De la mano de mi abuelo iba y venia al colegio, mientras mis padres trabajaban.
Mis días transcurrían a su lado. Con él aprendí a jugar ajedrez, podar rosales y preparar el licor de limón.
La vida a su lado era un eterno hacer cosas, nunca se cansaba.
Al atardecer comenzaba la ceremonia de fumar. Se sentaba, llenaba su pipa y fumaba.
Era un aroma inconfundible. Una mezcla dulce y aroma a chocolate.
Una mañana el corazón del abuelo dijo basta, y se fue por un camino sin regreso.
Su muerte me sacudió, mis pocos años no comprendían el significado de la palabra muerte. Esperaba verlo regresar.
Crecí y los años se llevaron su recuerdo.
Hasta que una tarde, al pasar por una casa me llegó un aroma a tabaco. ¡Era el suyo!
-¡El abuelo Resti! –su imagen llegó clara desde el fondo de mi memoria.
No lo podía comprender, un simple perfume a tabaco despertó en mí su imagen, su presencia llegó nítida y sentí de nuevo el dolor de no tenerlo y unas ganas tremendas de llorar.
Comentarios
Expones este hecho envuelto en el papel de regalo de la figura del abuelo.
Te felicito
Un abrazo
Que pases un lindo fin de semana.
María