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La sala de aislamiento

No me dejes morir.

El pasillo gris parece más solitario, más frío. Las luces no alcanzan a erradicar esa oscuridad que se cuela por debajo de las puertas lindantes. Hay una, la del final, con la luz encendida.

La puerta del otro lado del corredor se balancea, emitiendo un chirrido en su andar. El silencio lo ha inundado todo.

Al atravesar la puerta del fondo, esa que emite luz y promete alivio, no ofrece más que el fantasma de lo que alguna vez fue una habitación del hospital.

Su interior está helado, parece vacío. Tres camas sin rostros traen el recuerdo de todos los que pasaron por allí alguna vez. Hoy, solo aislamiento.

Hay un cuerpo tembloroso y endeble sobre el último lecho de la derecha; un hombre maduro, fornido y de anchos hombros, que llora como un niño mientras repite una vez y otra la misma frase. Entre mis ropas busca una mirada, pero tanto equipo me viste que no logrará encontrarla.

Esta noche no compartimos nada, excepto el temor profundo a una entidad de la que todos hablan, pero pocos comprenden. El tiempo adentro de la habitación juega en contra para los dos, pero él es el que lleva la desventaja.

Mis palabras intentarán dar calidez a una escena en la que impera la soledad y la muerte, pero ¿acaso es posible?



®Lourdes Vera Rueda

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