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Quevedo: Retrato del Licenciado Cabra

ShaiantiShaianti Fray Luis de León XVI
editado enero 2012 en General
El retrato arquetípico del avaro endemoniado, una joya quevediana.

Él era un clérigo cerbatana, largo solo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que decir para quien sabe el refrán) (1), los ojos avecinados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y escuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuantos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer forzada por la necesidad; los brazos secos, las manos como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo, parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas. Su andar muy despacioso; si se descomponía algo, le sonaban los güesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética; la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver la mano del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábanle los cabellos un muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos en caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños. Parecía, con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues su aposento, aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado por no gastar las sábanas. Al fin, él era archipobre y protomiseria.


(1) El refrán es: "Rubicundo era Judas el traidor: ni mujer ni hombre, ni perro ni gato de aquella color." (Refranero General Ideológico Español)

Comentarios

  • daviles23daviles23 Anónimo s.XI
    editado diciembre 2011
    Que bonito, y que bonita lucha tenían Quevedo y Góngora, yo estoy más del lado del hombre a una nariz pegada...por cuestiones físicas...


    saludos
  • AfrodriguezAfrodriguez Fernando de Rojas s.XV
    editado enero 2012
    Ja, ja, ja.

    Muy bueno Shianti. Gracias por recordarnos al Buscón de Quevedo, una lectura imprescindible.

    En el colegio me contaron una anécdota de Quevedo:

    Conocida su capacidad de improvisación en verso, le pidieron en la corte que repentizará una rima, a lo que contestó "dadme pie", a lo que el Conde-Duque de Olivares, privado del Rey, muy poderoso y también bromista, le tendió su pié. Quevedo lo tomó con cuidado y sujetándolo con la mano declamó:

    Buen pie, mejor coyuntura,
    se diría que yo soy el herrero
    y vos, la cabalgadura.

    Salud y libros

    Antonio F. Rodríguez
    [La antigua Biblos]
    http://laAntiguaBiblos.blogspot.com
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