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Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? 1 Juan 4:20 Adán y Lutera Fue criada de manera extremadamente conservadora, en una familia típica de su país. Hasta los catorce años, creció ignorante a los métodos anticonceptivos. Se vio iluminada un día por las charlatanas de sus compañeras, quienes orgullosamente compartían sus ficticios encuentros con musculosos futbolistas de diecinueve años. Hasta ese momento su mente se basaba en dos verdades fundamentales respecto al sexo: era bélico antes del matrimonio, e implicaba con certeza una condena de nueve meses. Irónicamente, esta espontánea lección de vida fue como si le quitaran un condón que la mantenía protegida de las duras verdades del mundo exterior. Pronto aprendió que las drogas circulaban entre sus propios amigos y no eran solamente el combustible para telenovelas sobre un tal Escobar y otro sujeto que le decían el algo de los cielos. También se enteró que el alcohol se conseguía fácilmente entre menores de edad, y se usaba para mucho más que eucaristías y cenas formales con el jefe de su padre. Esta perfecta esfera de cristal, cuidadosamente manufacturada por su familia, se derrumbaba en un abrir y cerrar de ojos, mas la falsa nieve de estereofón que la rodeaba nunca se escapó. Sí, Lutera supo adaptarse a su generación progresiva y liberal, pero no sin apegarse fuertemente a su creencia bíblica que la había guiado toda su adolescencia. Pecaba a consciencia. Con esta peculiar visión de la vida, llegó a la universidad. Rápidamente se hizo mejor amiga de su semejante masculino, un hombre moral, liberal, y genio de la sociología. Se llamaba Adán. No duró ni un mes en enamorarse del tipo. Pasaban los fines de semana haciendo sus tareas para la clase de psicología y filosofía, se sentaban juntos en las clases para reflexionar sobre lo que decía el profesor, y salían los viernes a tomarse cafés e ir al cine. Cada vez que salían, Lutera se ilusionaba más. Con cada mirada de intriga ante algún comentario inteligente, gracioso o hasta coqueto, Lutera se ilusionaba más. Análogamente, la confusión de Adán crecía con cada pseudo-cita. Pero ella no sabía esto, y cada vez que sus cuerpos se acercaban, sentía latir más fuerte y velozmente su corazón. Anticipaba con emoción el momento en que él se animara a besarla. Un día, por fin ocurrió. Habían llegado al dormitorio de Lutera tras la clase de filosofía que más les había agradado todo el semestre. Ella cerró la puerta, una clara indirecta, mientras hacía un chiste acerca de lo descabellado que le parecía Freud con su Complejo de Edipo. -Sin ofender al hombre, lo amo, pero jamás quisiera estar con un tipo como mi padre…  Creo que me hago lesbiana antes de eso- dijo irónicamente. Ambos se rieron por más de un minuto, mas de repente vio algo cambiar en la cara de Adán, no sabía bien qué. Una mirada de determinación llenó la cara del hombre que había amado en secreto por ya cuatro meses. La sonrisa de Lutera se borró de su blanco rostro lleno de pecas cafes, el cual inspiró el apodo que le puso Adán. -Mira, canelita, no te preocupes solamente estoy confundido respecto a… pues a… Lutera creyó entender lo que Adán decía y le lanzó los brazos alrededor de su grueso cuello. Por fin se iba a dar el momento que tanto había esperado por meses. Saboreó cada milisegundo mientras sus labios rosas se acercaron a los de él, que se iban poniendo morados con cada micrométrico movimiento. Entonces lo besó, y rápidamente se dio cuenta que este era el beso más incómodo de su vida. Adán parecía un cadáver, por lo que se preocupó y abrió los ojos ante la imagen de un muchacho perplejo, con la mirada ida al horizonte. Sintió un empujón y cayó bruscamente sobre el piso de madera artificial. Estaba demasiado atónita, pues nunca había sido rechazada por un hombre. Siempre se había considerado linda, sentía como su ego iba desinflándose como globo aerostático en descenso. En eso, se rompió el trance de Adán, y él se dejó caer sentado sobre la cama de Lutera, con su espalda rígida y rostro pálido. Ella se sintió mal y entendió que le había hecho daño a su mejor amigo, por lo que se levantó y se sentó a la par de él. Estaba por abrir la boca cuando Adán habló: -Gracias, canelita, eso es lo que necesitaba para aceptarlo… Disculpa, me agarraste por sorpresa- dijo, mientras el corazón de Lutera se llenaba de nueva esperanza. Entonces, Adán se dejó caer al piso y aterrizó sobre una rodilla. Se veía muy nervioso, y el corazón de Lutera palpitaba a un millón por minuto. Entonces ella sintió cómo él tomaba su mano en las suyas, las cuales estaban llenas de sudor. Se sentía en una escena sacada de una mala película de Hollywood. Entonces, Adán pronunció las palabras que progresivamente cambiarían las vidas de los dos: -Canelita, por favor no le digas a nadie… Soy homosexual. Llevo años negándolo, pero cuando salíamos y no sentía ninguna atracción por ti, la mujer más bella que he visto, sospeché algo. Y ahora me besaste y fue tan repugnante, perdón, no es tu culpa, pero gracias... Definitivamente soy gay... No se qué voy a hacer… Lutera quedó con una expresión trágicamente cómica en su blanca cara. Adán le diría luego que hasta sus pecas palidecieron. De repente, sentía como lo poco que quedaba de aquel mundo protegido que fabricaron sus padres se derrumbaba. Sí, había oído hablar de la homosexualidad, pero siempre lo había visto como algo ajeno. No es que fuera homofóbica, simplemente no sabía qué era, no había tenido la oportunidad de desarrollar una opinión respecto al tema. Por unos segundos se sintió devastada por haber perdido el tiempo enamorada de un hombre homosexual, pero rápidamente comprendió que eso era lo de menos. Los siguientes segundos podrían significar perder al mejor amigo que había tenido en toda su vida. Sentía toda su capacidad cerebral enfocándose, como un láser, en este choque de titanes entre su moral religiosa-conservadora y su mente liberal. Era tal cómo aquellos dilemas de su temprana adolescencia, entre mantener su castidad hasta portar un anillo en su dedo o simplemente aprovechar su juventud, divino tesoro. En ese instante, hubo dos ocurrencias que le permitieron aclarar sus sentimientos. Primero, vio lágrimas de agua y sal, de dolor y arrepentimiento, bajar por las morenas mejillas de Adán. Las tantas memorias que habían creado en esos cortos meses volaron por su mente, aniquilando poco a poco la confusión que se apoderaba de ella. Sobre estas habían fomentado una amistad que debía ser indestructible, que ni un temblor de 8.3 en la escala de Richter, como este anuncio de Adán, debía derrumbar. Fue al ver estas memorias que ocurrió lo segundo. Lutera comenzó a  reflexionar acerca del porqué había optado por escuchar a su lado liberal hace algunos años, y descubrió el mismo razonamiento que utilizaría al mantener su amistad con Adán: todos éramos tan solo humanos, pecadores por naturaleza. Además, si ella, en sus 20 años de vida, ya había cometido ocho de los siete pecados capitales, ¿cómo podía juzgar a un hombre completamente normal que simplemente compartía su amor por genitalia masculina? -Adán, hombre, te amo. De verdad, con todo mi ser. Y pues, duele porque por un momento pensé que podríamos ser la pareja perfecta, pero ahora seremos un dúo invencible. Conquistaremos este maldito mundo juntos- dijo tiernamente. El sollozo de Adán se duplicó, pero ahora era de alegría pura. -Eres todo, canelita, encontrar una mejor amiga sería imposible, también te amo Se abrazaron, y así nació un nuevo movimiento… Para muchos, el principio del fin. *** Evidenciado en su antiguo enamoramiento por un Homo sapiens macho y homosexual, la juventud de Lutera no se vio caracterizada por muchos aciertos. Sin embargo, con la sociología se ganó la lotería. Esto quedó claro unos años después, cuando ella y Adán consiguieron su propio programa en La Televisora, el canal más visto del país. Empezaron como un fenómeno en sitios web gracias a sus fuertes opiniones, insólitas en ese país tan conservador, y el impulso dado por su prestigiosa universidad. Pronto se volvió parte de su rutina matutina abrir el buzón de su pequeño apartamento compartido (pues en ese momento, antes de conseguir pareja, vivían juntos) y encontrar docenas de cartas. La mitad eran solicitudes para ser entrevistados, las demás amenazas de muerte si no se callaban la boca. Amaban ser ínfames. Así fueron apareciendo en programas nacionales, llamando la atención de cada familia en el país. Más de un niño aprendió lo que era un homosexual gracias a las discusiones de estos dos en sus entrevistas durante las horas de desayuno y cena. Adán y Lutera habían normalizado las charlas sobre el matrimonio homosexual en los hogares del país, al precio de la paz mental de padres conservadores como los de ella. Pero, la verdadera bomba nuclear cayó cuando Adán salió del closet durante una entrevista en La Televisora. El anfitrión del programa entró en pánico, siendo un conservador que iba preparado para destruirlos en esa entrevista. Después de tartamudear por un minuto (el más incómodo en la historia de la televisión nacional), le gritó cada insulto del abecedario a Adán y canceló la entrevista bruscamente. Al día siguiente, fue despedido y Adán recibió una oferta de La Televisora: tener su propio programa por dos horas todas las mañanas, de lunes a viernes, y una hora los sábados y domingos. Pidió dos cosas antes de aceptar: que Lutera fuese su co-anfitriona, y no tener censura más allá del lenguaje soez. Al ver que el canal aceptó su pequeña solicitud, aceptó emocionadamente. Pero nunca se vio sorprendido de lo que ocurrió en esa mágica entrevista tan bizarra, pues era sociólogo y había jugado sus cartas como maestro del poker. Ahora todo el mundo sabía que era gay, pero también tenía una nueva voz, escandalosa e inmutable como el movimiento pro-matrimonio homosexual que nació a partir de esa chispa de esperanza. Fue así como, a los treinta años, ambos habían logrado volverse figuras inspiradoras e íconos del progreso en el país. El pequeño paso que dio Adán al salir del closet tuvo un efecto mariposa aún mayor que el de Neil Armstrong cuando pisó la luna. Se formalizó el movimiento pro-LGBT, el cual organizó protestas pacíficas (como deberían ser las protestas) todos los sábados a las diez de la mañana frente al parlamento. Además, procuraron desacreditar el famoso término “ideología de género”, deonominándolo una vulgar generalización utilizada por los demagogas de derecha para ganar votos ignorantes. Esto ofendió a muchos, pero iluminó a más. Esta dualidad se observó en las elecciones unos años después, donde la alianza de izquierda ganó ajustadamente la mayoría en el poder legislativo, pero la derecha se llevó la presidencia. Sin embargo, esta receta les permitió a Lutera y Adán crear una dulce, dulce torta nuclear. La fuerte voz de este dúo dinamita, quienes ya se aproximaban a los cuarenta años, creó tal presión política que hasta la derecha estuvo de acuerdo con llevar a cabo un plebiscito para legalizar (o no) el matrimonio entre humanos del mismo sexo. Hubo una fuerte campaña de promover el amor y la libertad propiciada por la izquierda (cuyos portavoces eran Adán y Lutera) y una campaña de odio propagada por los llamados “cerdos capitalistas”. Al final, llegó el día del plebiscito y el pueblo dejó oír su voz Millones de conservadores comenzaron a padecer de taquicardia ese día, pues la mayoría votó por legalizarlo. Se aprobó fácilmente en el parlamento, pues los liberales tenían la mayoría, e inclusive recibieron votos de conservadores oportunistas buscando votos para sus futuras campañas. La derecha apostó porque Carrazo-Demichelis, el nuevo presidente, usaría su poder ejecutivo para vetar esta llamada “ley mata-familias”. Sin embargo, pronto comprendieron que si él hacía esto, el mismo Adán le metería una bala (figurativa) por la cabeza a Carrazo-Demichelis. Por ese logro, los dos guerreros de los derechos humanos iban camino al apartamento de Lutera para ver y celebrar el anuncio oficial del presidente con el novio de Adán, llamado Esteban, el esposo de Lutera y sus dos hijos (y el pequeño Chihuahua de la familia). Portaban enormes sonrisas y se reían de todos los programas conservadores en la radio, ya que ese día parecían haberse dedicado exclusivamente a leer el libro de Apocalipsis. -No puedo esperar a ver el derrame que le va a dar al maldito de Carrazo en el anuncio de hoy- dijo Lutera de manera burlona. -Claro, canelita, no tendrá precio ver cómo se les quema el paraíso a los conservadores de este país tan hipócrita... Llegaron a la casa y se sentaron todos en el sofa, con Lutera sobre el regazo de su esposo, Adán abrazando a Esteban, y el pequeño chihuahua entre las piernas de Abel y Magdalena, los hijos de Lutera que tenían 15 y 14 años respectivamente. Encendieron la televisión, y pronto comenzó la transmisión con una imagen que decía: “Anuncio Especial del Honorable Presidente de la República, Fabrizio Carrazo-Demichelis”. -Más honorable el chihuahua que este patán- dijo Esteban. Todos rieron brevemente,  pues apareció Carrazo en la pantalla, con una cara semejante a la de alguien cuya mascota acaba de ser atropellada por su suegra. Respiró profundamente y comenzó su (estratégicamente) corto discurso: -Buenas tardes, ciudadanos de este hermoso país que tanto amo. Vengo a comunicarles la nueva ley, aprobada por nuestro respetable parlamento luego de que ustedes compartieran sus opiniones en el plebiscito hace dos meses. Quiero comenzar disculpándome con cierto grupo en nuestra comunidad. Como bien saben todos, tanto mi partido como mi persona estamos en desacuerdo con este proyecto que al final resultó tan exitoso… Es por eso que me quiero disculpar personalmente con nuestros seguidores y aquellos que me eligieron, quienes buscaban conservar los valores de nuestra nación… Se hizo lo posible...- Adán y Esteban reaccionaron con gestos de asco -Ahora, el día de hoy será recordado para siempre como un día histórico, pues se ha legalizado el matrimonio entre homosexuales. Para muchos esta es una victoria de los derechos humanos, y seguro se echaran a las calles para celebrar. Pero sepan algo, y quiero que todos lo tengan en su mente durante todo el día, la semana y ojalá el resto de sus vidas. Hoy, con este acto de rebeldía ante la naturaleza, la humanidad y la Biblia, mueren los valores y muere la familia tradicional. Me pregunto, con espanto, qué otro acto inmoral e innatural viene después. ¿Legalizaremos la pedofilia? ¿Permitiremos que sean lícitas las relaciones con animales? ¿Se normalizará el incesto? No sé ustedes, hermanos, pero es preocupante nuestra realidad. Hoy se siente como si murió Dios, murió nuestra patria, y renació Lucifer… Buenas tardes, pueblo. El cuarto se llenó de carcajadas y festejos, no podían creer la grave derrota que acababa de sufrir el bando conservador del país. Adán y Esteban se besaron, se veían muy emocionados, al igual que Lutera y su esposo. Los ojos de los niños se iluminaron, pues se sentían demasiado alegres por su Tío Adán. Hasta el pequeño chihuahua se veía lleno de felicidad, ladrando agudamente y agitando su pequeña cola. Aún así, el ambiente de victoria fue como una ráfaga de vientos optimistas, y acabó de manera repentina e inexplicable. Todos vieron por la ventana, atónitos, como el cielo que hace un minuto se encontraba despejado y celeste se llenaba de nubes en forma de remolinos con tintes rojos. Se escuchaban truenos explosivos y un crescendo de gritos en la calle, asustados y llenos de confusión. Era como si el mismo Diablo estuviera llegando a la Tierra. Nada tenía sentido. Adán y Lutera, que abrazaban a sus parejas, vieron como, sin aviso alguno, los ojos de sus amados se mancharon de sangre roja y sus miradas se volvieron vacías. De repente, Esteban brincó una distancia imposible para alcanzar a Lutera, y le arrebató a su esposo de los brazos. Entonces, los dos hombres se lanzaron sobre el sofá y empezaron a besarse y quitarse sus camisetas. Lutera vio con ojos derrotados, a través de un diluvio de lágrimas, como moría su familia en ese pequeño acto irracional. Luego, los ojos del mismo Adán se fueron oscureciendo y se tiñeron de vino demoniaco. Aterrorizada, vio como se acercaba a sus hijos, quienes comenzaban a llorar ante la situación absurda. -¡No los toques, Demonio cabrón!- gritó Lutera mientras corría hacía ellos, mas se tranquilizó al ver que Adán solamente buscaba recoger al chihuahua que se encontraba a los pies de los jóvenes. Su estado de calma fue efímero, pues vio a Adán irse al cuarto principal, cargando al pequeño perro en una mano mientras se desajustaba el cinturón con la otra. Ni sus cuatro años estudiando sociología, ni sus varias lecturas de la Biblia, podían explicar lo que ocurría en ese instante. Desconsolada, se lanzó sobre sus hijos para abrazarlos y besar sus frentes, pero recibió un fuerte golpe en cada pecho por parte de los adolescentes. Al levantar su mirada, distorsionada por una lámina de lágrimas, los vio a los ojos, que antaño habían estado llenos de amor mas ahora se desangraban con odio e inmoralidad. Sintió que se le desintegraba el corazón cuando se levantaron y vio como Abel levantó  a Magdalena, con un brazo debajo de cada pierna, le agarró fuertemente la cadera y se la llevó, besándola, al baño que compartían los dos hermanos. Lutera cayó sobre el duro piso de madera y comenzó a llorar, ya que todo había ocurrido tan rápidamente y aun no lograba asimilar este nuevo infierno terrenal. Se sentía atormentada, y pronto los sonidos maquiavélicos en su casa se volvieron agobiantes. Escuchó los susurros de su esposo a Esteban, seguidos por el último aullido del pobre chihuahua, y finalmente los gritos de Magdalena acompañados por fuertes golpes contra la puerta del sanitario. Entonces, su visión comenzó a fallarle, y todo el cuarto adquirió una tonalidad rojiza. Se levantó del piso mientras perdía gradualmente el sentido de la vista, y comenzó a caminar como si alguien ajeno la controlara. Lutera sentía una fuerza maligna que la embriagaba, y fue perdiendo la consciencia mientras sus pasos se volvían más veloces y menos voluntarios. Se sorprendió al notar que estaba corriendo a toda velocidad hacia una de las paredes, donde veía una mancha rectangular. No lograba descifrar qué era exactamente, pues todo su espectro se había convertido en sutiles sombras de rojo. La mancha iba creciendo exponencialmente, hasta que llegó a cubrir todo su campo de visión. Quedó ciega de inmediato, y sintió un agudo dolor en el hombro al estrellarse, a toda velocidad, contra la incógnita mancha. Lo último que escuchó Lutera antes de perder la consciencia fue como la ventana de su apartamento, que se encontraba en un noveno piso, se quebró ante el impacto de su cuerpo poseído.

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