Llorar huesos
es un deporte de invierno
practicable
bajo una lámpara
de bajísima
incandescencia.
¿Cómo se juega?
-te preguntarás-.
Única regla:
cuando ya no queda
nada que llorar,
lloras huesos.
Las emisoras de radio
y las fotografías antiguas
lo promueven:
concitan
al alacrán nostálgico,
pim, pim, pim,
sus patitas
avanzan
por el macramé sagrado
de tus recuerdos
repartiendo
octavillas injuriosas
contra ti.
El bicho
pasa revista
a tus heridas
alineadas,
cabeza alta y voz ronca,
desafiantes embajadoras
de la nada.
Y tus párpados,
mientras
-muy despacio-
muelen huesos
que,
a cierta distancia,
un niño feliz
confundiría
con la nieve.
Comentarios
no podria haber estado escrito mejor...
un abrazo y mi voto,
Por cierto, creo que no es un deporte de invierno exclusivamente (aunque he de reconocer que en invierno pueden helarse las lágrimas y pueden llorarse huesos con más facilidad), yo casi lloré huesos hace dos años, en este mismo mes...una pena que sea un deporte que pueda llegar a ser tan extendido
Perdona que no te haya agradecido antes tu comentario y tu voto. Se me pasó. Mil perdones. Aquí va mi agradecimiento más sincero.
Un abrazo, amiga.
A mí también me ha gustado tu poema. Ya lo dijo María Elena, hay una profunda carga de dolor.
Veo además, cierta ironía no desprovista de una solución. Somos seres sensibles, no podemos ir en contra de nuestra propia esencia.
Todo lo dices de forma sugerente y ves cómo llega al corazón. La metáfora estremece y transmite muchísimo.
Te felicito por estos versos a la vez amargos y liberadores.