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Dayana

PARTE I


CAPÍTULO 1


Los primeros rayos de sol bañaron el rostro de Dayana, por lo que comenzó a despertarse. Una vez abría los ojos, le costaba mucho conciliar el sueño de nuevo, pese a que solía leer hasta entrada la noche. Ya abiertos los ojos, se desperezó emitiendo un sonoro bostezo. Al levantarse, lo primero que hizo fue mirar por la ventana. Le gustaba contemplar Suscro, su pueblo, desde arriba, tan lleno de hierba, con aquellos majestuosos pinos, acompañados de alguna encina aún más grande, con aquel gran lago cristalino en el centro, y con poco bullicio cuando era tan temprano. Pero no podía quedarse mucho rato mirando, ya que enseguida tenía que ir a trabajar. No solía vestirse como las otras mujeres, sino que prefería usar pantalones y chaleco, que le resultaba una indumentaria más cómoda. Usando el reflejo del cristal de su ventana, se peinó y se hizo una coleta, ya que solía ir corriendo a todas partes y la melena suelta le resultaba molesta. Al salir de su habitación y bajar al salón, vio que sus padres estaban ya levantados, sentados en la mesa.


—Buenos días, Dayana —le dijo su madre—. Te hemos preparado el desayuno.

—¡Otra vez! No hacía falta. Tenéis que descansar más.

—Algo tenemos que hacer, tú nos mantienes al fin y al cabo.


Dayana torció el gesto y comenzó a beber el té que le había preparado su madre. Sus padres habían tenido una sola hija, y fue cuando ambos rondaban los cincuenta. Ahora ella tenía veintitres años, varios de ellos dedicados a trabajar para sacar adelante a dos ancianos que tenían los problemas propios de la tercera edad.


—¿Qué tal en la taberna, hija? —Preguntó su padre.

—Como siempre.

—¡Entonces bien! Mucho mejor trabajo que cuando limpiabas casas.

—¡Eso desde luego! Bueno, voy a apresurarme, no sea que se me haga tarde.


Dicho esto, Dayana devoró unas tostadas que le habían dejado y sorbió el té con una rapidez asombrosa, pese a lo caliente que estaba. Se despidió de sus padres con dos besos a cada uno y fue corriendo al trabajo. Una vez escuchado el portazo, pudieron hablar con más confianza.


—Esta chica… no se casará, no —comentó su madre suspirando, visiblemente apenada—.

—Eso no es importante, Mina —afirmó él con un tono de voz despreocupado—. Dayana es sana, culta, trabajadora… no nos podemos quejar.

—Mark, la mayoría de chicas del pueblo se casaron antes de los veinte. Se dedican a los niños, las mantiene su marido… y si trabajan fuera de casa, no se matan del modo en que lo hace nuestra hija.

—Dayana no es como las demás chicas. No le gustan los niños y es solitaria. Creo que va a ser más feliz viviendo como vive. Y mejor así —afirmó tajante—, le costaría casarse con lo fea que es.

—¡Mark! —gritó ella molesta.

—Yo digo la verdad. Estoy orgulloso de mi hija, y así como digo que es sana, culta y trabajadora, digo que es fea. ¡Y lo prefiero a que sea vaga, inculta y guapa!


Mientras sus padres conversaban sobre estos temas, Dayana corría hacia su trabajo, cuando oyó una voz que la llamaba.


—¡Hey, Cocodrilo!


Ella se giró, pues así la apodaban en el pueblo debido a su horrible dentadura. Prefería que la llamaran por su nombre, pero se había acostumbrado a ese mote desde pequeña y era algo tan arraigado que algunos se dirigían así a ella incluso cuando no tenían intención de molestarla. El que ahora se lo decía era Jairo, un chico de su edad que se esforzaba por resultar simpático, aunque resultaba demasiado espontáneo y falto de tacto.


—Al trabajo, ¿eh? —le preguntó sonriendo mientras bajaba los ojos para poder mirarla a la cara.

—Claro.

—Te acompaño y así me tomo una pinta antes de irme yo a arar.

—Vale. ¡Vamos, he de ser puntual! —dijo justo antes de echar a correr.

—¡Espera! ¡No vayas tan deprisa!


Al cabo de unos minutos llegaron a la taberna, llegando Jairo fatigado por intentar seguir el ritmo de la muchacha.


—¡Qué rápida eres! ¡Me ha costado seguirte! —comentó dándole a Dayana una palmada demasiado fuerte en la espalda.

—¡Au! —Se quejó Dayana, que perdió el equilibrio unos segundos—. ¡No me des tan fuerte!

—¡Lo siento! De verdad, yo no...

—Déjalo, anda. —zanjó el asunto, intentando ignorar el picor que sentía en la piel donde se estampó aquella manaza—. Pero ten cuidado la próxima vez.


Instantes después, Dayana abrió la taberna con llave, puesto que aún no había llegado nadie. Tras ocupar su puesto sirvió una jarra a Jairo, que dio un largo sorbo.


—Tienes suerte de trabajar aquí, mientras yo me mato en el campo.


Y dicho esto, eructó. Dayana le había reñido más de una vez por hacerlo con la boca abierta, pero esta vez había tenido la gentileza de cerrarla. Ese detalle la animó, haciendo que por fin sonriera.


—Bueno, también tengo la suerte de que esta sea tu taberna favorita —dijo ella intentando ser simpática. Le costaba tratar con alguien tan bruto como Jairo, pero también tenía en cuenta que él hacía lo que podía para dejar de serlo.

—¡Hola, buenos días!


Quien acababa de entrar era Esther, la otra camarera de la taberna. Era una de las chicas más bellas del pueblo, y solía llevar vestidos ceñidos y escotados, que hacían que los hombres fijaran la vista en ella, como estaba haciendo ahora Jairo.


—¡Esther! ¿Cómo estás? —La saludó él.

—¡Muy bien! —Contestó ella con una amplia sonrisa. La presencia de Jairo no parecía incomodarle, lo que sorprendía a Dayana—. Veo que eres el primer cliente de la mañana.

—Sí, pero me tomo esta y me voy —dijo antes de apurar su jarra—. ¡Adios, chicas! ¡A la noche vuelvo!


Dayana se sintió aliviada de perder de vista a ese hombre por unas horas. Aprovechó el momento para saludar a su compañera.


—¡Hola!

—¿Que tal lo llevas, Dayana?

—Tirando —dijo con una leve sonrisa—. Como siempre, Tom vendrá dentro de un rato. ¡Qué bien vive con eso de que es el jefe y se fía de nosotras!


Al decir eso, las dos rieron, y justo en ese momento, entró Steve, otro chico del pueblo. Dayana se alegró mucho al verlo entrar.


—¡Hola, Dayanita! ¡Ponme una jarra!


Dayanita. Le solía llamar así, y a ella le encantaba.


—¡Enseguida! ¿Qué tal estás? —preguntó mientras le servía—. ¡Hacía días que no venías!.

—No siempre tiene uno tiempo para hacer lo que le apetece. Pero lo que importa es que estoy aquí. ¡Y todavía no te he ganado a los dardos!

—¡Ya estamos! —exclamó ella con una carcajada, tras lo cual, abrió un cajón, y sacó diez dardos. Se quedó cinco, y le dió la otra mitad a Steve—. ¡Comencemos!


Y en cuanto Dayana tiró el primer dardo, acertó en pleno centro.

Comentarios

  • ***


    Aquella tarde, al arribar al pueblo de Suscro, los exsoldados Cneo y Máximus fueron a la posada más cercana que encontraron. Una vez pagaron y dejaron sus caballos en el establo, decidieron ir a refrescar sus gargantas.


    —Mira, Max. Sigue en pie la taberna donde veníamos a beber hace años. ¡Vayamos a recordar viejos tiempos!

    —Está bien.


    Al entrar vieron, detrás del mostrador, a dos mujeres muy ocupadas sirviendo jarras a la numerosa clientela, y a un hombre que debía ser el dueño del establecimiento. Decidieron sentarse en una mesa, y esperar a ser atendidos, puesto que no tenían prisa. Dado el ruido de fondo, podían hablar sin temor a ser escuchados.


    —Está muy bien la chica morena. ¿Eh? —afirmó con una sonrisa pícara.

    —Cómo eres, Cneo —le espetó friamente—. No hemos venido aquí a divertirnos.

    —¡Tenemos derecho a evadirnos un rato después de este largo viaje!

    —Tienes razón, no debería haber sido tan borde —dijo a modo de disculpa—. Y sí, qué pedazo de mujer.


    En ese momento, vieron que el hombre hablaba con la otra camarera, señalando la mesa donde ellos estaban.


    —¡Qué pena! ¡Nos va a servir la otra, la de pelo castaño!

    —Venga, Cneo, que tampoco está mal.

    —No está mal pero es eso, una chica del montón.


    De repente callaron al ver que la muchacha de la que estaban hablando se hallaba delante de ellos.


    —Buenas tardes. ¿Qué deseáis tomar?


    Al decir esto, la chica mostró una amplia sonrisa que les heló la sangre: esa dentadura le quitaba todo el atractivo que pudiera tener.


    —Dos jarras de cerveza, por favor —pidió Cneo intentando disimular su sorpresa y sonar natural.

    —¡Marchando! —exclamó enérgica.


    Una vez ella se alejó, Cneo no pudo contenerse.


    —¡Vaya boca le ha tocado a la pobre! ¡Lo siento mucho por ella!

    —Bueno, hablemos de algo que no sean las camareras. ¿No te sientes nostálgico al estar en este pueblo de nuevo?

    —Claro, me trae recuerdos de la época menos dura de la guerra, cuando estuvimos destinados aquí. ¡Qué grande era el comandante Mark Blossom!

    —¿Y te acuerdas de Onara?

    —¡No me la recuerdes! —exclamó con un gesto de asco.— ¡Qué mujer tan desagradable! ¡Me alegro de ser tuerto porque tengo un ojo menos para verla!


    Al decir esto se echaron a reir. Máximus continuó hablando de ella, pese a la petición de Cneo.


    —Probablemente aparezca por esta taberna. A esa le gusta demasiado emborracharse. Si sigue viviendo aquí, al caer la noche la tendremos empinando el codo delante de nosotros.

    —¡Ya será casualidad!

    —¿Qué te juegas a que la vemos aparecer en un rato?

    —Me juego diez doblones.

    Y en cuanto Cneo pronunció aquella frase, se dieron la mano, aunque era una apuesta simbólica, pues compartían gastos en sus viajes. Iban a quedarse hasta la hora del cierre, solo para ver si Onara aparecía o no. La taberna fue vaciándose, y en un determinado momento solo quedaban ellos dos, las dos camareras y el encargado del establecimiento.


    —Yo me voy ya a a casa —dijo este—. Fregad los cacharros antes de iros y cerrad con llave.

    —¡De acuerdo, Tom! ¡Hasta mañana! —exclamó la camarera guapa con efusividad.

    Una vez se fue aquel hombre, los dos exsoldados bebieron en silencio, escuchando la conversación de las chicas.

    —Aún tiene que venir Jairo. Ha dicho que vendría y siempre cumple.

    —Sí... dame ánimos, Esther, porque los voy a necesitar.

    —Ya siento la parte que te toca, siempre te llama Cocodrilo y...

    —¡Si solo fuera eso! —la interrumpió—. ¡Creo que se me ha debido marcar su mano en la espalda del palmetazo que me ha dado!


    En ese momento entró otro chico más.


    —¡Dayanita, vengo a por la revancha!

    —¡Steve, eres incorregible! —exclamó ella sonriendo.


    Cogieron cada uno cinco dardos, y justo entonces entró un chico jovial y corpulento.


    —¡Hola de nuevo, chicas! ¿Ya está la Cocodrilo con los dardos? —Y entonces se dirigió a Dayana—. ¡Es increíble que siempre ganes!


    Y al decir esto fue a darle una palmada en la espalda, pero ella se giró con una mirada furibunda y el chico, amedrentado, usó la mano con la que iba a darle para rascarse el brazo. Estaba claro, pensaron Cneo y Máximus, que ese tipo era el tal Jairo.


    —Lo siento... a veces no me controlo. Ponme una jarra, Esther.


    Esther le puso la jarra, y Jairo comenzó a conversar con ella, mientras Dayana y Steve competían. Sorprendidos, Cneo y Máximus vieron como Dayana acertó en plena diana las cinco veces, mientras que su rival acertó una sola vez. Ambos reían y disfrutaban, pero de repente, apareció Onara, tal como los exsoldados la recordaban, aunque más entrada en años: Una mujer obesa y malcarada. Máximus sonrió al haber ganado la apuesta. Notaron que tanto las dos camareras como los dos muchachos se sintieron muy tensos al verla entrar.


    —¡Un vino! ¡Ahora!


    Esther le sirvió, y cualquiera notaba que le temblaba el pulso al hacerlo. Una vez tuvo el vaso en sus manos, Onara probó el vino y a los pocos segundos se lo escupió a Esther en la cara.


    —¡Está picado, puta!


    Mientras Esther se limpiaba la cara con un trapo, Dayana saltó el mostrador y retorció el brazo derecho de Onara, haciendola girarse y quedar de espaldas a ella. Ante la presión de la llave, la obesa mujer hincó una rodilla.


    —Puedo tenerte así todo el día —afirmó con sequedad, apretando la mandíbula—, así que yo me rendiría pronto.


    Onara aleteaba el brazo izquierdo intentando golpear inútilmente a su rival mientras profería los peores insultos y amenazas, ante la mirada atónita de Cneo y Máximus. Finalmente, la mujer dejó de resistirse y cerró la boca, con clara expresión de rabia.


    —No vuelvas a faltar al respeto a nadie dentro de esta taberna. Y como te conozco, doy por hecho que en casa te desahogarás con tu marido. Como vuelva a verlo con marcas de golpes, te rompo un brazo. Ya ves que soy capaz.


    Al decir esto, la soltó y Onara se alejó lo más rápido que pudo. Una vez estaba a una prudente distancia, comenzó a gritar:


    —¡Esto no quedará así, pedazo de zorra!


    Y salió corriendo por la puerta ante las risas de todos los presentes, excepto los dos soldados, que estaban atónitos ante lo que acababan de ver. En ese momento, Dayana se dirigió a ellos.


    —Ya va siendo hora de cerrar. ¿Podéis pagar, por favor?

    —Sí, claro—contestó Máximus—. Estoy impresionado. Tienes una gran puntería, y reducir a esa mala pécora tiene mucho mérito para alguien de tu tamaño. Te han entrenado, ¿Verdad?

    —Más o menos. Yo...—titubeó sonrojada, tocándose la melena con visible nerviosismo.

    —A Dayana la ha entrenado su padre, que fue comandante durante la guerra —aclaró Steve.

    —Bueno, tampoco estoy tan en forma—afirmó ella con sinceridad—. Hace años que casi no entreno porque trabajo de sol a sol y vuelvo a casa reventada. Pero reducir a esa vieja no tiene tanto mérito… y lo de los dardos, como suelo jugar aquí mantengo la puntería.

    —Te llamas Dayana Blossom. ¿Cierto? —preguntó Cneo.

    —Sí.

    —Fuimos soldados bajo el mando de tu padre —afirmó visiblemente emocionado—. Yo soy Cneo, y mi amigo, Máximus. En nombre de los dos puedo decir que estamos muy felices por conocerte.

  • Mmm a ver, muchas cosas que decirte. La primera es que te tengo envidia. Ojalá yo escribiera tan bien como tu. Otra cosa que te quería comentar es que yo no haría mucho caso a las acotaciones de los foreros en plan: "No me gusta lo de su cara bañada por el sol". Cada persona tiene unos gustos y estilos diferentes, a mi particularmente me gusta como queda ese expresión, de echo, la he usado tal cual.

    Por supuesto, he releido los anteriores textos para ubicarme. La segunda mitad del texto me ha gustado mucho; se demuestra mediante una metáfora que Dayana es diestra y directamente que sabe defenderse, además el giro final es muy bueno, ya que, estas uniendo mediante el padre de Dayana a Cneo, Maximus y a la misma Dayana, lo que facilita poder contar la historia desde distintas perspectivas.

    Hablemos de la primera mitad del texto y siento tener que criticar partes de tu obra pero creo que será beneficioso para ti. A ver, cojamos este párrafo.

    Al entrar vieron, detrás del mostrador, a dos mujeres muy ocupadas sirviendo jarras a la numerosa clientela, y a un hombre que debía ser el dueño del establecimiento. Decidieron sentarse en una mesa, y esperar a ser atendidos, puesto que no tenían prisa. Dado el ruido de fondo, podían hablar sin temor a ser escuchados.

    Se que soy un poco maniático de las descripciones pero pienso que una buena historia debe tenerlas en su justa medida (no como hizo Tolkien, claro). Cuando los personajes descubran una nueva localización es muy de agradecer que el lector pueda imaginar como es. En el párrafo escribes las personas que hay en la taberna. Eso está bien. A las muchachas ya las has descrito, del dueño, por lo que dices de él parece una persona amable que confía en sus trabajadoras, sin embargo, podrías describirlo físicamente o si piensas que no va contigo o no se te da bien decir "el dueño del local parecía el tipo de hombre que ha vivido muchos inviernos y no muy agradables". De esa forma estas diciendo que es un tipo de apariencia dura y con mucha calle a sus espaldas.

    Otro ejemplo es un truco que uso yo. Cuando los personajes entran, en este caso, en una taberna, piensa que sus sentidos: vista, oído y olfato sobre todo se activan. Un ejemplo:

    "Al entrar en el local, los dos hombres sintieron el agradable cambio de temperatura que, unido al olor de la cocina le daba al sitio un ambiente hogareño. La taberna, hecha casi en su totalidad de madera de pino apenas estaba decorada con alguna cabeza de ciervo y un par de jarrones situados en la barra. Las mesas, eran toscas al igual que las sillas, fuertes y funcionales; de todos modos tipos como Cneo y Maximus, teniendo en cuenta su profesión no necesitaban mucho más."

    (espero no estarme pasando de entrometido)

    No tengas prisa en que la historia avance rápido. A mi me ocurre eso, quiero llegar a los momentos que realmente quiero escribir, ya sea por su epicidad o por tener un giro extraordinario. Abusar de los diálogos es un arma de doble filo, le da rapidez y dinamismo a la historia pero si, como ya digo, abusas de ellos al final las paginas parecen estar vacías.

    Por último, y ya te dejo tranquilo, me ha llamado la atención este momento.

    —Está muy bien la chica morena. ¿Eh? —afirmó con una sonrisa pícara.

    —Cómo eres, Cneo —le espetó friamente—. No hemos venido aquí a divertirnos.

    —¡Tenemos derecho a evadirnos un rato después de este largo viaje!

    —Tienes razón, no debería haber sido tan borde —dijo a modo de disculpa—. Y sí, qué pedazo de mujer.

    Es solo un pequeño apunte. Cuando Maximus se disculpa tan deprisa da la sensación de que, o bien Cneo es el líder de los dos o que Maximus es un hombre de poco carácter. En este último apunte quizá me estoy extralimitando y estoy totalmente abierto a que me respondas contándome en todo lo que me he equivocado, en general. En serio, si algo te ha molestado o quieres explicarme lo que querías transmitir, ya que me gustaría leerme la novela entera, dímelo sin reparos.

    Espero haberte ayudado, de corazón. Un saludo y sigue adelante.


  • Gracias. No te pasas de entrometido y siempre agradezco las opiniones sinceras. Lo has leido con mucha atención y has hecho un análisis muy minucioso, así que mi agradecimiento es doble ¡o triple!

    No escribo tan bien, pero es que este capítulo lo he retocado muchas veces desde que lo escribí, y al final se ha pulido bastante.

    En mi próximo turno de la lista estás exento de tener que comentar para poder subir texto, ya que pondré lo que queda del capítulo 1, es decir, a partir de cuando Cneo y Máximus van a la taberna... y ya lo has comentado.

    ¡Un saludo!
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