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Las huellas de su andar

JenofonteJenofonte Fernando de Rojas s.XV
editado noviembre 2012 en Narrativa
Venía caminando por la vereda de enfrente, alta, delgada, pero bien formada, su naricita apuntaba al cielo y su paso, firme y majestuoso, parecía indicar que ella, la reina, era la dueña de la calle.
Me detuve y la seguí con la mirada hasta que desapareció a la vuelta de la esquina con un revoloteo de su falda, dejando en el aire el rastro de ese "no sé qué" de mujer interesante.
Esa calle no era el camino que yo hacía habitualmente cuando iba a la plaza, pero ese día, sin ninguna razón en especial, decidí irme por ahí.
Olvidé la fugaz visión hasta que otro día, camino de nuevo a la plaza, que era el centro de reunión de novios, postulantes a serlo, o simples ociosos, la recordé y decidí pasar por la misma calle, con una mezcla de interés y de juego de azar. Si volvía a verla, bien, si no, no importaba mayormente.
Bueno, allá venía de nuevo, el mismo paso, la misma actitud, la misma belleza. Ahora comenzaba a interesarme y decidí seguirla durante un rato, para ver a dónde iba. Dos cuadras más allá de la esquina se detuvo frente a una casa más o menos elegante, abrió la puerta y entró sin mirar atrás.
A los diecisiete años uno es capaz de hacer tonterías que, pasado el tiempo, se hacen muy difíciles de explicar. Comencé a buscarla, es decir que me dio por transitar por las mismas calles esperando verla. La mayoría de las veces no pasó nada, pero en algunas ocasiones la vi venir y, como en una especie de rito, la seguía de lejos hasta verla entrar por la puerta de la casa.
Pero en una ocasión en que iba a la plaza, esta vez acompañado por el `Fideo` y el `Beto`, dos raros especímenes de la fauna local que eran entonces mis amigos, seguí el mismo camino que ya era mi costumbre y necesidad. Como siempre, ya lo hacía sin pensar, me detuve en la esquina a esperar por si aparecía, cosa que llamo inmediatamente la atención de mis acompañantes.
Después de lograr un dudoso compromiso de confidencialidad, basado en palabra de caballeros, cuestión dudosa también, por supuesto, les conté de mi floreciente amor platónico por la niña caminante que, justamente, ya pasaba por la vereda de enfrente.
El `Beto`, sencillo entre los sencillos, aprobó mi gusto, pero el `Fideo` la encontró muy "parada" es decir presuntuosa.
—Con ella no vas a ninguna parte —me dijo— olvídate.
Como fuera, a mi me gustaba porque la encontraba bonita pero, sobretodo, por su manera de caminar. Además, me atraía su aire misterioso.
La volví a ver un par de veces más hasta que un día, en que nos juntamos los tres, no recuerdo por que razón, el `Fideo` nos dijo:
—Ya sé quien es, es la doméstica de esa casa, estás bajando mucho la puntería.
—No creo — dijo el `Beto`— y de todas maneras es lo de menos, se nota que es diferente.
—¿Y te casarías con una doméstica? —casi gritó el `Fideo`— tendrías que estar loco.
El `Beto` no era de los que discuten, así es que solo dijo algo como: —yo creo que si alguien se enamora se enamora no más.
Ahí fue cuando el `Fideo` comenzó a darnos sus argumentos de por que la diferencia de clase social podía convertir un amor en imposible. Que la diferencia de cultura, que el nivel de educación, y finalmente algo que presentó como una barrera infranqueable.
—Piensen —nos dijo— ¿que dirían sus madres si llegan a la casa con una doméstica?
Esa frasecita me dejó pensando, imaginé la tormenta, los truenos, los rayos cayendo sobre mi cabeza.
Seguimos caminando, el `Beto` y yo guardábamos silencio a excepción de algunos débiles —pero y si estás muy enamorado... que no sonaban muy convincentes ante la perorata del `Fideo`, que ahora nos lanzaba encima todo el peso de la sociedad.
Nos fuimos cada uno por su lado y, cuando nos juntamos de nuevo, nunca volvimos a tocar el tema.
Por mi parte, aunque a veces pensaba en ella, ya no volví a pasar por su calle.
Un mes después trasladaron a mi padre al sur y nos fuimos, dejando atrás la ciudad dónde había vivido algunos felices años.
Muchos años después, tal vez unos treinta, me enviaron en un viaje de inspección, por lo que, después de terminar el trabajo decidí buscar al `Beto`. Si había una posibilidad de encontrarlo sería en el antiguo negocio de su padre, y ahí estaba, me reconoció al instante, —estás igual —me dijo, yo dije lo mismo mientras nos dábamos un abrazo.
Me contó que había heredado la tienda y que ahora luchaba por mantenerla a flote a pesar de las grandes casas comerciales que comenzaban a inundarlo todo. Nos quedamos conversando en la entrada de la tienda mientras mirábamos pasar la gente.
De pronto me tomó el brazo y me dijo: —mira, ¿te acuerdas del pesado del `Fideo`? —mientras me indicaba a un hombre que en ese momento cruzaba la calle.
—¿Donde? —pregunté, yo buscaba un hombre delgado mientras el `Beto` me indicaba al hombre obeso que ahora estaba mirando sin interés una vitrina.
—Es él —me dijo riendo— a veces se encuentra aquí con su mujer, pero hace muchos años que no me saluda, está a otro nivel, es abogado y, como socio de su suegro está muy bien colocado.
—¡Mira! —exclamó— ahí viene su esposa...
Debo haber puesto una increíble cara de asombro, porque el `Beto` se puso a reír.
—¡No lo sabias! ¡Claro, cómo ibas a saberlo!
Era ella, su rostro acusaba el paso del tiempo pero su naricita seguía apuntando al cielo, su cuerpo era el de una mujer madura, pero su manera de caminar no había cambiado, su paso era siempre el de una soberana. Me quedé pasmado.
—No era la doméstica de la casa —dijo el `Beto`— era la hija del dueño, un cuento chino fue el que nos metió el `Fideo`. Cuando te fuiste ya no me junté con él, después supe que se pusieron de novios y, cuando salieron de la universidad, se casaron.
—¿Quieres decir entonces que ya andaba detrás de ella?
—No lo sé, pero si es así parece que pensaba a largo plazo ¿no crees?
Me sentí mal mientras los vi alejarse, él, balanceándose como un luchador de sumo y ella, flotando en el aire.
—Maldito sea —me dije con rabia.
Había pasado mucho tiempo y creía haberla olvidado, pero ahora que el tiempo la traía de regreso, los celos me mordían el alma mientras miraba alejarse, con su aire de reina, inalcanzable, mi sueño lejano.

Jenofonte

Comentarios

  • WoodedWooded Garcilaso de la Vega XVI
    editado noviembre 2012
    Me gusto el relato. Se hizo ameno. Nos paseo por el pasado, nos trajo al presente, pero sin profundizar en exceso en la nostalgia.
    El "maldito sea" ya no me agrado, no encontre la fuerza que hubiera esperado en el desenlace, digo, simplemente lo hubiera expresado distinto, tipo "hijo de puta" o algo semejante, pero eso es muy personal claro.

    Saludos.
  • JenofonteJenofonte Fernando de Rojas s.XV
    editado noviembre 2012
    Gracias por leer y por el comentario. Lo demás es personal, como dices, porque yo, cuando quiero insultar a alguien, lo insulto a él, no a su madre.
  • LeosLeos Fernando de Rojas s.XV
    editado noviembre 2012
    Jenofonte, me parece un excelente relato; bien escrito, bien ambientado.

    Saludos.
  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado noviembre 2012
    Eso pasa cuando hay faldas de por medio y la poca astucia de averiguar o afrontar la realidad, que importaba si era doméstica, la hija del dueño o la reina de España, era la mujer que te interesaba, no más, pero ganó los falsos prejuicios y el amigo se llevo el premio, :rolleyes::)
  • AlbatrossAlbatross Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado noviembre 2012
    Eso pasa por fiarse uno de abogados. Buena ambientación, buen ritmo, he pasado un rato agradable leyéndolo. Gracias por compartirlo.
  • SinrimaSinrima Miguel de Cervantes s.XVII
    editado noviembre 2012
    Jenofonte, soy "fan" tuya.Me gusta mucho,mucho, cómo escribes y describes.
    Ambientes, personajes,prejuicios, arrebatos sentimentales de adolescentes...Ese andar que deja huella en él; huellas que conducen al presente muchos años después.

    Mi felicitación.

    Saludos.
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