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Maldigo el triste día en que morí,
porque esta fatal condena de vida,
este esperpento de dermis podrida,
este olor de muerte que nace en mí.
¿Dónde estás, San Lázaro? Ven aquí,
y líbrame de este cuerpo deforme,
pues mi alma sigue pura, ven y cúrame.
Ya no recuerdo el día en que viví.
Ya no distingo la venda de la piel,
la penumbra reinante en mis dos ojos,
y este eterno olor a vil podredumbre.
El amor dio paso a este río de hiel,
pues qué mujer amaría a despojos,
¡No quiero vivir, echadme a la lumbre!
Pero no tengo valor para el final.
Soy un pobre diablo sin infierno;
como un ángel caído de su cielo;
un aroma sempiterno a fecal.
Soy una momia sin gloria ni reino;
desdichado por vil enfermedad;
condenado para eterna ruindad,
como una lámpara sin su gran genio.
Vómitos de sangre y de bilis verde;
sudores de olor a almendras quemadas;
forúnculos de pus con puntas negras.
No soportaré esta vida sin verte;
sin sentir tus besos ni tus miradas;
ni esa bella sonrisa de mil perlas.
Y finalmente la Parca me salva,
curándome la piel, ¡ya puedo ver!
Ahora huelo a esencia de Fougère,
¡Vuelvo a vivir! Ya solo queda mi alma.
Comentarios
Muy bien escrito, Ferreiro.