]ser recordado en la historia como la persona que confirió a los poderes omnímodos una nueva alternativa de aniquilación masiva.")[/FONT]. Desgraciadamente "traducir" las ideas a lenguaje inteligiible me resulta una tarea complicada. (El cuento está escrito en borrador, que sólo yo entiendo)
Es genial!!!
(Qué sana envidia ataca a mis neuronas en este momento, jaja!)
Celebro no haber delirado demasiado, jaja! Y espero poder leerlo (cuando sea posible) entero; seguro que no tiene desperdicio.
Lo de que esté bien documentado ya lo daba por hecho, y es lo que lo hace más interesante sin lugar a dudas.
Si veo algo que se pueda mejorar, ya lo dejo para cuando lo subas entero, y así va todo de un plumazo.
Saludos!