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El errante del eco (Relato corto)

HaskozHaskoz Gonzalo de Berceo s.XIII
editado julio 2014 en Fantástica
El errante del eco

Vagaba como un alma en pena entre los árboles de aquel bosque quemado, sin rumbo, dejándose llevar por el sonido de un eco extraño perdido en la lejanía.
No sabía cuánto tiempo llevaba caminando, pero tampoco importaba, pues el tiempo se había detenido. Los huesos de varios animales adornaban el camino que su cuerpo seguía, a medida que la bruma que cubría el lugar se hacía más densa. El cielo, cubierto de nubes oscuras, dejaba caer su llanto sobre el extraño paisaje, levantando al chocar contra el suelo un insoportable olor a podredumbre.
Pronto alcanzó la orilla de un lago.
Se acercó hasta que el agua, limpia y cristalina en contraste con el resto del paisaje, le dio por las rodillas. Después miró hacía abajo para ver su rostro reflejado, pero no vio nada, pues su cuerpo no existía en aquel lugar.
Siguió avanzando, adentrándose en aquellas aguas guiado, siempre, por el eco de una voz incomprensible.
Al fondo, casi al otro lado del lago, se podía observar la silueta de una mujer sentada encima de una enorme roca. La señora sujetaba un bebé en brazos, un niño que, al igual que ella, no paraba de llorar. El viandante pasó a su lado, observándolos, mirando atentamente la cara del niño a medida que una lágrima se deslizaba por su mejilla en dirección al agua del lago, desvaneciéndose en el aire antes de llegar a su destino.
La madre del pequeño contempló al caminante, señalándolo con el dedo. Acto seguido cogió al bebé y se lo mostró. El hombre pudo apreciar perfectamente que el pequeño rostro del niño estaba desfigurado, abrasado por las llamas que habían atormentado al transeúnte en el pasado. El joven quiso parar, detenerse frente a la mujer y agarrar al recién nacido en brazos, pero no pudo. Su cuerpo no le respondía y tan solo caminaba hacia delante.
Dejó atrás el lago. Ahora, frente a él, se encontraba una enorme montaña. Rocosa y polvorienta, aquel coloso tenía tallada en su propia piedra una escalera que subía hacia lo más alto de su estructura. El eco sonaba en ese momento más fuerte, haciendo que las piernas del hombre errante continuasen andando, a pesar de que sus pies sangraran por no haber parado en tanto tiempo.
Subió por las escaleras, peldaño a peldaño, durante un sinfín de tiempo. Las aristas de las rocas, afiladas como cuchillas, seguían mutilando sus pies, haciendo que dejara un rastro de sangre y dolor a su paso.
A mitad de las escaleras llegó a una amplia explanada. Una multitud de gente estaba allí reunida, observando más allá de donde continuaban las escaleras, algo que el viajero no era capaz de ver.
Poco a poco, la muchedumbre empezó a girarse y a señalarlo con el dedo. Caras de rabia, gritos e insultos lo acechaban. Pronto alguien le tiró una piedra, y todos los demás lo imitaron. Las piedras lo golpearon una y otra vez con fuerza, cubriendo su cuerpo magullado de cortes sangrantes, rajando su ropa, golpeando cada parte de su ser... hasta que cayó al suelo.
Continuó avanzando, arrastrándose entre pedradas e insultos, sangrando y dolorido.
Ojalá pudiese caer tumbado allí mismo, entre aquel gentío que ahora se reía de él y disfrutaba viéndolo sufrir. Ojalá pudiese morir y acabar así con ese sufrimiento. Pero no podía. Avanzaba de rodillas hacia las escaleras, con los huesos del cuerpo a punto de quebrarse. Tan solo quería llegar a la cima y poder arrojarse al vacío, acabar con todo y volver a ser libre.
Levantó un momento la mirada del suelo. Delante de él se encontraba un árbol de cuya rama más alta pendía, con el cuello atado por una soga, una mujer. Algo en su interior se removió e hizo que las lágrimas volviesen a brotar de sus ojos.
Quiso alcanzar el árbol, pero cada vez que se acercaba a él éste parecía alejarse más.
En su intento por alcanzarlo fue subiendo los peldaños de la escalera, hasta que, sin darse cuenta, se halló en la cima.
Una vez más, el árbol se apareció ante él. En un último intento, se arrastró sangrando, con el cuerpo magullado y los huesos de las rótulas atravesando su piel, hasta que por fin lo alcanzó.
Volvió a levantar la mirada pero, en lugar de encontrar el árbol, descubrió a la chica que antes estaba ahorcada en él, con la marca de la soga todavía adornando su cuello. Consiguió ponerse de pie y mirar a la joven directamente a los ojos. Y entonces, sin saber como sucedió, fue capaz de pronunciar algo que llevaba tiempo queriendo decir.
La chica le dedicó un sonrisa. No había rabia ni dolor en su rostro. Se acercó a él, lo abrazó y arrimó sus labios a los oídos del muchacho. Fue entonces cuando el eco que lo guió le llegó en forma de susurro, salido de los labios de la joven.
Tan solo fueron dos palabras las que le dijo al oído, dos palabras que tantas veces atrás había repetido entre sábanas. Tan solo fueron dos palabras las que fueron capaces de hacerlo sonreír de nuevo, antes de que su corazón se parase para siempre.

Comentarios

  • echevaecheva Anónimo s.XI
    editado febrero 2014
    Buen relato, me ha dejado muy intrigado.
  • HaskozHaskoz Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado abril 2014
    Muchas gracias echeva!!
    Nos leemos!!
  • Nae SirudNae Sirud Juan Boscán s.XVI
    editado abril 2014
    Inquietante, sin duda. También fui a echar un vistazo en tu blog, hai muy buenos textos cortos. Lo visitaré más veces, cuando haya tiempo. Saludos.
  • evilaroevilaro Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado abril 2014
    Muy bueno...

    Anima a leer más.

    Saludos

    Emilio
  • HaskozHaskoz Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado julio 2014
    Muchas gracias a todos por los comentarios.
    He estado un poco inactivo estos días, pero pronto volveré a la carga.
  • BenedictoBenedicto Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado julio 2014
    Un relato muy sugerente, despierta la imaginación del lector.

    Creo que las dos palabras finales son: "te amo". ¿No?

    Salud y ventura.
  • aguaclaraaguaclara Pedro Abad s.XII
    editado julio 2014
    Sin duda, has sabido rodearnos a todos en la atmósfera de ese paisaje, oprimirnos con el sufrimiento y dolor del protagonista y hacernos ver que todo lo que éste ha pasado en el camino y con lo que nosotros, los lectores de tu relato, hemos sufrido también al leerlo, ha valido la pena por conseguir esas dos palabras de su amada con las que ha concluido todo.
    Me ha encantado.
  • HaskozHaskoz Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado julio 2014
    Muchas gracias a los dos! Me alegra saber que os ha gustado ;)
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