Credulidad del Tiempo
Siempre desayuno en la misma cafetería. Como cada mañana observo el interior del local buscando algo nuevo. Lo había visto tantas veces que incluso notaría la presencia de cualquier insecto invitado. En una segunda ojeada, en la mesa del fondo, la que se sitúa cerca de la máquina tragaperras, observo a una joven. Esa chica no acostumbra a desayunar aquí, pienso.
Me acerco a la barra y pido lo de siempre, café con una tostada. El camarero después de darme los buenos días con voz marrón taciturna me sirve el desayuno.
En la vida de cada uno hay personas que son importantes aun sin conocerlas, nunca has hablado con ellas, alguna vez que otra has cruzado alguna mirada, pero no existe relación. No se ha perdido no, es que simplemente no existe ninguna relación. Esas personas de las que hablo están ahí, y por el mero hecho de existir, por alguna razón inexplicable, son importantes para uno mismo.
La chica morena que nunca había visto en la cafetería donde siempre desayunaba volvía a cruzarse en mi vida. Habían pasado años desde la última vez que la había visto, pero hoy, en esta cafetería me había vuelto a encontrar con Patricia.
Quise dejar de mirarla, pero ella volvió su cabeza y me vio. Me pregunté si me conocería, si ella sabía quién era yo. Era lo primero que pasaba por mi cabeza después de cada encuentro. Debería recordar mi cara porque hemos coincidido muchas veces, aunque solo sea porque mi mirada se había quedado y se queda desnuda, dormida ante sus oscuros ojos.
El tiempo ha estirado sus cabellos, quizá se ha cambiado de tinte, su pelo es de color más claro que el que llevaba la última vez, o al menos así lo recuerdo yo. Ahora su aspecto es de mujer. Sus ojos también han cambiado, ya no reflejan inseguridad. La triste dulzura que apreciaba en ellos siempre me atrajo, pues para mí era señal de que necesitaba que alguien la cuidase, que alguien la abrazase para sentir esa seguridad que buscamos y a veces no encontramos en la adolescencia. Pero me atraparon igual que antes: aunque reflejaban experiencia, al cabo de unos minutos la necesidad asomó entre sus largas pestañas, y me dejé invitar una vez más por su austera nostalgia.
De repente siento frío y necesito hablar con ella, lo pienso y lo repienso, pero no puedo aguantar más, tengo que hablar con ella, por lo menos conocerla, por lo menos presentarme.
Y sin darme cuenta, estaba sentado en su mesa.
—Hola, Patricia.
—Hola, ¿te conozco? –dice ella con gesto ingenuo.
—No, a lo mejor me has visto por el barrio, en el instituto, en cualquier bar de copas, pero nunca hemos hablado.
—Sí, ahora que lo dices, tu cara me suena
.
Sus labios hinchados todavía por el calor de la almohada se antojan dulces, quiero besarla, así sin más, pero sé que no es lo correcto, no he esperado tanto tiempo para cometer tal estupidez.
—Tengo que contarte algo –la digo, ella se queda mirándome, no dice nada, intenta calentar sus manos sujetando el café todavía caliente—. Tengo que contarte por qué sé tu nombre, también quiero que sepas algunas cosas que durante estos últimos quince años no he podido decirte, por miedo, por mi forma de ser, o que se yo.
—No te entiendo –dice ella con sonrisa forzada.
—Supongo que no, todo esto te parecerá una locura, te suena mi cara pero no sabes quién soy, no sabes mi nombre y de repente, a las nueve de la mañana, te abordo en una cafetería diciendo que quiero contarte algo. Te entiendo y quiero que sepas que esto para mí tampoco es fácil, sin embargo siento que tengo que decirte muchas cosas. Ni siquiera persigo un fin concreto, solamente necesito hablarte, que conozcas una parte de mi para que también sea tuya.
—Sin duda estoy un poco confusa, pero tus ojos me dicen que no eres un loco, ni siquiera que me estés tomando el pelo, desprendes sinceridad, y nunca había visto una mirada tan entregada. Nunca me han mirado como tú lo haces ahora mismo.
—No te creo –a cuantos habrás hipnotizado con la oscuridad de tus ojos —pienso.
Había escuchado su voz muchas veces, pero nunca sus palabras se habían dirigido a mí, al menos no directamente. Siempre que la había escuchado hablar yo me apropiaba de sus palabras, cazaba sus, para mí espesas palabras, y las anotaba en mi recuerdo, para los momentos difíciles, registraba su tono de voz en la galería de mi conciencia, en el habitáculo de mi memoria, dedicado a la persona más importante de mi vida.
—Tengo que decirte que eres la persona más importante de mi vida –digo de repente-. Tú has guiado mis sentidos durante estos últimos quince años. Pensando en ti me hago una idea muy fiel de lo que puede llegar a ser el amor. Sé que todo esto suena ridículo, es más, estoy intentando hablarte sin buscar palabras edulcoradas, intento evitar palabras que suenen a canción de amor adolescente, quiero hablarte desde la razón, sin embargo es complicado, para que te hagas una idea, es como hablar del cristianismo, sin hablar de fe. Lo que quiero decir es que para contarte todo lo que te intento decir, tengo que decir palabras cursis, incluso empalagosas, de todas formas intentaré ser lo más práctico posible y evitar la vulgar y manida poesía.
—¿Quieres decirme que te gusto? ¿Qué estás enamorado de mí? –dice Patricia.
No puedo evitar reírme, y tengo que hacer un esfuerzo para contenerme y no carcajear.
—Perdona, ¿de qué te ríes? A lo mejor a sonado algo presuntuoso, perdona, lo mejor será que me vaya –dice, y se levanta intentando mover mi silla.
—Por favor Patricia, solo serán unos minutos, yo te cuento lo que tengo que decirte y luego me voy, nos vamos –digo con voz calmada.
No sé el motivo, pero manejo la situación, estoy hablando con Patricia con una tranquilidad absoluta. Hacía unos minutos que había empezado a soltar las palabras que llevaba guardadas dentro de mí durante los últimos quince años. Mi mirada la sujetó a la silla, mis palabras la hipnotizaron. Patricia volvió a sentarse, me fijé en sus labios, habían perdido un poco el grosor, debido quizá al despertar progresivo de su piel.
—No me gustas, no estoy enamorado de ti –digo. Es algo más, no puedo estar enamorado de ti, ni siquiera te conozco, bueno, puede que si me gustes, pero gustar es una palabra tan corta para lo que yo he sentido durante tanto tiempo que no hace justicia a mi sacrificio, por llamarlo de alguna manera.
—Que quieres decirme –dice ella bajando la mirada.
—La primera vez que te vi yo estaba asomado a la ventana de mi habitación, era verano, tú llevabas un vestido negro con estampado de flores rojas, llevabas una carpeta y el pelo corto, cortado como un chico. Pasabas por mi calle y de repente te paraste a hablar con algún amigo tuyo, allí estuviste unos diez minutos y yo te observaba, te observé, muchas veces he pensado por qué me fijé en ti aquella tarde, pero lo hice y me atrapaste para siempre.
—No recuerdo, ¿vestido negro con flores rojas? –dice sonriendo con timidez.
—Algunas tardes, y más bien creo yo por casualidad, te veía desde mi ventana; lo que en principio había sido una mirada furtiva, la observación de una chica que me había parecido muy atractiva, se convirtió en algo extraño, obsesivo. Cada vez que me asomaba a mi ventana, la mayoría de las veces coincidía contigo. Tú pasabas caminando, sola y a veces con tu amiga una chica rubia que posteriormente averigüe que se llama Yolanda.
—Sí, oye de verdad que me estás dejando alucinada, Yolanda es mi amiga, de hecho la estoy esperando, por cierto ya llega tarde, ¿Qué calle era?
—Miguel de Cervantes –digo.
—Sí, por aquel entonces estudiaba inglés en una academia cercana, claro, pasaba por esa calle todas las tardes.
—Vaya y yo que creía que el destino nos estaba uniendo, y resulta que solo ibas a clases de inglés, entonces no había nada mágico en todo aquello, tú tenías que pasar todas las tardes por mi calle.
—Sí, supongo que sí.
—Una tarde ibas con tu amiga Yolanda y de repente te paraste debajo de mi portal, empezasteis a escribir algo en la pared, pasaron algunos minutos hasta que os fuisteis. Yo me vestí de inmediato y bajé a la calle a ver que habías escrito, así supe cómo te llamabas, esa tarde descubrí tu nombre, escrito por ti, como una dedicatoria anónima. Ya podía dejar de llamarte “la chica del pelo corto”.
—Es increíble, no puedo creer lo que me estás contando.
—Es cierto, es increíble, de hecho no sé cómo he podido llegar a donde he llegado, de verdad que parece de película, pero es cierto, pero espera, espérate que todavía hay más, mucho más.
—Sigue por favor.
—Una tarde en el colegio, antes de entrar a clase por la tarde, justo en el momento en que tocaba la sirena para entrar, pasaste tú, ibas con una mochila, así que supuse que ibas al colegio de al lado.
—Yo fui al Antonio Machado –dice Patricia.
—Yo al Bachiller Alonso López. Todas las tardes esperaba para verte pasar, tú alguna vez que otra correspondías mi observación, pero te mostrabas indiferente, y nunca tu mirada sostuvo la mía durante más de un segundo. Después vino el tiempo de salir, de irse de copas con los amigos la noche de los viernes y sábados. Algunas veces hemos coincidido en algún bar, recuerdo como mis amigos me jaleaban para que te dijera algo, para que me presentase, porque Patricia, me tenías loco, eras como un icono de, no digamos del amor, si no de la vida. La de veces que habré ensayado como presentarme, que decirte, sin embargo nunca lo hice.
—¿Por qué?
...
El relato sigue, pero sólo me dejan escribir 10000 caracteres :mad:
Comentarios
El tiempo, me gusta como escribes sobre como ha afectado el tiempo en Patricia, en como la veías anteriormente y en como la ves ahora que estás frente a ella tras largo tiempo.
Fascinante conversación. Me deja sin palabras y es muy apasionante, además de que la lectura tiene un hilo impresionante y con un gancho muy fuerte. Realmente me ha gustado mucho, aunque no termina de agradarme que nos dejes con la intriga de un “¿Por qué?”.
Espero ansioso la continuación de tu historia porque me ha dejado enganchado a tu hamo.
*Hamo = Anzuelo.
Atentamente SamdA.
Habrá sido este día festivo que no me ha hecho pensar con claridad, y esto podría haberlo hecho mucho antes, pero bueno, se me ha ocurrido ahora, a continuación el resto del relato...
—Supongo que soy un romántico. Así te tenía, aunque fuera de forma clandestina, te tenía en mis pensamientos, en mis proyectos de futuro, en mis sueños, te tenía sin peleas, sin reconciliaciones, sin celos, sin monotonía, te tenía con pasión, sin tú saberlo; si te hubiera dicho algo, todo eso hubiera acabado, incluso es posible que hubiera tenido algo contigo, ahora podrías ser mi novia, pero actuando, existía un porcentaje de perderte, por muy bajo que éste fuese, existía. Te idolatraba Patricia, no sé si puedes entender esto, para mi eras como una real ilusión para toda la vida. Patricia me mira, su cara refleja incredulidad, me mira casi sin pestañear.
—Todo esto que me estás contando –Patricia hace una pausa, sus ojos brillan y da la impresión de estar a punto de llorar—. Todo lo que me has dicho es cierto y no pregunto, afirmo. Nunca he escuchado que alguien me hablará de sus sentimientos con tanta sinceridad.
—Mis palabras suenan sinceras por que llevan más de quince años calladas. Muy pocas veces las palabras salen con tanta convicción, muy pocas veces las palabras salen del alma para ser escuchadas desde el alma.
—Se está haciendo tarde –dice Patricia mirando su reloj—. Yo creo que Yoli se ha ido directamente a la tienda. ¿Qué hora es? Se me ha vuelto a parar el reloj.
—Las nueve y media.
—Entro a trabajar a las diez, pero no me apetece ir, ¿tú tienes algo que hacer? Quiero decir que si te parece nos vamos a un sitio más tranquilo y me sigues contando tu historia.
—De acuerdo, creo que me tomaré el día libre.
Caminamos unos metros, uno al lado del otro. De vez en cuando Patricia me mira y me sonríe. Yo la devuelvo el gesto. Poco a poco la pesada carga va desapareciendo, poco a poco voy soltando de la bodega de mis recuerdos los sentimientos no encontrados con Patricia.
Entramos a un solitario café, solo había dos personas charlando en voz baja. Sin duda aquí estaríamos más tranquilos.
—¿Qué quieres tomar? –digo.
—No sé, un batido de vainilla –dice, tiene las manos metidas en los bolsillos, su pelo moreno cae sobre sus hombros, algunos mechones están entremetidos entre su cuello y la chaqueta, acerco mi mano con lentitud y libero la melena. Ella agradece el gesto, y sus pestañas se sobrecogen, no se alarma, no dice nada. —Dos batidos de vainilla por favor – le digo al camarero.
Nos sentamos en una mesa al final del café.
—Puede que todas las veces que pasaste por mi calle no fuera cosa del destino, sino de tus clases de inglés, puede que tampoco el destino tuvo nada que ver con que fueras al colegio que estaba al lado del mío, todo se debió a que somos casi vecinos y tenías que ir o al mío o a ese, también admito que no fue el destino quien nos unió en el instituto, ya que fui yo el que sabiendo que tú ibas al Giner De los Ríos, me inscribiera en este para estar cerca de ti.
—¡Te apuntaste al mismo instituto que yo a propósito! ¡Para estar cerca de mí! –dice interrumpiendo mi razonamiento y abre tanto la boca que puedo observar sus dientes.
—Sí, así es.
—Es increíble, no puedo creerlo, ¿de verdad?
—Que sí, lo hice, ¿Por qué no iba a hacerlo? Que mas me daba ir a un instituto u otro, así podía verte, podía seguir viéndote.
—¿Y cómo te enteraste dónde estudiaba yo?
—Bueno, en realidad fue un mes más tarde. Yo en principio me matriculé en el Joan Miró, pero una tarde charlando con un amigo, tú pasaste por nuestro lado, yo me quedé observándote como siempre, mi amigo me dijo: “¿Te gusta esa chica?” Yo no le conteste, no le dije nada, pero él dijo: “Viene a mi instituto”. Entonces el lunes siguiente cambié mi matricula. Patricia arquea sus cejas y abre los ojos con admiración. —Deja que te siga contando. Como te iba diciendo admito todo lo que estuvo en mi mano e inconscientemente también en la tuya; pero existe algo de magia en todo esto, que ni yo busqué ni tu ejerciste. Me explico: una tarde cuando volvía a mi casa, me encontré una especie de plástico transparente tirado en el suelo, me agaché a recogerlo, y dentro del mismo un DNI junto con una cartilla de la seguridad social. Cuando vi tu foto no podía creérmelo, me quedé paralizado.
—¿Tú lo encontraste? ¿Tú lo metiste en mi buzón? –dice Patricia interrumpiendo mi relato.
—Sí, de todas las personas que podían haber encontrado aquella documentación, fui yo quien la vio ahí tirada en el suelo, delante de mí, que cosa tan maravillosa, tan increíble. Como te digo algo o alguien intervino en aquella ocasión, el azar, yo que sé, pero allí estaba yo con tu DNI en mi mano. No podía parar de reír. Lo guardé en mi bolsillo y me fui a mi casa pensando en la de posibilidades que se me abrían en aquel momento.
—No sé qué decir, todo esto es tan surrealista. Hoy en principio debería haber sido un día normal, entré en esa cafetería por casualidad, de repente apareces tú y te decides a contarme todo esto, que sin duda me encanta, es todo tan bonito.
—El caso es que pensé en escribirte una carta, mis amigos me alentaron a hacerlo, “que mejor ocasión para decirle todo lo que sientes, pero no por carta, en cuanto la veas le das su documentación y de paso te presentas” me decían mis amigos. Pero no, el riesgo de perderte, era mucho mayor a mis deseos de conocerte. Después de meditarlo mucho, decidí que lo mejor era no hacer ninguna tontería, así que una tarde fui a la dirección que figuraba en tu DNI, llamé a uno de los telefonillos y me presenté como el cartero comercial, me abrieron enseguida, entré y busqué tu buzón, allí estaba tu nombre junto con el de tus padres, besé tus documentos y los introduje dentro del mismo. Antes de devolvértelo me hice una fotocopia, además de en mi mente, ahora te tendría en mi cartera, para siempre.
—Mi madre me lo dio al día siguiente, gracias. Podías habérmelo dado en mano, yo que sé, me hubiera gustado agradecértelo, puedo entender que yo te gustase, pero no entiendo porque nunca me hablaste, nunca te presentaste, y teniendo una ocasión tan clara de haber iniciado una conversación conmigo, con la excusa de devolverme mi documentación, no sé por qué no lo hiciste. No lo entiendo.
—No necesitas entenderlo Patricia, como tampoco necesitas entender que cuando digo tu nombre, incluso ahora que el paso de los años ha derrotado mis sueños, no suena tu nombre sino mi razón de ser.
—¿Por qué yo? Tampoco soy nada del otro mundo, soy una chica normal, además no puedes sentir nada por mí, tú mismo lo has dicho, no me conoces.
—Precisamente por eso, no te conozco. Y aunque tu mirada te infravalora, tú no lo hagas. No eres una chica normal, eres muy atractiva. Muchas veces he pensado que lo que me estaba pasando rozaba la locura, lo absurdo. A ver si consigo que lo entiendas, si te hubiera dicho algo, si me hubiera presentado y en un momento dado hubiera conseguido seducirte, hubieras sido una más, una relación más, como te he comentado antes incluso ahora podrías ser mi novia. Sin embargo todo lo mágico, todo lo místico, toda la admiración que sentía y siento por ti, en algún momento se hubiera perdido, a lo mejor no ahora, ni dentro de diez años, quizá nunca, pero hubiera sido distinto.
—Quizá mejor –dice ella con amargura.
—Supongo, no lo sé, ahora que lo dices, creo que solo fue miedo, miedo al rechazo.
—Ya sabía casi todo de ti, en algunos casos por mis, llamémoslas investigaciones, o bien por causa del destino. Recuerdo que un catorce de febrero en una página de Internet ofrecían la posibilidad de enviar bombones gratis a la persona querida, una chorrada de estas de Internet para dar publicidad a una nueva compañía de teléfonos móviles. No desperdicié la ocasión.
—¡Tú fuiste el de los bombones! –los grandes ojos de Patricia se abren como pozos.
—Sí –digo frunciendo el ceño y torciendo el gesto. Patricia mueve su cabeza de un lado a otro, me mira, de repente comienza a reírse, cada vez con más fuerza, y a los pocos segundos los dos estamos riéndonos a carcajadas.
—Luego vino una gran decepción –digo dejando de reír, ella hace lo propio.
—Te echaste un novio, para más castigo, os apuntasteis a la misma autoescuela que yo. Tuve que veros juntitos, es cierto que nunca os vi besaros, si pasear de la mano por la calle, si en algún bar de copas. Nunca tuve la sensación de que eras feliz al lado de ese chico, quiero decir que nunca te vi reírte a su lado, e incluso una vez os vi discutir acaloradamente. Desde ese momento perdiste protagonismo, ya que le observaba más a él que a ti, me comparaba con él, pensaba si era realmente el chico que merecías, que yo no hubiera intentado algo contigo era cosa mía, pero tú te merecías y te mereces lo mejor.
—Era un payaso, nunca fui feliz a su lado, por eso lo dejé. Él también se cansó de mí. Es que yo soy muy celosa, a lo mejor también lo sabes, pero puedo llegar a ser muy absorbente, hiciste bien en no decirme nada –Patricia hizo amago de reírse.
—No, no sabía que fueras celosa, aunque pueda parecer lo contrario, no te conozco.
—Lo demás no tiene importancia, encuentros casuales, miradas furtivas, descaradas, miradas borrachas, incluso infieles. Todas mis novias te han conocido, les hablaba de ti, les decía: “mira he estado enamorado de esa chica durante años” ellas te miraban celosas, alguna te insultaba, yo les contaba toda la historia, bueno había capítulos que todavía no se habían escrito, pero les contaba lo que hasta ese momento había pasado y ellas se ponían celosas e intentaban cambiar de tema. Una vez que te conocían, que sabían de tu existencia y lo que habías significado para mi, tenía que mirarte sin que ellas se dieran cuenta. Tú eras la única a la que podía dirigir mi mirada para entregártela sin miedo a perderla. Permanecemos en silencio durante algunos minutos, Patricia suspira y clava sus ojos negros sobre mí.
—¿Y ahora qué? –dice de pronto.
—¿Qué de qué?
—¿Qué sientes por mi? —Lo mismo de siempre, eres el sueño inalcanzable que no quiero que se haga realidad, por miedo a volver a dormirme y sufrir una pesadilla.
—Sergio, todo esto que me has contado es precioso.
—Un momento –digo, y la voz casi no puede salir de mi garganta.
— ¿Cómo sabes mi nombre?
—Quizá te conozco más de lo que tú te crees –dice.— Es una larga historia, casi tanto como la tuya. Salgamos de aquí, demos un paseo.
—Sí, claro, estoy ansioso por escucharte, de momento tenemos todo el día.
FIN
QUE PASADA DE RELATO...
Madre mía del amor hermoso!! (En plan pijo) ¡¡COMO ME HA GUSTADO TU RELATO...!! Además, lo gracioso es que me lo imaginaba subconscientemente, porque si yo hubiese sido la chica no hubiera ido con ese tío para hablar si no lo conociera de nada... Magnífico, sencillamente impresionante Gracias... Xao.
De verdad que es realmente emocionante leer opiniones como la tuya.
Respecto a lo de entablar una conversación con un desconocido/a, pienso que a veces hay que dejarse llevar...
Abrazos.