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En la cafetería, muy temprano.

Jose BarbasJose Barbas Anónimo s.XI
editado noviembre 2014 en Narrativa
Dentro de poco los rayos del sol iluminarán la terraza donde me encuentro, y al punto sentiré un picor sobre la piel todavía fresco, mientras veo el amanecer y me repongo de la temprana carrera que emprendí con la noche cerrada aún sobre su espléndida negrura. Estoy en la facultad de psicología donde estudio filosofía desde hace tres años.
Antes de nada he de aclarar que lo mio con la filosofía no fue una historia de amor que irrevocablemente me sacó del sueño, ni un deslumbramiento repentino ante el mundo etéreo de las ideas. No hay relámpago, intuición intelectual. Mi decisión estuvo basada en el orgullo, quien sabe si la vanidad o la bajeza de representar un papel que me es ajeno, y con el que apenas tengo en común dos o tres puntos fundamentales, por darles algún nombre.

Pero no estoy aquí para hablar de mis pasatiempos. La noche ha sido larga, y en su quietud he permanecido despierto, con los párpados replegados sobre las cuencas de mi calavera. El insomnio me ha vencido a las 6 30 de la mañana a fuerza de preocupaciones, de pensamientos confusos, de notas discordantes que no se curan con ibuprofeno ni masajes capilares, y mucho menos pensando.

He aprendido, sin embargo, a jugar con el tiempo, a hacer malabarismos con el cuerpo, a optimizar mi conciencia reduciéndola a sus funciones básicas, a sabiendas de que se trata ya de algo crónico que sólo puede empeorar. Soy consciente de mi desgracia, y eso me tranquiliza... Pamplinas. Un día lo que sólo está latente se hará explícito, brotará sin más de lo profundo, y entonces saborearé las consecuencias de mis actos, como algunos pretenden. Yo estaré tranquilo, y no habrá sobresaltos por doloroso que sea el proceso. Porque de algún modo todo estaba escrito , mucho tiempo atrás, en cada gesto, en cada acción que yo ejercía, con pleno conocimiento de lo fatal. Derrota inminente. O tal vez no. Los aliens no viven en el espacio, de eso estoy seguro. Existe una fuerza dominadora que permanece; un gran felino que amenaza con devorar al domador que nunca ha de envilecerse en su actuación, que no debe caer en la insegura complacencia de la memoria, por el dominio que ejerció en otros tiempos sobre las fieras. Animales salvajes, impredecibles. Monstruos que producen tibios escalofríos y embrollan los intestinos de sus víctimas que como zombies, prosiguen sus rutinas bajo su apariencia de dóciles animalitos domésticos.

El sol despunta ya con cierta altura y siento su energía sobre la nuca, aunque yo siga sin vacilaciones en la negrura más profunda.

Tal vez debería olvidar estas divagaciones, estos absurdos extravíos que vengo relatando sin otro fin que el de purgar mi espíritu encharcado, lleno de culpa, que el de reponer el débil cuerpo que soporta mi vida; escuálido, raído y fofo, entre papeles ya gastados llenos de palabras de sabios desocupados. Con desgana guardo mis papeles y compruebo los bolsillos. Donde voy no necesito nada; o sólo lo justo para mantener a raya esta especie extraña de locura consciente que es como una estrecha celda. Y en mi oscuro cautiverio hablo de metafísica, de epistemología, semántica y otras cosas que ahora se muestran vacías e insignificantes. Epicuro y otros tantos estaban equivocados respecto al carácter paliativo de la filosofía, si bien no creo ya en ninguna de mis opiniones. Todo es una cuestión de forma, de gestos aprobatorios y sonrisas pactadas. Todo pertenece al reino de la comunidad, ese gran algo impersonal, un fantasma enorme que reclama para sí los comportamientos, las palabras, corrientes y derivas de los pensamientos que ingenuamente nos apropiamos. Estoy con los sofistas, esos terroristas del pensamiento. El Leviatan se llama lenguaje. Quizá por eso busco en las tinieblas; en las pesadillas donde puedo ser fustigado por los fantasmas que conocen lo más hondo, la verdad con mayúsculas, sin poner en peligro mi pusilánime condición.


Sé lo que están pensando, que exagero, que sólo es un mal bache, que bla bla bla. Ya estoy cansado de idioteces, de palmaditas en la espalda, de falsedades. Si hay una salida del laberinto debo enfrentar sólo al minotauro, al dolor que se alimenta cuando como y respira cuando duermo. Pero acaso no soy yo mismo el demonio? Acaso no encuentro cierto placer en mortificarme, en decirme la verdad? Acaso no soy yo el tirano que ríe cruel ante lo que queda de noble, ya muy débil, en mi espíritu? Dónde se halla la fuerza, dónde germina el contra-poder que agazapado en el trabajo sordo del esclavo espera su rebelión?. Hasta ahora no lo he encontrado salvo en las fábulas de los filósofos inocentes que, como no, se pervierten al tomar un cuerpo.
Es tarde. Suspiro y subo con desgana la escalera. Voy a clase de metafísica...

Comentarios

  • BLADERUNNERBLADERUNNER Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado noviembre 2014
    Muy bien escrito, me gusta mucho como juegas con las palabras, de un modo retórico, poético, y sobre todo introspectivo. Se nota cierto cansancio anímico en la última etapa de tu crónica. Se hace uno partícipe de ella. !Muy bien!

    Saludos
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