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Jaime y Susana

PedritoPedrito Pedro Abad s.XII
editado abril 2010 en Narrativa
Jaime y Susana

Hace tiempo, hace unos días o mejor dicho unos meses ha llegado un gringo a nuestra población. Este asunto extrañó a todos nosotros. Aquí no entra ningúna persona ajena, ni la policía.
En un principio todos desconfiaban de él, pero con el tiempo nos acostumbramos a verlo. Este gringo es medio loco. Quería cambiar el mundo con ayuda de la clase obrera, dijo una vez bien borracho. Al fin se dio cuenta, como él dijo, que con la clase obrera uno no podía hacer nada, la clase obrera nunca había transformado algo y nunca transformaría algo, que nunca cambiaría, siempre manipulada. Así habló, no entendimos bien la cosa.
Aquí donde nosotros no hay ninguna clase obrera. Somos cesantes. En el mejor de los casos uno encuentra un “pololo” para tiempo corto.

El gringo nos explicó que en este tiempo no sería tan difícil conseguir dinero del extranjero.
Más fácil, cuando se tratara de ayuda especial para una persona. Europeos, especialmente alemanes, estarían dispuestos a ayudar, cuando uno lograba despertar su piedad.
Para ideas grandes, casi no existían, decía, sería bastante difícil conseguir algo.

Llegó dinero para un motor. Un pescador, el Juan, lo había pedido hace bastante tiempo. Pero este pescador ya había recibido un motor para su barco, nadie sabía de quien, seguramente lo robó en alguna parte.
Desapareció el Juan con su motor y su barco.
Su mujer dijo que él trabajaba en alguna parte del sur, la gente creyó que se había ido con una muchacha, que nunca volvería. Le cantaban : “Se va, se va la lancha, se va con el pescador” para molestarla.

De esta manera queda dinero para la operación del ciego, dijo el gringo.

Jaime había quedado ciego en su niñez, unos hablaban de una enfermedad, otros de masturbación exajerada. Yo creo más por la masturbación, así nos dijo también el cura. El gringo no cree en esto. Dijo que la masturbación es algo normal y sano. Es medio loco, como he dicho antes.
Siempre se decía que podría sanarse con una operación, siempre que hubiera dinero suficiente. Nunca lo había hasta ahora.
Jaime se ubica bien aquí, su casita es chiquita. Con los ciegos hay que guardar todas las cosas en el mismo lugar. No es difícil en la casa de Jaime. No hay casi nada en su choza.
Tampoco se diferencia mucho de otros hombres de la población, solamente por su grandes gafas oscuras. Como los otros hombres estaba siempre sentado delante de su casita, tomando cerveza o vino cuando había dinero.
De vez en cuando le ponía demasiado.
< Si tuviera un piano, sería un pianista famoso> , decía siempre después de tomar bastante vino.
Le habían contado de un famoso pianista ciego, creyó que todos los ciegos tenían esa capacidad.

Por fin sus amigos le consiguieron un piano, un piano de cola. No tuvieron que pagar mucho, mejor dicho no pagaron nada. Lo sacaron de una casa, los dueños estaban de viaje, en Europa.
Hubo ciertas dificultades:
Primero con el transporte, pero lograron conseguir un camión.
Entonces el piano de cola no cabía por la puerta de la casita de Jaime.
Quisimos desarmar la parte frontal de la casa, pero la Susana se opuso. Tampoco tendría espacio en la casa, dijo ella. Y ésa es la verdad. Tenía toda la razón. Es bueno tener una mujer inteligente.
Durante un tiempo este piano quedó en la calle, bajo el sol y la lluvia, los niños saltaban sobre él.
Un día, Jaime había tomado bastante, quiso dar un concierto para todos nosotros.
A las cinco de la tarde la gente se reunió para escuchar al artista.
La Susana trajo una silla de la casa, Jaime se sentó y comenzó su trabajo.
No tuvo mucho éxito, nosotros encontramos la música muy rara, algunos hablaron de música moderna, otros dudaron si que trataba de música. No le gustó a nadie.
Pronto terminó el Jaime su concierto, nos explicó que le faltaba una silla especial. Pero lo más importante sería tocar bajo un techo. Ninguno de los pianistas famosos había dado un concierto bajo cielo libre. Puede ser.

Pasó el tiempo, una o dos semanas, del piano se hizo leña. Con el alambre de las cuerdas se amarró unos techos, el resto sivió para colgar ropa.


Casi todas nuestras mujeres trabajan.
La esposa de Jaime, la Susana, limpia las casas de gente rica. Nunca tuvo dificultades para encontrar un trabajo allá, cada esposa la contrata con mucho gusto y sin riesgo de perder su marido.
La Susana tiene un cuerpo maravilloso, piernas largas, pelo negro, no es ni chica ni demasiado alta.
En la cama no necesita nigún colchón bajo el poto. Y su voz es agradable y seductora.
Pero su cara no se puede describir, tan fea, parecía hija de Frankenstein o de otro monstruo. A lo mejor había sufrido en su niñez lepra o algo parecido.

Naturalmente a Jaime no le molestó la cara fea de ella. Los dos se amaban mucho.

El gringo se fue a la capital, habló con varios médicos. Se le hicieron exámenes al Jaime. Sí, una operacion era posible, probablemente después podría ver.

La Susana lo acompañó al hospital. Los dos se alegraron mucho.
Contaron que empezarían una vida nueva, a lo mejor el Jaime podría actuar como pianista en conciertos.
Quedarían juntos hasta el fin de sus días, vivirían en una casa lujosa, con jardín, quizás con piscina y comerían todos los días carne.
Seguramente la Susana había visto tales casas en su trabajo.

Tres días después de la operación el gringo se fue al hospital. Encontró el Jaime en la cama, riéndose, muy contento, pudo ver normalmente.

“Tendría que decirte algo”, dijo Jaime.
“No, no es necesario agradecerme”, dijo el gringo.
“Es otra cosa”, dijo Jaime:
“Me separé de la Susana!”

Comentarios

  • PedritoPedrito Pedro Abad s.XII
    editado abril 2010
    Hola odmaldi,

    Hermosa narración. Solo que el final es el colmo.
    Sí, el final es el colmo, eso pasó realmente!
    ¿Cómo es que un ciego piensa que todos los ciegos pueden tocar el piano?
    - Sobre todo cuando estaba boracho!


    Gracias por tu comentario, me alegro mucho que te haya gustado mi relato.

    Saludos de Alemania.

    Pedrito
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