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El Vaticinio

alcanor2alcanor2 Anónimo s.XI
editado junio 2012 en Fantástica
Bueno, cuelgo una cosita por aquí para que me deis vuestra opinión. Creo que ,como en el relato que colgué antes, puede que deje con ganas de más. No seáis malos o si :)


Llovía desesperadamente sobre Castelnere. El agua y la oscuridad de la noche sin luna provocaban que el cielo tuviese un aspecto vivo, como el de una masa viscosa que se iba deslizando sobre los imponentes muros de la vetusta fortaleza.
No era la mejor jornada para viajar y, aún así, media docena de jinetes se acercaron al castillo con gran ruido de armaduras y cascos de caballo. Ninguno exhibía estandarte y las ropas oscuras que vestían hacían que se confundieran con el lúgubre horizonte.
Detuvieron sus monturas a escasos metros de la enorme puerta de roble. Castelnere era una fortaleza defensiva pero no tenía foso, no había lugar para semejantes defensas en el lugar donde se ubicaba. Los eruditos que habían datado la antigüedad de sus piedras hablaban de más de mil años. Por aquel entonces, sus artífices habían tenido a bien levantarla sobre un empinado promontorio, difícil de acceder para hombres a pie, de forma que una pequeña guarnición pudiera resistir fácilmente a una fuerza de asedio.
Una titubeante luz apareció en el puesto de vigía como respuesta a las insistentes demandas de los caballeros.
—¿Quién va? —gritó el guardia con acento norteño.
Uno de los caballeros se adelantó mientras un oportuno relámpago iluminaba la escena. En efecto eran seis, cubiertos por oscuras capas de viaje y sin blasones a la vista. Iban armados con acero y las espadas colgaban de sus cintos como símbolo de su posición. El que habló era un hombre joven y barbilampiño, apenas de la edad de un escudero.
—Leandro de Calisti, Duque de Lostania, y su escolta piden asilo en esta noche de tormenta.
La luz desapareció por un momento, en el cual los jinetes se miraron entre sí preocupados. En el centro viajaba un caballero cuyo rasgo más característico era una negra barba bien recortada a juego con sus ojos, también oscuros y profundos. Era joven y de rasgos agradables. El fuego tembloroso de una antorcha regresó a lo alto de la muralla y se escuchó un tremendo crujido de madera. La lluvia continuaba cayendo con tremenda fuerza.
—¡Sea! —en esta ocasión la voz era más profunda y de más edad. —¡Bienvenidos a Castelnere!
Las enormes puertas se abrieron y los caballos piafaron impacientes ante la posibilidad de encontrar un refugio seco y caliente para el resto de la noche. Los cascos de los animales resonaron en el patio de armas y el joven señor de negra barba ni siquiera esperó a que se detuviera su montura. Saltó ágilmente al suelo y se dirigió con grandes zancadas a la entrada de la ciudadela. Un hombre grueso, envuelto en ropajes grises, le esperaba al pie de las gastadas escaleras de pie con aire de urgencia.
—Por Arion, excelencia. Daos prisa, ya casi está hecho.
El joven señor ni siquiera miró a su interlocutor y ascendió velozmente por los peldaños.
—Esta maldita noche de perros, Guido. —dijo. —En mi vida había visto llover de esta forma.
—No lo hacía en años, excelencia —respondió Guido.
El Duque se internó por los pasillos de la ciudadela apartando a los criados a su paso. El interior era un lugar acogedor, iluminado por el cálido resplandor de las velas y las antorchas. Dejó su empapada capa tirada en el suelo y se detuvo al escuchar un grito. Era un sonido desgarrador seguido de un breve sollozo. El cabello del Duque se erizó por todo su cuerpo, su mirada feroz se posó en el pobre Guido que apenas podía seguir su ritmo.
—¿Dónde está, Guido? ¿Cómo va todo?
—Está bien, excelencia —dijo mientras trataba de recuperar el aliento. —Arriba. En las dependencias del señor. —Y un dedo regordete apuntó hacia el techo.
Leandro de Calisti corrió finalmente, subiendo por angostas escaleras, empujando a las criadas que acarreaban las blancas ropas de cama para los invitados. Más gritos siguieron al primero y aquello provocaba que su necesidad fuera aún más perturbadora.
Finalmente llegó hasta un largo pasillo que acababa en una estancia circular. Ricos tapices adornaban las paredes, cubriendo por completo las frías piedras de la fortaleza. Eran imágenes de antiguas batallas, de viejos héroes en gestas casi olvidadas, pasto de la leyenda. Varias personas se encontraban en la estancia. Leandro se abalanzó hacia la puerta doble que se encontraba en el lado opuesto al pasillo y la encontró cerrada.
—¡Abrid la puerta! ¡Necesito verla!
Un hombre anciano y consumido, ataviado con un jubón pardo apenas adornado y tocado un sombrero rojo se acercó a él con aire pausado.
—No es posible en este momento —le dijo.
—Yo soy el padre. Soy el Duque de Lostania —vociferó.
—Os conozco bien, señor duque. Pero lo que debía pasar ya ha ocurrido. Es la hora del vaticinio y la ceremonia no puede ser interrumpida.
Leandro de Calisti golpeó la puerta con el puño. Era un hombre fuerte, joven y de alta posición, dotado para las armas y las letras pero nada podía contra una fuerza tan antigua como el tiempo. Nada podía contra el Destino. Sus miembros se relajaron lentamente, la urgencia dejó paso a la decepción y se fue alejando de la puerta con la vista en el suelo. El anciano llegó hasta él y le tomó el brazo derecho.
—Debéis esperar, excelencia. ¿Lo comprendéis?
El Duque asintió en silencio. Nada de lo que hiciera podía cambiar lo que había ocurrido. Ahora les tocaba hablar a otros. Sabía lo que ocurría en el interior de aquella habitación por lo que le habían contado sus maestros. Tres mujeres vestidas de negro. Tres mujeres de distinta edad que representaban a las antiguas Parcas, las señoras del Destino. Tres mujeres adiestradas en las antiguas artes extrasensoriales de las Nimh sa’en. Era una ceremonia más antigua que su propia casa, más vieja que la propia figura del Pontifex. Nona, Décima y Morta. Una que hilaba, otra que medía y la última que cortaba. Cogerían al retoño en brazos y lo examinarían en busca de marcas y señales. Después, cada una le pincharía con una aguja caliente para extraerle una sola gota de sangre, que verterían sobre sus ansiosas lenguas. Aquel gesto, unido al disciplinado entrenamiento mental que la antigua orden les proporcionaba, expandiría sus conciencias más allá del tiempo y el espacio. Y por último, cada mujer pronunciaría una profecía sobre el niño. La primera sobre su carácter, la segunda sobre sus logros en la vida, la última sobre su muerte.
Un último grito interrumpió sus pensamientos. Era su voz, la voz de Rossana, la voz de su amor. Las puertas se abrieron y las tres mujeres surgieron de la oscuridad. Un tremendo golpe de calor las seguía. Al otro lado, Rossana sostenía a su hijo en brazos, vestida con un blanco camisón ensangrentado. Tenía el largo cabello moreno revuelto y los ojos azules inyectados en sangre.
—¡Yo os maldigo, brujas! —gritó Rossana fuera de sí.- ¡Marchaos del castillo de mi familia y no pretendáis volver jamás! ¡Maldigo vuestros ojos de cuervo! ¡Desgraciadas!
Y la reciente madre rompió a llorar mientras acunaba a su hijo. Leandro estaba confundido, quizás por primera vez en su vida. Las Parcas atravesaron rápidamente la estancia con revuelo de negros tules. El Duque se colocó frente a una de ellas, cortándole el paso. Era la de edad mediana, su cabeza lucía completamente afeitada, tenía un rostro afilado como el de una rapaz y unos ojos grandes y viejos.
—¿Cuál ha sido el vaticinio? Soy el padre. Tengo derecho a saberlo.
La mujer lo miró de arriba a abajo con gesto de desprecio.
—Sé quién sois. Enhorabuena. Vuestro bastardo nos condenará a todos.
Aquellas palabras se le clavaron como un afilado puñal en el pecho. La mujer se apartó de él y siguió a sus compañeras. Leandro volvió la vista hacia la habitación. Las criadas recogían los paños ensangrentados y adecentaban el cuarto entre ahogados sollozos. Rossana sostenía al recién nacido, sentada en la gran cama con dosel, su voz dulce cantaba una canción de cuna. El pequeño movió sus brazos rosados y tocó la barbilla de su madre con los diminutos dedos.
Se acercó a ella y se dejó caer en la cama. El peto de acero y la espada le pesaban como nunca, como si el vigor de la juventud se hubiera esfumado en un suspiro.
—¿Qué hemos hecho, Rossana? —susurró mientras ella le ignoraba y continuaba cantando en voz baja.
Las doncellas se marcharon, igual que los hombres que esperaban en la estancia. Todos excepto el anciano con el que había hablado. Su rostro cansado se mantenía hierático. Un relámpago iluminó la noche y Leandro pudo ver por un segundo como la vieja cara se transformaba en una blanquecina calavera.
Un trueno hizo temblar el castillo hasta los cimientos y por primera vez desde que era un niño, el orgulloso Leandro de Calisti, Duque de Lostania, lloró. No por su destino sino por el de todos aquellos que compartieran los tiempos en los que la profecía sobre su hijo habría de cumplirse.

Comentarios

  • Jack LondonJack London Garcilaso de la Vega XVI
    editado junio 2012
    Me ha gustado mucho. Está muy bien ambientado, sobre todo gracias al recurso de la tormenta, que le da continuidad al relato e incluye esa dosis de esoterismo tan necesaria en este tipo de relatos. Los adjetivos, las descripciones y las frases explicativas le dan consistencia al texto.

    Espero que tenga continuación. :confused:

    Eso sí, te recomiendo que utilices un espacio de separación entre párrafo y párrafo, para facilitar la lectura. ;)
  • alcanor2alcanor2 Anónimo s.XI
    editado junio 2012
    Gracias por la opinión. Tienes toda la razón en lo del espacio, de hecho voy a editarlo.
    Lo de continuarlo, pues estoy utilizando algunas ideas que tuve sobre esa historia para otra cosa pero quizás puede incidir más adelante.
    Gracias por leerme.
  • alcanor2alcanor2 Anónimo s.XI
    editado junio 2012
    Pues no me deja editar :(
  • JanoJano Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado junio 2012
    Coincido con el amigo London. Tienes una narrativa impecable. Se lee con agrado.

    Yo también espero una continuación. No puedes dejarnos asi.:confused:
  • MirsaMirsa Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado junio 2012
    Guau! Genial, me ha encantado. En serio, coincido con todos, no nos dejes así :confused: Me encantan las descripciones, ágiles y explícitas. Y la ambientación sobervia. Maravilloso el castillo, casi puedo oler esa ropa de cama, el barro en el patio. Es todo tan siniestro y onírico, muy misterioso con unos simples trazos. Fantástico, por favor, continúalo. ;)
  • alcanor2alcanor2 Anónimo s.XI
    editado junio 2012
    Gracias, de verdad. Voy a intentar continuarlo.
  • MirsaMirsa Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita s.XIV
    editado junio 2012
    Claro, hombre, esto tiene que seguir. :D
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