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Del ablande de las cosas

MoniqueCortazarMoniqueCortazar Gonzalo de Berceo s.XIII
editado marzo 2012 en Narrativa
Muchas cosas requieren ablande. Demasiadas, piensa Sergio.
El dolor en los meñiques lo llevó a pensarlo un largo rato: tantas cosas para ablandar.
Volvió del shopping, se calzó los zapatos nuevos y después de un rato, se sentó. Le duelen los talones también.
Mira las bolsas que dejó sobre la mesa. Las de papel también precisan de un ablande riguroso, pero son tan frágiles que el límite entre una bolsa blanda y una estropeada es muy finito, de papel casi. Las zapatos no, una vez que se ablandan se puede correr sin temor a quedarse descalzo a la vuelta de la esquina.
El Sergio poeta no aparece, y así se evita reflexiones insípidas como que los hombres y las bolsas de papel se parecen, porque son rígidos, tenaces; pero al rato se ablandan y se mueren, o alguna estupidez parecida.
No se mueve. Piensa. El Sergio analítico va ganando la pulseada. Los otros, los que siempre pugnan por salir, están mansitos, ablandados. Es muy temprano para el Sergio poeta, a ésta hora descansa acurrucado al Sergio optimista que seguro sueña que lo abrazan.
Se para y examina las bolsas. El jean. El jean a estrenar exige un ablande obligatorio.
Lo agrega a su lista. Lo perturba tal revelación. El Sergio analítico es ante todo, muy susceptible.
Los autos, piensa. Hay que ablandarlos. Duda. Los motores, entonces.
Hubo una época en que sí. Los autos, los motores, concluye; y los ubica cuartos en el catálogo mental, justo abajo del jean nuevo.
Once y cuarto. Mira el reloj, falta una hora y cuarenta y cinco minutos para su primer día en la oficina. Y Cuarenta y cuatro minutos, ahora.
No desayunó, no tiene hambre, está nervioso. La heladera detiene estrepitosamente su andar. Se obliga a comer. Saca la manteca, el dulce de leche está vacío. Busca el cuchillo, pero busca sin pensar; la idea del ablande lo tiene a maltraer.
Analiza las circunstancias que lo llevaron a conseguir el trabajo nuevo. Las entrevistas, ¡cuánto ablande se necesita para atravesarlas!
Las negociaciones: alguien se tiene que ablandar. Uno cede, el otro se ablanda, una broma justo a tiempo y abandonan la rigurosidad inicial y las corbatas que asfixian. Cinco, seis, la lista es larga.
La manteca está dura y la galletita blanda, húmeda. La humedad, el calor, y la manteca que se resiste a ser untada. El tiempo. Una hora y cuarenta minutos…
Anota a un costado de su lista: tiempo, calor, humedad, angustia; y garabatea mentalmente una nueva, la que registra como factores del ablande.
Dos listas.
Una hora y siete minutos. Sale del baño y se mira en el espejo. En el vidrio empañado se destacan las puntas filosas de los mechones oscuros, recién cortados. Un corte de pelo, ¿cuánto ablande necesita? ¿Cuánto para que la cara de estúpido sea menos evidente? ¿Cuántos días para retomar la confianza y hablarle de una buena vez?
Carla. Carla no se ablanda. Por eso es que lo tiene hipnotizado. Ella no lo sabe, y mientras mantenga esa rigidez que le sube desde el cuello y termina en la frente, a la altura de las cejas, no va a hablarle. No mientras se muestre tan dura, y él tan “peinado nuevo”; ella tan sólidamente hermosa y él tan cara de ganso. Ella tan doctora y él tan cobarde.
Anota un “Yo y la sangre” en la lista mental, y le viene la imagen de Carla, acercándose con una pequeña jeringa y Sergio que, mitad por enamorado y mitad por cobarde, se ablanda como el alquitrán en diciembre, así de pegajoso, así de oscuro.
Carla sigue dura, impenetrable. Espera paciente que Sergio vuelva del desmayo y le dice que ya tiene que hacer pasar al siguiente, que los resultados están la semana que viene. Siete, ocho. Ya perdió la cuenta. El Sergio poeta se está despertando. Lo sabe porque cuando se ablanda, se siente como pan en el café con leche y, sin embargo, el recuerdo lo llevó a recorrer el camino cursi de las calles “alquitranadas de diciembre”.
Carla es dura, elástica pero firme. Pero las mujeres…
¡Las mujeres como se ablandan!
Un día pasan orgullosas frente al espejo, frente a todos los espejos, todos los días, y a la mañana siguiente están tan flojas, tan pan remojado.
¡Las tetas!
Nueve, ¿diez?
Cuarenta minutos. Ya tiene que salir. Se viste con los zapatos y los jeans ásperos.
Larga un bostezo que proviene del Sergio poeta, y duda si agregar a los hombres en la lista. Los hombres ya vienen ablandados, piensa. Se ablandan, pero antes combaten fervientemente por endurecerse y ese ablandamiento, no es más que un viaje decadente a la cuna; un retorno a las chichoneras, a lo fofo y a la verdad.
Un poco de gel, y no puede creer que habiendo tantos Sergios, no haya uno que pueda sobrellevar un gesto digno. Que ninguno sepa disimular la cara de imbécil perjudicada por un corte de pelo en ablande.
Le vuelven a doler los meñiques y le aprieta la entrepierna. Treinta minutos, media hora. Sale rengueando y cuando sube al colectivo, ya se olvidó del asunto. Mira a los que pasan, a los que van, y se le ocurre una metáfora más eficaz para las cosas que se ablandan, pero ya no le preocupa. El Sergio analítico ya cedió su lugar y hasta la noche no vuelve.
Al final todos los Sergios padecen la inevitable convivencia en el cuerpo de un tipo que, antes que nada, es bastante pelotudo.

Comentarios

  • amparo bonillaamparo bonilla Bibliotecari@
    editado febrero 2012
    Yo necesito que se me ablande un callo:p:):D
    Este Sergio tiene muchos líos de ablande, está chévere;):p
  • Juan HumblebyJuan Humbleby Pedro Abad s.XII
    editado febrero 2012
    Maravilla che...No tengo nada de valor que aportarte pero me ha gustado muchísimo... Aunque si, quizás el final no me pareció justo con el pobre Sergio. O en todo caso las pelotudeces son muy interesantes. No se... Muy bueno..
  • MoniqueCortazarMoniqueCortazar Gonzalo de Berceo s.XIII
    editado marzo 2012
    Me parece que le falta acción. Algún conflicto.
    Me parece que termina en la nada, como empezó.
    Qué opinan?
  • editado marzo 2012
    Pues... Pues a mi me ha gustado pero estoy de acuerdo contigo...

    A ver tu escribes muy bien, ya había leído otro relato tuyo, el de la biblioteca que me pareció maravilloso e inmejorable... Este también me gusta pero como dices no parece un relato... Mas bien es la presentación de un personaje. Como el primer capítulo de una novela que promete.... Da la impresión d luego Sergio saldrá hará cosas, Carla también...etc.
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