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Mi herida no para de sangrar

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


(Este escrito mío ha ganado al primer premio de un concurso de "Literatura libre" para escritores noveles organizado por el Ateneo de la ciudad de Sevilla)


Mi herida no para de sangrar


Después de pensar y de leer acerca de este asunto que me ocupa, llego a la radical conclusión de que todo lo trascendente tiene su origen en hechos banales. Es difícil, a veces imposible, recordar el principio, la causa primera de los fenómenos que nos marcan de por vida. Solamente podrían ser dos o tres los más importantes, y esto es una cosa irrefutable.

Recuerdo perfectamente bien cómo descubrí mi herida. Pero no creo que mi caso sea un caso singular, lo que pasa que no todas las personas se observan a sí mismas, con una frecuencia que debe ser obligada.

Una mañana cuando entré al cuarto de baño de casa, vi que en el espejo se reflejaba un rasguño, no mayor que una uña de un adulto, que de pronto había aparecido en mi pecho, más arriba del corazón. En un principio no le eché cuenta porque no recordaba cómo me la había hecho, y además por su perfecta posición vertical. Al otro día lo olvidé por completo.

Hasta que al cabo de una semana, una sensación molesta, que no llegaba a picor, me recordaba su presencia. Me sorprendía a mí mismo frotándome por encima de la camisa, como en un acto reflejo similar a ese que causan los insectos sobre la piel. Pero cuando me miré de nuevo al espejo, no podía ocultar que me quedé estupefacto; el rasguño se había extendido hasta la medida de un dedo índice de adulto, y la piel de su alrededor aparecía enrojecida. Desinfecté esa parte a conciencia, más sorprendido que preocupado, porque estaba pensando en una pregunta para la que no tenía una respuesta. “¿Cómo se ha alargado de esta forma sin que me haya dado cuenta de nada?”.

Lo cierto es que en esa etapa de mi vida tenía mucho trabajo; siempre estaba con decenas de pequeñas, y no tan pequeñas tareas pendientes, de toda índole. Por eso y porque yo soy poco dado a las hipocondrías, este caso quedó en un segundo plano, debido también a la acelerada rutina de días cargados de responsabilidades, días que parecían manojos misérrimos de horas conseguidas en la beneficencia, en lugar de días verdaderos.

La preocupación me llegó por sorpresa en mi oficina, y ocurrió al intentar bajar un archivador de una estantería; un perfecto círculo de sangre, pequeño pero evidente, crecía en la pechera de la camisa. Presuroso me fui hacia los aseos impulsado por la angustia; ya allí, me desabroché los botones de la camisa, e involuntariamente di un paso atrás. El rasguño era ahora una ranura en la carne de un horrendo color purpúreo. En su parte media, gotas de sangre manaban, deslizándose por la ranura hacia abajo. Me la limpié como buenamente pude y volví a mi trabajo, pero con la cabeza como si fuera una centrifugadora desrielada. Quedaba ya poco tiempo para salir de la oficina. Nadie me hizo ningún comentario sobre mi camisa mojada de agua y manchada de rojo.

Cuando llegué a casa, de nuevo tuve que afrontar, ahora desde un prisma lastimero y absurdo, las relaciones con mi mujer. Estábamos atravesando una de nuestras fases de distanciamiento; en los últimos días no nos hablábamos: encontronazos, discrepancias, chillidos, insultos, faltas de respeto… conformaban el meollo de nuestra crisis, la cual se había enrevesado y casi solidificado de tal manera que no había por donde cogerla. Y a todo esto llego yo con mi camisa manchada de sangre por una herida que no dejaba de crecer, pero que no tenía un motivo claro.

—Mira cómo me he puesto la camisa –me atreví a decirle a mi esposa.
—Yo la veo bien –dijo tras un leve vistazo, casi sin mirarla.

Volvíamos de nuevo a las trincheras. Un día más.

-¡¿Y esto también lo ves bien?! -grité, a la vez que mostraba el sangrante tajo púrpura.
—¡Oye, a mí no me chilles! –reaccionó con ira-. ¡Si has tenido un mal día lo pagas con otra! ¡ ¿Te enteras?! ¡Eres un hombre insoportable! –y, sin más, se encaminó hacia la puerta de salida a la calle, cogió su bolso, dio un portazo y salió. ¿Quizás a su trabajo?, pienso que no, porque era demasiado temprano. Pero ni ella me dijo a donde iba, ni yo le pregunté. Total, para qué…

La realidad es que me quedé solo en la casa, desorientado, en pie, sin saber qué hacer; pero, eso sí, como un patético Cristo mirándose una línea de sangre que rodeaba desde el esternón hasta el ombligo.

Volví a curarme, pero al ver la herida más de cerca no pude evitar un repentino escalofrío. Era una herida salvaje, que no se parecía en nada que antes hubiese visto, como si la carne se hubiese abierto hacia afuera; ni cortada, ni quemada, abierta. Y en todo este tiempo atrás, no había dejado de sangrar; de hecho, sangraba más todavía.


-sigue siguiente página-


Comentarios

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado agosto 2022


    Pero para una mayor extrañeza, no me sentía débil ni mareado, lo que hubiese sido normal por tanta pérdida imparable de sangre. En un segundo transformé la blancura del lavabo en una siniestra carnicería. Mi anatomía se activó con mil alarmas. Presioné la herida con las vendas que encontré, y después salí de casa corriendo e invadido por el pánico, y al mismo tiempo calculando mentalmente cuánto tardaría en llegar a urgencias, e intentando adivinar la cantidad de sangre que una persona puede perder antes de caer desplomada, muerta.

    Pero no fue una buena idea echar a correr, porque mi corazón empezó a bombear con fuerza, y la sangre se disparaba como un cañón del infierno al exterior. Las vendas pasaron a ser un asqueroso amasijo sanguinolento que chorreaba al compás de mi carrera desesperada.
    • —¡Socorro, socorro! ¡Ayúdenme, por favor! –gritaba tan alto como podía-. ¡Estoy desangrándome…!

      Pero la gente, en lugar de acercarse para prestar auxilio a alguien en riesgo de muerte, se apartaba. ¿Qué era lo que temía de un hombre herido? ¿Cómo se supone que uno debe pedir ayuda cuando está a punto de morir, sin sobresaltar a nadie?

      Mientras corría, se me iban saltando las lágrimas, de puro miedo, de impotencia. La sangre manaba sin control, como un río innatural. Nadie en la Tierra ha albergado tal cantidad de sangre en su cuerpo. Algún transeúnte se había parado, pero solo para mirarme, a mí, no al caudal aterrador que iba vertiendo, encharcando todo a mi paso cual horror imposible escapado de un inframundo. ¡Me miraba a mí, como si fuese un pobre loco! Nunca antes había sentido tan palmariamente la profunda soledad en la que nos encontramos en momentos así.

      Me paré a recobrar un poco de aliento frente a la puerta de mi ambulatorio, con las manos sobre las rodillas, mientras que de mi pecho seguía manando un inagotable manantial de sangre. Jadeando entré al edificio, casi sin fuerzas ya.

      —Un médico, por favor –me escuché decir.

      Ahora me atendieron urgente, llevándome sin pérdida de tiempo a una consulta médica. Creo que sería por mi aspecto de desesperación por entrar con el pecho al descubierto y un caminar tambaleante, y no por lo horrible de mi herida, a la que nadie hacía el más mínimo movimiento por impedir un masivo desangramiento. Solo las vendas, empapadas, que seguían apretando, se interponían entre la sangre y el exterior.

      Tras sentarnos en su consulta, el médico me habló:

      —Dígame, señor. ¿Qué le ocurre?

      “¿Han perdido todos la cabeza o la estoy perdiendo yo?”, pensé.

      —¿Usted tampoco ve este chorro de sangre que brota de mi herida? –le dije al médico, mientras las paredes me daban vueltas-. ¿Es que no está viendo cómo estoy poniendo todo? ¿O es que me están tomando el pelo? ¡Haga usted algo, por favor! –ya no podía más.

      Durante largos segundos, aquel médico me escrutaba con ojos analíticos. Eran ojos que habían visto a cientos de pacientes, a lo largo de los años de su vida profesional.

      Después de esa extensa observación, me dijo con rotunda determinación:

      —Usted no tiene ninguna herida en el pecho, señor.
      —¡¿Qué?! –no podía creer la ofensa que estaba escuchando.

      Sin pensar, cogí toda la bola de vendas y la estampé con todas mis fuerzas contra la mesa, haciendo un tremendo ruido el impacto húmedo, que salpicó toda su consulta y a nosotros, y más aún al médico. Mi mano izquierda ocupó el lugar de las vendas, pero la sangre seguía escapándose entre mis dedos.

      El médico no se esperaba mi grosera e insolente reacción. Creo que, gracias a su profesionalidad, tardó poco en recuperarse de la impresión.

      Con voz pausada, tranquilizadora, me propuso una oferta:

      -sigue siguiente página-

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    • —Si usted me lo permite, le daré una prueba irrefutable de que no tiene ninguna herida y de que, por supuesto, no estamos aquí para divertirnos a su costa. Si después de esta prueba sigue pensando lo mismo, no tendré más remedio que reconocer esa enorme herida que no deja de sangrar y que por lo tanto debía haberle matado hace unas cuantas horas.
      —De acuerdo, doctor.

      De pronto tuve la sensación de que todo esto era una vuelta de tuerca más en esta confabulación, en esta broma inhumana, pero decidí seguirle el juego, y tal vez así, de él consiguiese ayuda.

    • —¿Cuál es esa prueba, doctor?

      Abrió las puertas de un armario vitrina para guardar el instrumental que tenía en las manos. En la cara interior del armario, cada una de las puertas estaba revestida de una lámina de espejo.

      Mi propia imagen me impactaba de lleno. Estaba demacrado, mostraba un aspecto francamente horrible, veía mis manos, una sobre la otra, haciendo presión; las costillas se me marcaban en la piel. Pero no había herida y ni gota de sangre por ninguna parte. Y mientras observaba, atónito, aquel reflejo, seguía sintiendo un fluir de sangre entre los dedos. Sangre que no aparecía en el espejo.

      —¿Me cree usted ahora? –me preguntó, sonriendo débilmente.
      — No hay sangre... –musité.
      —Claro, hombre. Tranquilícese, su vida no corre peligro.

      La evidencia irrefutable que mostraba la imagen del espejo, contradecía con la sensación que me transmitían las manos, los antebrazos y el resto del cuerpo, que eran bañados por la sangre que seguía manando.

      Eché la vista abajo, y la sangre seguía ahí, tan roja ella. En modo alternativo me miraba el cuerpo y el espejo, mis manos y el espejo, mi apelmazado pantalón y el espejo, repetidas veces, y los resultados persistían. Estaba percibiendo dos realidades contradictorias a la vez.

      —¿Co…có...mo... es… po...si...ble…? –tartamudeé-. ¿Qué me está ocurriendo, doctor?
      —No se preocupe más. Dígame, ¿cómo se ve en el espejo?
      —Sin sangre por ningún lado.
      —Bien, eso es lo más importante. Yo también lo veo así.
      —Pero sigo sangrando. Es lo que siento, es lo que veo ahora mismo, apenas dejo de mirarme al espejo.
      —¿Puedo preguntarle si consume drogas?
      —Nunca, ni siquiera fumo, ni bebo alcohol.
      —Vamos a ver, señor… ¿En estos últimos meses está viviendo usted una fase de su vida especialmente estresante?
      —Sí, doctor, eso sí.

      El charco bajo mi silla se extendía a una velocidad inexorable.

      —Ya… Entiendo…
      —¿Cómo es posible ver y sentir en forma permanente algo que no existe? –mi voz temblaba. Estaba muerto de miedo.
      —Verá usted, señor, el cerebro no es un órgano infalible. A veces yerra. La mente puede sufrir un muy amplio abanico de trastornos de gravedad y sin posibilidad de tratamientos. Comprendo que esta alucinación que le aqueja es, además de particularmente elaborada, angustiosa en extremo. Pero no tiene que preocuparse. Hay casos con peor pronóstico que el suyo. Usted debe saber que de ser real su hemorragia, sería mortal de necesidad, ¿verdad?

      -sigue y termina en la página siguiente-


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    • —Eh… sí, claro.
    • —Y usted ve en el espejo que se trata de un error subjetivo en la percepción de su cuerpo. ¿No es así?
      —Aún me cuesta creerlo, pero sí, así es, doctor.
      —Por eso le digo que no tiene de qué preocuparse. La elaboración podría haber sido catastrófica de seguir viendo la herida también en la imagen del espejo.
      —¿Cree usted que algún día dejaré de ver todo esto? –me volví a mirar, asqueado, en el espejo.
      —Seguro. Pero tiene que darse tiempo, tener paciencia por nítida que sea su percepción. Tiene que acostumbrarse, quitarle importancia hasta que desaparezca. Esto es más normal de lo que la gente piensa. Se trata de una reacción psicosomática, causada por un estrés y puede adoptar muchas formas: ceguera, parálisis, tartamudeo… En su caso se ha manifestado así, pero podría haber sido de cualquier otro modo. Un estrés puede llegar a ser terriblemente dañino.
      -Es increíble -susurré, mientras el suelo se alfombraba de rojo.
      —Ahora lo pasaré con un colega –dijo levantándose del sillón-. El doctor López. Es bueno en su trabajo, y no lo digo porque sea mi amigo –sonrió amable-. Siga al pie de la letra las indicaciones que él le dé, y ya verá como pronto todo esto quedará en un susto.
      —Gracias –le tendí la mano, pero sabía que lo ponía en el compromiso de ensuciarse con el apretón, como de hecho ocurrió. Pero eso parecía no importarle.
      —Venga, le acompaño -sus pasos chapoteaban en el suelo.
      —Disculpe, doctor. ¿Podría prestarme una bata suya para cubrirme? -me sentía indefenso y estúpido-. Mañana se la traeré. Limpia, por supuesto.
      —Claro, hombre, y así de paso me cuenta usted que tal le ha ido con mi colega.
      —Gracias por todo, doctor.

      Me llevó hasta la consulta de su amigo López, que era médico-psicólogo. Él entró antes para conversar en privado con él, y poco después me hizo pasar.

      —Cuídese –se despidió al pasar junto a mí con una palmadita en el pecho, dejando su huella de sangre en la reluciente bata que me había facilitado.

      Pasaron meses y muchas cosas desde aquel aciago día, que no debió existir. Meses de terapia, fármacos, cambios vitales… Me divorcié, me despidieron del trabajo, y además tratamientos variados. Aseguro que he puesto mi mayor empeño en este trabajo: curarme. Empero, el médico de mi consultorio se equivocó. La herida no ha dejado de sangrar en ningún momento desde el día que se abrió. En todo este tiempo, sin duda, he crecido como persona. En esto sí que puedo decir que todos los terapeutas me han ayudado grandemente, que no en devolverme a mi estado de conciencia anterior.

      Puede uno llegar a acostumbrarse a ensangrentar todo a su alrededor, siempre que la gente que te rodea actúe sin prestarte atención. Dicen que a todas las personas, en algún momento de su vida, le toca padecer una herida que transforma todo lo que llega después. Dicen que la cuchilla que la abre puede ser un hecho pequeño, un pensamiento inconsciente, residuos de un sueño, y que desde entonces dejamos de ser quienes estábamos destinados a ser.

      Esta mi herida es interna, aunque puede que sea yo una extraña excepción de una regla inexistente, y es el cuerpo el que se encarga de que seamos ignorantes a la hemorragia, fagocitando la sangre de nuestra identidad originaria, la cual malvive moribunda junto a nosotros, hasta que dejamos de vivir. Un lamento sempiterno y sin consuelo. Solo cuando el cuerpo falla o la sangre es mucha, llega a nuestra consciencia en forma de tristeza, pero sin causas aparentes.

      Creo firmemente en esa teoría, pero no por su sentido poético, y tampoco por una afinidad con mis creencias, sino por la experiencia trascendente que viví; visión que no volvía a repetirse, como única oportunidad que se me otorgaba para ver la realidad, más allá de mis sentidos, y que fue así:

      Estaba los primeros meses de mi tratamiento, una tarde del mes de junio. Caminaba por la calle enseñando de nuevo a mi mente a pensar y a dirigir la atención hacia ideas y hechos diferentes a mi perpetuo y constante derramamiento de sangre. Como si un velo, que solamente yo veía transparente, hubiese caído encima de mis ojos.

      Ante mí, descubrí un mundo superpuesto, el que conocía y moraba. Al igual que mi herida siempre había estado ahí, aunque no lo percibiese, me quedé paralizado frente a la gran revelación. En pocos segundos mis fosas nasales se convertían de una vaharada de hedor a un plasma sanguíneo, como cobre quemado; las ventanas de los edificios lloraban un fino manto de un líquido viscoso rojo, que fluctuaba a la luz del Sol; de sus balcones, cornisas, tejados o de todo a la vez, como en los días de tormentas, chorreaba sangre con estrépito, transformando las calles en ríos espesos. Y excepto los niños, los adultos que yo alcanzaba con la vista sangraban profusamente.

      Algunos, como mi caso, desde una herida en el pecho; otros, desde la mitad de la frente, bañándose desde el pelo a los pies en una siniestra ablución. Las mamás empujaban los cochecitos de sus bebés como si fueran unas mártires lapidadas, los autobuses circulaban como depósitos rodantes de sangre, cuyo nivel máximo se podía ver en los cristales de las ventanillas, y cuando llegaban a alguna parada se liberaban de pasajeros, como una suerte de menstruación aberrante; salpicaban los vehículos a los transeúntes, sin que ninguno protestase por ello; las alcantarillas vomitaban un exceso inasumible, aviones cruzaban el cielo con su estela blanca y fina nube rojiza adherida al fuselaje.

      La imaginación no puede construir por sí misma esa oscura grandiosidad de lo que vi. Imposible. Y allí, en la mitad de un escenario infernal e inconcebible en otros tiempos, me sentía, por primera vez desde que esta pesadilla mía dio comienzo, acompañado. Hasta ese momento sabía que era un miembro de la sociedad, pero no era hasta ese momento que me sentía irrevocablemente dentro de ella. Tras estas imágenes, el velo retornó a mi visión. Ya no volví a ver nunca más a mi ciudad sangrar.

      Aquel amable médico de mi ambulatorio, que indudablemente tenía sus propias teorías, se equivocó con mi caso (hasta la gente más docta yerra). Mi herida no ha desaparecido con los años, ni mi sangre ha dejado nunca de verter. Y mi visión no era un trastorno de la percepción o de los sentidos, sino un don, un don único y desconocido y solamente concedido por el don de la Naturaleza (o un Don de Dios, según los creyentes como lo soy yo). Y de cuyo don ignoro su propósito final, como también ignoro el mensaje último que contiene, pero sé que voy a dar las gracias al cielo todos los días por haber sido un privilegiado por ver lo que el resto de la humanidad por sí misma jamás podrá llegar a ver.


      LA CAJA DE MSICA 10 UN RINCONCITO PARA COMPARTIR - Pgina 26 Herida13


      Antonio Chávez López
      Sevilla

  • SarasvatiSarasvati Fernando de Rojas s.XV
    editado enero 2023

    Este es un relato con algo de kafkiano, en cuanto a la trama fantástica y la atmósfera de angustia opresiva como hilo narrativo y metáfora de una idea compleja. 
    Entiendo que esta herida infinita es el chorro vital que perdemos a diario: a cuenta de la infelicidad, el tedio, el agotamiento y la incomunicación, de una desintegración de lo que no somos conscientes y que arrastramos sordamente como un espejismo de normalidad hasta que algo de repente hace estallar el sentido de la realidad.

    Esto es brillante:   
    "días que parecían manojos misérrimos de horas conseguidas en la beneficencia, en lugar de días verdaderos" 

    Realmente ocurre que la conciencia sólo alcanza a despertar o evolucionar por efecto del tiempo y de alguna herida crítica, latente o no, que lo trastoca todo:

    "Dicen que a toda persona, en algún momento de su vida, le toca padecer una herida que transforma todo lo que llega después." 

    Y como cuenta tu relato, de esas hecatombes personales puede brotar (no lo hace siempre) una conciencia colectiva, de la herida común a todos; paradójicamente la herida fantástica de la historia es lo real, y sentirla y padecerla es el principio de curar. 

    En otras palabras: la herida está ahí, abierta y sangrando, pero no la sentimos ni la vemos. 

    Esta historia me ha recordado un pensamiento que tengo a menudo: si tomáramos conciencia plena, con una lucidez constante, de lo frágil y absurdo que es todo, apenas lo resistiríamos.
    Sobre todo si la tomamos en soledad, porque entonces todo parece una locura. 
    Una prosa plástica y precisa, y un ritmo muy ameno. 
    Creo que es el mejor trabajo que te he leído hasta el momento. 
    Enhorabuena por el premio, merecido, y por el relato



  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    Y excepto los niños, los adultos que yo alcanzaba con la vista sangraban profusamente.

    En esas cuatro palabras (que destaco en negrillas y cursivas), está parte del quid de esta historia. Siendo un niño no ha sufrido todavía los avatares de la vida, que son los que, en definitiva, nos marcan para los restos.

    Sabía yo que tus comentarios iban a enriquecer mi texto. No me había equivocado.

    Gracias por leerme y por colaborar

     :) 

  • Interesante, original y con todos los ingredientes posibles para mantener "atrapado" al lector hasta el final del impactante relato.
    ¡MIS FELICITACIONES!
    Shalom amigazo
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    betobrom dijo:
    Interesante, original y con todos los ingredientes posibles para mantener "atrapado" al lector hasta el final del impactante relato.
    ¡MIS FELICITACIONES!
    Shalom amigazo

    Gracias, amigazo

     :)
     
  • Ariel GarcíaAriel García Gonzalo de Berceo s.XIII

    ¡Hola, Antonio! Los primeros renglones se volvieron párrafos y, lo confieso, ya no pude dejar la historia.

    No me extraña que ganaras el primer premio, el cuento es formidable. Apenas comencé a leerlo, recordé aquel trabajo de García Márquez, presente en Doce cuentos peregrinos: «El rastro de tu sangre en la nieve»; si bien las historias son diferentes, claro, el dedo de Nena Daconte tampoco paraba de sangrar.

    Ariel García
    Cuando tengas tiempo, me gustaría le eches un vistazo a ese escrito mío, y a ver qué te parece. Gracias.
    https://www.forodeliteratura.com/f/discussion/38269/mi-herida-no-para-de-sangrar#latest
    /////

    Si tu pedido está relacionado con la revisión o corrección del texto, te diré que no será fácil hallar fisuras en la obra y que solo podré dejar alguna sugerencia, si es que cabe.



    Una mañana cuando entré al cuarto de baño de casa, vi que en el espejo se reflejaba un rasguño, no mayor que una uña de un adulto, que de pronto había aparecido en mi pecho, más arriba del corazón. En un principio no le eché cuenta porque no recordaba cómo me la había hecho, y además por su perfecta posición vertical. Al otro día lo olvidé por completo.

    Entiendo que no le habías «echado cuenta» al rasguño, en tal caso: «… no recordaba cómo me lo había hecho» sería más adecuado.


    • “¿Han perdido todos la cabeza o la estoy perdiendo yo?”, pensé.

    Aunque no pretendo influir en tu elección, yo uso, siempre y en primer lugar, las comillas angulares (españolas); luego, si necesito agregar nuevas dentro de un texto ya entrecomillado, empleo las dobles inglesas (“ ”). Si la composición sigue pidiendo comillas entre comillas, coloco las simples (‘ ‘).



    -¡¿Y esto también lo ves bien?! -grité, a la vez que mostraba el sangrante tajo púrpura.
    —¡Oye, a mí no me chilles! –reaccionó con ira-. ¡Si has tenido un mal día lo pagas con otra! ¡ ¿Te enteras?! ¡Eres un hombre insoportable! –y, sin más, se encaminó hacia la puerta de salida a la calle, cogió su bolso, dio un portazo y salió. ¿Quizás a su trabajo?, pienso que no, porque era demasiado temprano. Pero ni ella me dijo a donde iba, ni yo le pregunté. Total, para qué…

    La combinación de guiones largos o rayas con guiones cortos, en buena parte de los diálogos, me ha mareado; imagino una equivocación en el momento de acertar en la tecla, del mismo modo que para la ausencia de alguna tilde.


    Según mi parecer, y como expresé antes, el trabajo no tiene grietas, Antonio; cualquier observación, más allá de las mencionadas, invadiría el terreno del estilo y los recursos narrativos.

    Te acerco mi abrazo, compañero.


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

    ¡Hola, Antonio! Los primeros renglones se volvieron párrafos y, lo confieso, ya no pude dejar la historia.

    El mejor halago para un escritor aficionado, como lo soy yo. Gracias.

    No me extraña que ganaras el primer premio, el cuento es formidable. Apenas comencé a leerlo, recordé aquel trabajo de García Márquez, presente en Doce cuentos peregrinos: «El rastro de tu sangre en la nieve»; si bien las historias son diferentes, claro, el dedo de Nena Daconte tampoco paraba de sangrar.

    No he leído esa obra de García Márquez, por lo que ignoro el motivo por el que vertía sangre ese dedo, pero el masivo derramamiento de sangre del pecho del protagonista de mi relato se debía, básicamente a "un obligado derrame de sangre del organismo", o como decía en un comentario anterior nuestra compañera forera Sarasvati: "el chorro vital que perdemos diariamente", y por los motivos que explico en el texto.

    Una mañana cuando entré al cuarto de baño de casa, vi que en el espejo se reflejaba un rasguño, no mayor que una uña de un adulto, que de pronto había aparecido en mi pecho, más arriba del corazón. En un principio no le eché cuenta porque no recordaba cómo me la había hecho, y además por su perfecta posición vertical. Al otro día lo olvidé por completo.

    Entiendo que no le habías «echado cuenta» al rasguño, en tal caso: «… no recordaba cómo me lo había hecho» sería más adecuado.

    Sí, correcto, se coló una "a", en lugar de una "o"

    • “¿Han perdido todos la cabeza o la estoy perdiendo yo?”, pensé.

    Aunque no pretendo influir en tu elección, yo uso, siempre y en primer lugar, las comillas angulares (españolas); luego, si necesito agregar nuevas dentro de un texto ya entrecomillado, empleo las dobles inglesas (“ ”). Si la composición sigue pidiendo comillas entre comillas, coloco las simples (‘ ‘).

    En esto de las comillas y los guiones, te respondo lo mismo que hice en su día a otro compañero de este foro, que son formas sui géneris mías de presentar algún texto, sin reparar en que sea más adecuado lo que indicas; basándome, siempre bajo mi óptica, que es que yo lo hago así y no lo considero incorrecto. Pero sí, tienes razón, tomo nota.


    -¡¿Y esto también lo ves bien?! -grité, a la vez que mostraba el sangrante tajo púrpura.
    —¡Oye, a mí no me chilles! –reaccionó con ira-. ¡Si has tenido un mal día lo pagas con otra! ¡ ¿Te enteras?! ¡Eres un hombre insoportable! –y, sin más, se encaminó hacia la puerta de salida a la calle, cogió su bolso, dio un portazo y salió. ¿Quizás a su trabajo?, pienso que no, porque era demasiado temprano. Pero ni ella me dijo a donde iba, ni yo le pregunté. Total, para qué…

    La combinación de guiones largos o rayas con guiones cortos, en buena parte de los diálogos, me ha mareado; imagino una equivocación en el momento de acertar en la tecla, del mismo modo que para la ausencia de alguna tilde.

    La respuesta a esto está en la respuesta anterior.

    Según mi parecer, y como expresé antes, el trabajo no tiene grietas, Antonio; cualquier observación, más allá de las mencionadas, invadiría el terreno del estilo y los recursos narrativos.

    Gracias. Valoro en su justa medida tus observaciones.

    Te acerco mi abrazo, compañero.




    Gracias por leerme y por colaborar

    Otro abrazo para ti

     :)
     
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII


    Ariel García

    ...imagino una equivocación en el momento de acertar en la tecla, del mismo modo que para la ausencia de alguna tilde.


    He repasado de nuevo el texto y solo he visto una palabra con posible ausencia de tilde, pero tampoco estoy muy seguro.

    En este párrafo....

    Cuando llegué a casa, de nuevo tuve que afrontar, ahora desde un prisma lastimero y absurdo, las relaciones con mi mujer. Estábamos atravesando una de nuestras fases de distanciamiento; en los últimos días no nos hablábamos: encontronazos, discrepancias, chillidos, insultos, faltas de respeto… conformaban el meollo de nuestra crisis, la cual se había enrevesado y casi solidificado de tal manera que no había por donde cogerla. Y a todo esto llego yo con mi camisa manchada de sangre por una herida que no dejaba de crecer, pero que no tenía un motivo claro.

    DÓNDE, es es un adverbio interrogativo.
    DONDE, es un adverbio relativo.

    Para mí, la eterna duda de las palabras homófonas.

    Más saludos

     :)
     
  • Ariel GarcíaAriel García Gonzalo de Berceo s.XIII
    ¡Buenas noches, estimado Antonio!


    —¡Oye, a mí no me chilles! –reaccionó con ira-. ¡Si has tenido un mal día lo pagas con otra! ¡ ¿Te enteras?! ¡Eres un hombre insoportable! –y, sin más, se encaminó hacia la puerta de salida a la calle, cogió su bolso, dio un portazo y salió. ¿Quizás a su trabajo?, pienso que no, porque era demasiado temprano. Pero ni ella me dijo a donde iba, ni yo le pregunté. Total, para qué…


    En el contexto, entiendo que la expresión «a dónde iba» podría significar «a qué lugar»; en tónica y, en tal caso, debiera llevar tilde.

    antonio chavez dijo:
    • —¿Co…có...mo... es… po...si...ble…? –tartamudeé-. ¿Qué me está ocurriendo, doctor?
    Las palabras entrecortadas que representan la voz con intermitencias conservan la tilde.

    antonio chavez dijo:
    • —Claro, hombre, y así de paso me cuenta usted que tal le ha ido con mi colega.
    En este caso, considero que «qué tal» («cómo», «de qué modo») lleva tilde.

    ¡Fuerte abrazo, compañero!
  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    ¡Buenas noches, estimado Antonio!


    —¡Oye, a mí no me chilles! –reaccionó con ira-. ¡Si has tenido un mal día lo pagas con otra! ¡ ¿Te enteras?! ¡Eres un hombre insoportable! –y, sin más, se encaminó hacia la puerta de salida a la calle, cogió su bolso, dio un portazo y salió. ¿Quizás a su trabajo?, pienso que no, porque era demasiado temprano. Pero ni ella me dijo a donde iba, ni yo le pregunté. Total, para qué…


    En el contexto, entiendo que la expresión «a dónde iba» podría significar «a qué lugar»; en tónica y, en tal caso, debiera llevar tilde.

    Correcto, gracias.

    antonio chavez dijo:
    • —¿Co…có...mo... es… po...si...ble…? –tartamudeé-. ¿Qué me está ocurriendo, doctor?
    Las palabras entrecortadas que representan la voz con intermitencias conservan la tilde.

    Vale, lo doy por correcto. Gracias
    antonio chavez dijo:
    • —Claro, hombre, y así de paso me cuenta usted que tal le ha ido con mi colega.
    En este caso, considero que «qué tal» («cómo», «de qué modo») lleva tilde.

    Sí, efectivamente, se me pasó esa tilde. Gracias.

    ¡Fuerte abrazo, compañero!

    ¿Ves, estimado compañero forero Ariel? Cuando alguien más preparado que yo en esto de la escritura me hace observaciones, noblemente las admito sin paliativos; si no, ¿cómo diantres iba a seguir aprendiendo?

    Otro fuerte abrazo para ti

     :)
     
  • Ariel GarcíaAriel García Gonzalo de Berceo s.XIII
    ¿Ves, estimado compañero forero Ariel? Cuando alguien más preparado que yo en esto de la escritura me hace observaciones, noblemente las admito sin paliativos; si no, ¿cómo diantres iba a seguir aprendiendo?
     

    ¡Hola. Antonio! No creo estar más preparado que vos; basta con acercarse a tus cuentos para admirar talento y formación. El problema con el lenguaje (si es que existe) radica en su resistencia al encierro: se filtran defectos en el texto, la puntuación es inquieta y no todas las palabras que escribimos ayer encajan hoy... en fin. Yo todavía encuentro fisuras en mis relatos requetecontrapulidos, incluso fallos manifiestos, evidentes, y me pregunto cómo pudieron esconderse en el proceso de revisión, por qué no los vi antes de dar el visto bueno a la prueba de galera o enviar el material a la editorial. Según he leído, estas cuestiones persiguen también, aunque en menor medida, claro, a escritores consumados. Aquello de que publicamos nuestras obras para abandonar su corrección puede ser cierto; en mi caso, he publicado y sigo retocando y enmendando errores para la próxima edición.

    ¡Fuerte abrazo, compañero!


  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado febrero 2023


    Hola, Ariel

    Suele ocurrir, al menos me ocurre a mí, que escribo un texto y si me da por repasarlo enseguida (que no es siempre) no veo los posibles lapsus cometidos, las palabras repetidas, la ausencia de signos ortográficos... Y, claro, lo doy por bueno y lo plasmo donde sea. Pero (ese "pero" que casi siempre sorprende), al día siguiente o pasados unos días lo reviso de nuevo y es entonces cuando te preguntas, ¿cómo es posible que no haya visto esos fallos?

    En mi caso, achaco esas anormalidades a una falta de atención, y también (que es lo mismo) a que ya estoy pensando en lo que voy a escribir seguidamente, sin haber revisado antes lo ya escrito; está uno tan enfrascado en el texto, en que te cuadren las sintaxis, que no reparamos en esos pequeños grandes detalles; que, en definitiva, son los que diferencian a un buen escritor de un escritor vulgar. No sé si me he explicado.

    Y, sin duda alguna, la edad condiciona, y yo, a mis casi 81, no tengo ya la concentración necesaria para hacer un escrito de esos llamados ortodoxos.

    Otro fuerte abrazo

     :) 
  • ¡Buen día, antonio chavez!

    (Acá estoy, en tu primer enlace, como prometí).

    ¡Me ha encantado tu relato y me ha absorbido por completo! (Una de mis pasiones es la lectura, ¿podría decirse que soy bibliófilo?; leo cualquier género, pero mi favorito es el de terror-suspense psicológico. Y desde esta perspectiva intrínseca en mi he iniciado tu relato).

    Me ha agradado mucho como has ido enlazando todos los sucesos (cada vez más intrigantes y desasosegantes) hasta precipitarlos al clímax final ¡y descubrir que realmente no es terror!; Lo cuál me ha dejado con la grata sensación de que se me ha sabido llevar de forma inteligente hacia una profunda y agradable reflexión filosófica-espiritual.

    Oscar Wilde dijo: "La experiencia es el nombre que damos a nuestros errores". Y quedemos de acuerdo en que esa palabra, error, podríamos intercambiarla por herida.
    Herida... sangre... experiencia... sabiduría (si con esas heridas-errores aprendemos, obvio). 
    De ahí. como bien apuntas en uno de los comentarios, que en esta frase y excepto los niños, los adultos que yo alcanzaba con la vista sangraban profusamente, esté el pilar, el mensaje, la enseñanza del relato.

    P.D. Debo confesar que en cuanto he leído la frase del inicio, vi que en el espejo se reflejaba un rasguño, no mayor que una uña de un adulto, que de pronto había aparecido en mi pecho, en mi mente ha estallado un pensamiento: "Ésto... ¿a qué me suena, a qué me recuerda?". No he podido quitarme esa astillita.

    Y aunque hace ya bastante tiempo que lo leí, he encontrado el relato.
    https://www.losmejorescuentos.com/cuentos/terror101.php 

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado abril 2023

     
    Sōrumeito

    Antes de nada tengo que aclarar que el relato Mi herida no para de sangrar es de mi autoría, lo escribí en octubre del 1989, con lo cual el señor Luis Bremer, maño él, lo plagió y le asignó otro título. Tuve noticias de esta intromisión literaria (que es castigada por ley), pero no me merecía la pena ocuparme de ello; por contra, me sentía orgulloso de que a un escritor reconocido le gustase un texto de un escritor aficionado y además octogenario (un servidor), hasta el punto de copiarlo. Y esto me ocurre porque no pertenezco al listado oficial de Sociedad General de Autores y Editores (SGAE).

    En este mismo foro, algunos compañeros foreros se dedican a hacer suyos los escritos de otros, sólo cambian un poco el texto y, por supuesto, el título. A  mí me ha ocurrido y sé de otros que también; pero, claro, pertenecer a un foro de Literatura libre no es lo mismo que ser candidato al "Premio Planeta", ni, por supuesto, al "Nobel de Literatura"

    El quid de ese relato es la pérdida diaria de vitalidad que padecemos todas las personas. Todos estamos sometidos a esta inclemencia corporal, aunque no nos percatamos. 

    Gracias por leerme y por colaborar

    Un saludo

     :)
     

  • ¡Ah! Pero... ¿Sabes qué creí? (porque en mi mente quedó el mensaje central del relato hace años pero olvidé los detalles), que tú eras él pero que acá escribías bajo el seudónimo de Antonio Chávez (mira el caso por ejemplo de Stephen King-Richard Bachman). Pensé que me ibas a decir: "¡Soy él!".

    E incluso cuando te estaba escribiendo pensaba: "Ostras, es que yo acabo de llegar y hay personas que llevan décadas y quizá están consagradas y hacen colaboraciones en este foro" (lo de consagradas lo digo de las dos clases, porque  pienso que hay dos que para mi tienen el mismo valor: las personas consagradas, sigo acá con el ejemplo de King, y las personas que llevan media vida escribiendo pero que no tienen "título").

    Entonces resulta que Luis Bermer... Fíjate que ni recordaba su nombre y menos sabía que es-era famoso. Pero ese mensaje central se me quedó y me sobrevino de sopetón con la frase que te mencioné anteriormente.

    En cuanto a lo que me comentas sobre el tema de los plagios (y si, como bien dices, igual en este bendito Foro de Literatura habrá o ha habido alguna persona que se dedique a "fusilar" textos. Y es obvio que no será el único sitio) tienes toda la razón. Hace un mes y medio leí ésto sobre el tema: 


    Y es que (y parafraseando el grito de Leónidas en la gran película 300 -2006-):

    ¡ESTO ES... ESPAAAÑAAA!.

    No añado más a este respecto pues creo que se entiende.

    En cuanto al orgullo... Bueno, siempre pienso que hay que colocar también en el foco la parte buena de la mayoría de los sucesos que nos ocurren en esta vida (a algunos nunca le vi desde esta perspectiva carnal la parte positiva o buena) y no centrarnos tan solo en la nefasta; pero igual... ¡¡¡**#¡¡*!**!%!!! (no la admite la RAE pero creo que se entiende ja, ja, ja, ja).

    Y... me reitero en todo lo que te dije antes de la posdata.
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