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La pasión de don Hernán o los amores y la muerte

Conde WaldsteinConde Waldstein Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
editado octubre 2012 en Poesía General
EL CURUXÍN D’ASTURIES
Visite: http://jrma1987.blogspot.com

José Ramón Muñiz Álvarez
“LA PASIÓN DE DON HERNÁN” o “LOS AMORES Y LA MUERTE”
(drama)

En una mazmorra.

ESCENA I-. Don Hernán habla para sí.

HERNÁN-. Fuentes de clara frescura,
brisas limpias de mañana,
dulce dicha que lozana,
con el arroyo murmura,
no sabéis de la tortura
que en mí tiene el aposento,
que, ya que soy sufrimiento,
esperanza de la nada,
quiero al menos la alborada
que me roza con su aliento.

No puede haber más tristeza,
más dolor, más soledad
que en quien, sin la libertad,
llora el mal de esta dureza.
Y el alba por fin bosteza,
que, anunciando la mañana,
por esa triste ventana
arden las luces del día,
cuando, con la brisa fría,
dan su caricia temprana:

pronto el aire engalanado
mostrará los altos montes,
los callados horizontes,
las hermosuras del prado.
Y, entre tanto, yo, encerrado,
siento dolor y tormento,
porque el susurro del viento
me sugiere la hermosura
de los bosques, la frescura
de la brisa y de su aliento.

Y es que, en este desatino,
es tan grande mi dolor,
que me imagino el amor
de las flores del camino.
Pero es este mi destino,
pues que, del rey prisionero,
lo que ordene triste espero,
ya que su juicio castiga
a quien el amor obliga
como noble caballero.

ESCENA II-. Llegada de Aurora.

AURORA-. No sé lo que habrá ocurrido,
mas me dijo una mujer
que por un raro querer
estabais aquí metido.
Según lo que hube entendido,
vos quisisteis escapar,
llevaros a otro lugar
a la más dulce infantina.
HERNÁN-. Pero, con sangre mezquina,
me hubieron de delatar.

AURORA-. Gran delito es la traición,
y es que en la ley está escrito,
porque no hay mayor delito
en más sucio corazón.
HERNÁN-. Ellos no tienen razón,
que yo soy el traicionado.
AURORA-. Sois un bellaco malvado
que, con no poca maldad,
engañáis la lealtad
a la que estáis obligado.

HERNÁN-. Pero toda la mentira
que atrapado aquí me tiene
la reina urdió, pues que pene
quiere al tiempo que delira.
AURORA-. Es un alma que suspira
por vuestro amor, buen Hernán.
HERNÁN-. Malos amores me dan
esos ojos con engaños,
que con sus celos tacaños
grandes pesares vendrán.

ESCENA III-. Llegada de la infantina.

INFANTINA-. Don Hernán, amigo mío,
quién os pudiera ayudar,
porque se tuerce el azar
y hace el destino sombrío.
Al decirlo me entra frío,
mas os han de dar la muerte.
HERNÁN-. No me cabe mejor suerte
que la suerte de morir
para acabar de sufrir
esta desgracia tan fuerte.

INFANTINA-. He pedido la clemencia
al buen rey, que no ha querido,
que delito grave ha sido
vuestro amor, vuestra imprudencia.
HERNÁN-. No se siente mi conciencia
de perder así la vida:
una pasión encendida
vive en mi pecho por vos,
y, pues ello está de Dios,
mi fortuna está rendida.

AURORA-. Lo tenéis bien merecido,
ya que sois tan embustero.
INFANTINA-. Escuchar eso no quiero.
AURORA-. Es un maldito bandido.
Y, el destino decidido,
agotada la esperanza,
debiera mostrar templanza,
sabiendo que va a morir.
INFANTINA-. Lo que acabáis de decir
no es muy digno de alabanza.

Pero es cierto que es traidor
y que ha sido condenado,
que me duele a mí su estado
y me apena su dolor.
Y es justo que, sin favor,
sin perdón y sin clemencia
cumpla la triste sentencia
que manda cumplir la ley
según decreto del rey.
HERNÁN-. ¿He pedido yo clemencia?

ESCENA IV-. Viene el carcelero.

HERNÁN-. Poco importa ya la muerte
si viene con paz serena,
que hay quien con mal envenena
el pecho que no lo advierte.
AURORA-. Dejadme, señor, que acierte
a decir quién es veneno.
CARCELERO-. ¡Estoy de escucharos lleno,
pues que quiero descansar!
INFANTINA-. Poca paz podréis hallar
en rincón poco sereno.

CARCELERO-. Pero si está aquí la infanta…
INFANTINA-. Vuestra labor es servil,
y sois vos un hombre vil,
que eso es cosa que me espanta.
CARCELERO-. ¿Y qué hace nobleza tanta
en esta prisión maldita
donde la piedra tirita
y hace el hielo su aposento?
¿Es que no hay mejor asiento
para doña Margarita?

INFANTINA-. He venido por mi pie
desde la torre cercana.
CARCELERO-. ¡Hija de una soberana!
AURORA-. ¡No es posible que aquí esté!
INFANTINA-. Escuchad lo que os diré
y mi padre no ha escuchado:
por el amor embrujado,
don Hernán me arrebató,
pero no me secuestró,
que obedeció mi mandado.

Mas, si es culpa de un engaño,
debiera obediencia, creo,
a quien lo tiene por reo,
que ha causado mucho daño.
HERNÁN-. Acaso se me hace extraño
de vuestro pecho belleza
el rigor y la dureza
con que habéis de condenarme.
INFANTINA-. Llegasteis a arrebatarme
llevado de la torpeza.

2010 © José Ramón Muñiz Álvarez
“La pasión de don Hernán”
o “Los amores y la muerte”
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

Comentarios

  • Conde WaldsteinConde Waldstein Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado octubre 2012

    ESCENA V-. Quedan solos Hernán y el carcelero.

    HERNÁN-. Poco importa ya este sino,
    que, cansado de amargura,
    cesará al fin la andadura
    de este torcido camino.
    CARCELERO-. El ánimo mortecino
    suele dejar atrapado
    al mísero condenado,
    que dice perder el alma
    porque no tiene la calma
    que falta a su triste estado.

    Pero ya que con traiciones
    os han llevado al engaño
    ¿quién, queriendo haceros daño,
    hizo las maquinaciones?
    ¿gente de extrañas naciones
    os propuso el desacierto?
    HERNÁN-. Un niño ciego que, muerto,
    mi sufrimiento ha querido,
    pues su flecha me ha dolido
    y su fe mala ya advierto.

    Y es que la sangre me hiela
    ese amor que se propone,
    que me gobierna y dispone
    que ya nada me consuela.
    Pero siento que ya vuela
    libre el alma hacia el olvido
    de este estado dolorido
    al que desdichado apelo,
    que siento que soy de hielo
    por los amores vencido.

    CARCELERO-. Contadme qué sucedió,
    que me muero por saberlo.
    HERNÁN-. Ya no sé para qué hacerlo,
    pues que el rey me sentenció.
    Una mujer me engañó,
    por los celos atacada,
    pues, aunque no era mi amada,
    quería que fuese suyo.
    CARCELERO-. Lo decís sin mucho orgullo.
    HERNÁN-. Es una mujer malvada.

    Ella me mandó un escrito
    requiriendo mis amores,
    solicitando favores
    por su capricho maldito.
    Mas no quise yo, repito,
    tales amores gozar,
    que no quise yo abrazar
    ese amor que me ofrecía,
    porque, si ella me quería,
    yo tenía a quien amar.

    CARCELERO-. Por amor no ha de morir
    quien, por el rey condenado,
    llora ante mí en este estado,
    doliente por más sufrir.
    Pero sí os he de decir
    Que al rey habéis traicionado.
    Y este miedo os ha tomado
    ante la muerte segura.
    HERNÁN-. Este amor que ya se apura
    sin haberse terminado.

    Pero qué te he de explicar…
    ¿No pagaré con la vida
    una locura atrevida
    que no quiero recordar?
    CARCELERO-. Mañana os han de matar,
    que os cortarán la cabeza.
    HERNÁN-. Pondrán fin a esta tristeza
    que se vuelve en mil enojos,
    porque se admiran mis ojos
    ante tamaña dureza.

    Y al cabo, no siento pena,
    y tampoco tengo miedo,
    sueño la paz del hayedo
    en la muerte que me llena,
    y el coraje que envenena
    a las gentes con rencor,
    no me llena de dolor
    ni abate mi frágil pecho,
    pues esta ya está desecho
    por los males del amor.

    ESCENA VI-. Se va el carcelero.

    HERNÁN-. Bien vale la muerte amiga
    que redime al desgraciado,
    porque vivo destronado
    del amor que tanto obliga.
    Ninguna esperanza abriga
    mi pecho, que, en la desgracia,
    nunca dirá una falacia
    a ese amor cruel y mezquino.
    Entre tanto es mi destino
    no esperar del rey la gracia.

    Y en esto, cierto que mal
    obré, porque el amor mío
    era un amor al vacío,
    a una esperanza fatal.
    Pero ya todo es igual,
    pues que la muerte me espera,
    y no importa que me hiriera
    la crueldad de un juicio injusto,
    sino que el desdén augusto
    pide que la muerte quiera.

    Pero la muerte es un sueño
    que inspira grandes temores…
    nadie muere por amores,
    que fue siempre loco empeño.
    Si de la suerte fui dueño
    de poder ganar mi vida,
    ignoro yo si perdida
    por el dulce sentimiento
    valor tuviera, que siento
    que sería acaso vida.

    Pobre loco, que inocente
    se lanzó a su desventura,
    raudo el tiempo se apresura
    y el pensamiento en mi frente.
    Por los amores doliente
    quiero morir y no quiero,
    que, falto de amor sincero,
    aun quiere el alma vivir,
    soñar, cantar y sentir
    la luz del primer lucero.

    Que me siento confundido,
    que el temor me hace cobarde,
    pero quiere más alarde
    el valor de estar vencido.
    Cuando me hubieron prendido
    en la alcoba de la dama,
    era el temor una llama
    que en mi pecho se encendía,
    y ahora, con la luz del día,
    su incertidumbre derrama.

    ESCENA VII-. Entra la reina.

    REINA-. Hernán, se os oyen de lejos,
    tan encendidas y bellas,
    esas extrañas querellas
    que a todos dejan perplejos.
    Los más mozos y los viejos
    os saben enloquecido.
    HERNÁN-. ¿Y es que el juicio perdido
    no he de mostrar, mi señora?
    REINA-. Decidíos sin demora,
    porque sois hombre vencido.

    HERNÁN-. Entregaros yo el amor
    es acaso una quimera.
    REINA-. Yo no dudo que lo fuera,
    pero es destino mejor.
    HERNÁN-. ¿No es el rey nuestro señor
    para burlarlo cruelmente?
    Amaros es indecente,
    porque sois la reina mía.
    REINA-. Esas cosas me decía
    quien no habló sinceramente:

    porque, siendo vos vasallo,
    si vos respetáis al rey,
    no era faltar a la ley
    regalarse a ese desmallo.
    Como un mísero lacayo
    HERNÁN-. He sido su servidor,
    pero siempre con honor,
    con bondad y con templanza.
    REINA-. Midamos a dónde alcanza
    vuestra grandeza y valor:

    por ser reina puede ser
    que rechacéis mis favores,
    mas queríais los favores
    de otra elevada mujer.
    HERNÁN-. El amor me hizo querer
    el favor de la princesa,
    que se encendió esta pavesa
    en el alma como fuego.
    REINA-. Para mí tanto despego…
    HERNÁN-. Vuestra acción mucho me pesa:

    ¡Pues ese terrible escrito,
    esa carta que, prolija,
    en nombre de vuestra hija
    me condujo a este delito…!
    Ni siendo yo de granito
    Me pudiera controlar…
    REINA-. Si queréis dejarme hablar
    os daré una explicación.
    HERNÁN-. Carecéis de corazón.
    REINA-. Vos lo supisteis robar.

    HERNÁN-. Me engañó ese cruel mensaje
    que me trajo mi escudero,
    y así corrí por mi acero,
    apelando a mi coraje.
    REINA-. ¿Y no hicisteis un ultraje,
    de la forma más mezquina,
    a vuestro rey.
    HERNÁN-. La infantina
    estaba pidiendo ayuda
    y yo no sentí la duda,
    sino furia repentina.

    REINA-. Pero la dulce mujer,
    esa preciosa muchacha
    de mirada vivaracha
    ¿siente por vos tal querer?
    Mañana al amanecer
    un mal tropiezo os espera
    y sabéis que fue quimera
    el amor de la infantina.
    Ya la muerte se adivina.
    HERNÁN-. Morir acaso quisiera…

    REINA-. Hernán, no quieres la muerte.
    Grítalo a la luz del día,
    y, con tremenda osadía,
    pídele al rey otra suerte.
    HERNÁN-. ¿Tendrá piedad?
    REINA-. Solo advierte
    que estás pendiendo de un hilo,
    y que callada vigilo
    tu dolor y tu inquietud:
    no pide tu juventud
    morir con ese sigilo.

    HERNÁN-. ¿Pero sabrá perdonar
    el delito que me mancha?
    El corazón se me ensancha,
    si vos me podéis salvar.
    Pero nunca os he de dar
    lo que no siento por vos,
    y os digo que, vive Dios,
    si acaso pudiera amaros,
    mi amor pudiera ofrendaros
    para salvarnos los dos.

    REINA-. Ya no os pido vuestro amor,
    pues que sé que no me amáis,
    mas, si la vida apreciáis,
    puedo haceros el favor.
    HERNÁN-. No puedo daros amor,
    pero manda la prudencia
    que pida vuestra clemencia
    y salvéis la vida mía,
    que la sangre se me enfría
    si no tenéis indulgencia.

    ESCENA VIII-. Vuelve Aurora, que escucha sin ser vista.

    AURORA (aparte)-. La reina aquí con el preso…
    ¿Tendrá razón don Hernán?
    HERNÁN-. Mal las horas pasarán
    y yo pagaré mi exceso.
    REINA-. El lamentable suceso
    no puede ser remediado,
    pero puedo, de otro lado,
    procurar la salvación
    de quien roba mi pasión
    y a la infanta ha secuestrado.

    AURORA (aparte)-. Entonces era verdad
    y don Hernán no es traidor.
    HERNÁN-. Mengua siento y no valor,
    vivo en la infelicidad.
    Pero sé que no hay maldad
    en el pecho generoso
    que me sabe temeroso
    y quiere la vida mía.
    REINA-. Cuando ya se acabe el día,
    podréis escapar gozoso.

    AURORA (aparte)-. Mas la reina es alta dama...
    Y no sabe nada el rey,
    de quien, faltando a la ley,
    urde sin miedo esta trama.
    ¡Y que por reina la aclama
    este noble soberano!
    HERNÁN-. Habrán de saber temprano
    de mi fuga y de mi ausencia.
    REINA-. Mas, gracias a mi clemencia,
    hallarás lugar lejano.

    ESCENA IX-. Aurora se va.

    HERNÁN-. Ante Dios he de decir,
    pues soy limpio corazón,
    que os regalo mi perdón,
    pues vos me dejáis vivir.
    REINA-. Mucho hubiera de sufrir
    si os ejecutan mañana.
    HERNÁN-. Mi señora y soberana,
    cuando estas prisiones dichoso
    deje al fin, será gozoso
    imaginaros ufana.

    No sois vos a quien amar,
    mas queréis darme la vida,
    y la esperanza perdida
    no la puede rechazar.
    Y buscaré otro lugar,
    donde, a cambio del amor
    que no siento, algo mejor
    he de daros, reina mía,
    pues para mí sois el día
    que renace en el albor.

    ESCENA X-. La reina se va.

    HERNÁN-. Vuelve a nacer ese brillo,
    quimera de la esperanza,
    cuando el pecho se abalanza
    en la prisión del castillo.
    Si, amarrado por el grillo,
    la muerte era mi condena,
    descubro el alma más buena
    en quien era mi traición,
    que ahora sueña el corazón
    y de dicha se enajena.

    Y, pues ya la vida quiero
    como un dulce enamorado,
    no he de sentirme amargado,
    porque mayor bien espero.
    Del pecho nace sincero
    este gusto que ya empieza
    a ver la naturaleza
    como algo maravilloso,
    porque suele ser hermoso
    lo humilde que en ella reza:

    la rosa, con su bostezo,
    las humedades del prado,
    el bosque siempre callado,
    son su mayor aderezo.
    Y así la dicha que empiezo
    enciende la vida mía
    que, en esta cárcel sombría,
    no esperaba la piedad
    que me da su majestad
    por el amor que sentía.

    Claro silencio, aire puro,
    brisa fresca no viciada
    cuando nace la alborada
    y escala con raro apuro;
    clara belleza del monte,
    pues que tiene su belleza;
    lluvia que cae y tropieza
    al llegar al duro suelo,
    ¿no se acabó el desconsuelo
    y el dolor de la tristeza?

    Agua helada de la fuente
    que corre libre a sus anchas
    y formando raras manchas
    al dibujar la corriente
    será lo que más me aliente
    cuando, la sed ya saciada,
    en la noche ya cerrada,
    halle al fin la libertad
    que me otorga la beldad
    por quien antes fue negada.

    2010 © José Ramón Muñiz Álvarez
    “La pasión de don Hernán”
    o “Los amores y la muerte”
    TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.
  • Conde WaldsteinConde Waldstein Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado octubre 2012

    ESCENA XI-. Viene el carcelero.

    CARCELERO-. Tenéis buenas relaciones
    y muy valiosos amigos,
    que estos muros son testigos
    de tan oscuras razones.
    HERNÁN-. ¿No decís que mis traiciones
    me hacen más vil y mezquino?
    CARCELERO-. Las razones no imagino,
    mas quiere, con gran piedad,
    la reina tener piedad,
    dejaros paso al camino.

    Me ha pedido que os ayude,
    que os he de sacar de aquí,
    y, siendo la cosa así,
    no he de ser yo quien lo dude.
    Es preciso que desnude
    ante vos mi corazón,
    acusado de traición,
    como os miro entre esas rejas.
    HERNÁN-. ¡Pero por qué no me dejas!
    CARCELERO-. Quiero pediros perdón.

    Mi señor, soy carcelero,
    y lo que me han enseñado
    es a seguir lo mandado
    sin un guiño traicionero.
    Os he insultado y no quiero
    que penséis que un sentimiento
    arraiga en mí tan violento
    que os haya de querer mal.
    HERNÁN-. Todo eso me da igual.
    CARCELERO-. Señor conde, yo lo siento…

    Esta noche me han mandado
    que os deje libre y lo haré,
    pues os acompañaré
    a un lugar no transitado.
    Desde allí hasta otro condado
    iré con vos.
    HERNÁN-. ¿No es traición
    esa miserable acción
    en señor tan obediente?
    Pero no importa, es valiente
    vuestra noble decisión.

    CARCELERO-. Vuestra vida he de salvar,
    no me contestéis así.
    HERNÁN-. Tenéis razón vos, y sí
    que os lo tengo que pagar.
    Que este encierro es anhelar
    el regalo más pequeño,
    que quien se vio como dueño,
    temor hubo de la muerte,
    y es justo que desconcierte
    y que me arranque del sueño.

    Y, aunque dándome a correr,
    pierdo el rango que tenía,
    la riqueza y nombradía,
    el amor de una mujer,
    mejor es vivir que ser
    pasto de la muerte triste,
    ya que seca me desviste,
    preparándome un destino
    en que me siento sin tono
    ante la nada que insiste.

    CARCELERO-. ¿Tanto miedo habéis tenido,
    que os siento yo temeroso?
    HERNÁN-. Jamás me vio tembloroso
    el enemigo aguerrido.
    Pero me turba el sentido
    soñar con la muerte dura.
    Y aunque el coraje me apura
    del amor, temores siento,
    que la muerte no da aliento
    a quien la sabe segura.

    En mis pobres esperanzas
    he pensado largas horas,
    lamentando mil demoras,
    sufriendo tantas tardanzas,
    Que la muerte, con sus danzas,
    es amargura y tristeza.
    LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
    que los sentidos pervierte,
    que los besos de la muerte
    son de terror y tristeza.

    HERNÁN-. Y, al sufrir las soledades
    de esta desesperación,
    anhelando yo el perdón,
    sentí grandes ansiedades.
    Mayores calamidades
    no recuerda mi cabeza.
    LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
    que los sentidos pervierte,
    que los besos de la muerte
    son de terror y tristeza.

    HERNÁN-. Porque supe que la vida,
    con su vuelo repentino,
    yendo al vacío mezquino,
    quedaba, acaso, perdida.
    La esperanza resentida,
    se ablandaba mi dureza.
    LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
    que los sentidos pervierte,
    que los besos de la muerte
    son de terror y tristeza.

    CARCELERO-. Os miré tan derrotado,
    tan triste y tan abatido,
    que, turbado mi sentido,
    parezco yo el condenado.
    HERNÁN-. Sí que estáis algo turbado,
    que el dolor nunca endereza.
    LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
    que los sentidos pervierte,
    que los besos de la muerte
    son de terror y tristeza.

    HERNÁN-. Pero yo soy trovador
    de un amor sin más derecho
    que el de sentir roto el pecho
    y de la muerte el temor.
    CARCELERO-. Siento el dolor del amor
    que os tiene ya de una pieza.
    LOS DOS-. Y es terrible esa certeza
    que los sentidos pervierte,
    que los besos de la muerte
    son de terror y tristeza.

    HERNÁN-. Pero sabe la ilusión
    cebar bien las vanidades,
    que el amor, en sus crueldades
    me ha partido el corazón.
    Y es extraña sensación
    pensar que la vida enciende
    la pasión que se desprende
    de su dulzura y primor
    para ser luego el amor
    el dolor que el dolor prende.

    CARCELERO-. No hay un amor tan intenso
    que en un tiempo no se pase.
    HERNÁN-. Mas no es justo que se abrase
    mi pecho en un fuego inmenso.
    Y cuántas veces lo pienso,
    que tan duro es el amor.
    CARCELERO-. Vos seréis libre, señor,
    dejaréis estas prisiones,
    curaréis esas tensiones,
    superaréis el dolor.

    Y es que una vida dichosa
    es lo que se os ha ofrecido
    cuando estabais ya perdido.
    Y es ocasión jubilosa.
    HERNÁN-. Una muerte indecorosa
    poco importa, si el veneno
    del amor llena de cieno
    los sentimientos y llantos
    que las promesas y encantos
    fingieron como algo bueno.

    Pero, al cabo, quiero vida
    y apartarme de estos pagos,
    que el rumor de los halagos
    ve la vida corrompida.
    Esta pasión encendida
    se apagará, sin engaños,
    cuando, pasados los años,
    olvidada la infantina,
    otra pasión repentina
    quiera curar tantos daños.

    CARCELERO-. En fin, don Hernán, os dejo,
    porque tengo obligaciones,
    que atender estas prisiones
    es deber y estoy perplejo.
    Ya el horizonte bermejo
    muestra clara la mañana,
    y es que en hora tan temprana
    he de llevarles el pan
    a los presos, don Hernán.
    DON HERNÁN-. Mi dolor despacio sana…

    ESCENA XII-. El carcelero se va.

    DON HERNÁN-. Pues, igual que la alborada
    arde con gana encendida,
    quien espera nueva vida
    quiere la noche callada.
    Será discreta y velada
    cuando el preso fugitivo,
    de esta muerte escape vivo,
    que quien se siente inocente,
    como suele la corriente,
    será a su destino esquivo.

    Porque trae la noche oscura
    su belleza y su sigilo,
    mientras el silencio en vilo
    entre las sombras se apura.
    Buena es la noche más pura,
    que no una noche estrellada
    para, por fin recobrada,
    poder la vida ensalzar,
    que la quiere retomar
    quien la tiene condenada.

    Y el crepúsculo luciente,
    falto siempre de malicia,
    con esa dulce caricia
    sabrá bien besar mi frente.
    Y hallarán pronto que, ausente,
    no está triste y apenado,
    no se siente aprisionado
    el bueno de don Hernán,
    que hasta las sombras están
    por ponerse de su lado.

    Y, si seguro se baña
    bajo el manto de la noche,
    que con su dulce derroche,
    entre sombras, nos engaña,
    aunque ya nada lo daña,
    aunque corre a su destino,
    seguirá triste el camino,
    que, en amores derrotado,
    es su dolor obligado
    verse triste y mortecino.

    Será cómplice la luna
    de esta fuga apresurada,
    que tras la nube cuajada
    se ocultará inoportuna.
    Ello será mi fortuna,
    porque, lejos del castillo,
    podré bendecir su brillo,
    su color y su belleza,
    y en plena naturaleza
    podré escuchar al autillo.

    ESCENA XIII-. Llega la infantina.

    INFANTINA-. No quiero que la crueldad
    venga a cebarse, por Dios,
    con vos, don Hernán, pues vos
    sois pura sinceridad.
    Y pues no os amo en verdad,
    no penséis que me recelo:
    quisiera pedir al cielo
    que os perdone la traición,
    suspender la ejecución
    y daros algún consuelo.

    Al rey, mi padre, he pedido,
    no sin mostrar gran prudencia,
    que generosa clemencia
    os hubiese concedido.
    DON HERNÁN-. No digáis más: no ha querido
    concederme su perdón.
    INFANTINA-. Dijo que es grave traición
    secuestrar a una princesa.
    DON HERNÁN-. Ha sido una loca empresa,
    no le quitéis la razón.

    INFANTINA-. Pero más cosas me dijo,
    que es el rey un hombre bueno,
    pues que de soberbio lleno
    os miró y así os maldijo.
    Parece un raro acertijo,
    mas con vos está enfadado,
    y la razón de su enfado
    es que le hacéis desafíos.
    DON HERNÁN-. No han de sobrarme los bríos,
    si es que estoy ya condenado.

    INFANTINA-. Tal vez si pedís clemencia
    el se muestre generoso.
    DON HERNÁN-. Vuestro rostro en tan hermoso
    como mi loca imprudencia.
    INFANTINA-. ¡No respetáis la decencia
    ni en las aras de la muerte!
    DON HERNÁN-. Amo al amor, es mi suerte,
    y, pues tengo que morir,
    ya más no puedo sufrir.
    Dejad que el amor acierte.

    INFANTINA-. Mi padre os perdonará
    si vos pedís el perdón.
    DON HERNÁN-. No importa ya su razón:
    perdonarme no querrá.
    Con gusto me matará,
    que de traidor me ha tratado.
    Mas un hombre enamorado
    no es un alma que traiciona
    al amor que no perdona
    a este pobre sentenciado.

    INFANTINA-. No seáis tan numantino.
    Él es hombre generoso.
    DON HERNÁN-. Mi corazón jubiloso
    acepta un triste destino.
    Mas, si acaso peregrino,
    quiere el vuestro darme vida,
    me pediréis enseguida
    que pida perdón al rey,
    que, siendo el amor mi ley,
    así me daréis la vida.

    Si me cortan la cabeza
    poco me debe importar.
    INFANTINA-. Dejad, conde, de jugar
    y mostrad más entereza.
    Aquí vuestra vida empieza
    si demostráis ser prudente.
    DON HERNÁN-. Pedid vos que justamente
    pida al rey misericordia,
    y vos seréis mi concordia
    con la vida que está ausente.

    INFANTINA-. No me escucháis lo que os ruego:
    os pido de corazón
    que pidáis al rey perdón
    y abandonéis ese juego.
    DON HERNÁN-. Vos me llenáis de sosiego
    al haceros recadera
    de mi escudo y mi bandera
    al pedir perdón al rey,
    que, aunque lo mande la ley,
    pediréis que yo no muera.

    Decidle que soy cobarde,
    que lloro aquí destemplado
    mi imprudencia, acobardado,
    viendo que ya se hace tarde.
    Pedid que el soberbio alarde
    perdone y que, generoso,
    me deje vivir gozoso
    la vida que no merezco,
    pues de mí me compadezco,
    que me falta ya reposo.

    Y aunque os amo como a nada,
    sabré callar los dolores,
    que no sentís vos amores
    por mi persona alocada.
    Indicad que mancillada
    quedará mi nombradía,
    pero que la vida mía
    tiene un valor y el destierro,
    duro como es este encierro,
    domará toda osadía.

    TELÓN

    2010 © José Ramón Muñiz Álvarez
    “La pasión de don Hernán”
    o “Los amores y la muerte”
    TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.
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