Otoño como pintado con acuarela, pensó.
Ayer llovió, ahora los rayos del sol se filtran entre los árboles, hojas multicolores en el suelo, algo como neblina sube al cielo.
Escucha el ruido del tráfico, lejos, como un susurro de agua.
El cura estaba delante del hueco, cuatro hombres con ternos negros, desgastados bajaron el ataúd.
Un olor a tierra húmeda.
Los padres de Paula y pocos amigos estaban detrás del cura, uno al lado del otro, muy cerca, como que querían protegerse de algo, quedándose atónitos, caras petrificadas, la madre de Paula llorando, una figura delgada en traje oscuro, la falda negra casi tocaba el barro.
El padre la apoyó mirando abandonado al cielo.
Entre los árboles dos hombres con abrigos largos y sombreros grandes, uno tenía una máquina fotográfica en la mano, el otro anotó algo en una libreta chica.
El miró en la tumba, pocas flores estaban sobre el ataúd, una corona, dejó caer despacio un ramo de flores en la tumba, rosas amarillas, siempre le habían gustado a ella.
Un viento hizo caer gotas de lluvia de los árboles.
Levantó la cabeza mirando al cielo, la gotas de agua corrieron sobre su cara como lágrimas.
Pensó en todo lo que habían hecho juntos, en todo lo que querían hacer, en planes, en discusiones, en utopías.
« Cuando llora solamente una persona menos aquí, vale su trabajo”, había dicho un día alguien.
Lloraba una persona menos, valía la pena del trabajo de Paula?
La había visto riéndose y llorando, recordaba los ojos azules de Paula que siempre eran un poco tristes, su pelo largo y negro con un olor liviano a vinagre, sintió pasar cariñosamene la mano sobre su cara.
El cura miró en una Biblía, habló de un accidente trágico, habló despacio, inseguro.
La fe en Dios daría consuelo.
Paula era atea !
Según decían, Paula había muerto por un accidente, un camión la había tumbado, no se podía encontrar el conductor.
Él lo sabía mejor, se la había tomado presa, se la había torturado una semana, se la había asesinado, pasando un camión por ella.
Solamente 24 años había vivido, había tenido un sueño y él la había amado.
II
Primavera, sol como la última vez. La tumba de Paula está al norte del cementerio, cerca del muro.
Camino lento, los árboles todavía con pocas hojas, doblo a la izquierda y veo a Paula.
Está delante de la tumba, muy flaca.
Su pelo largo ondea al viento.
La veo de atrás, no se mueve,
Me quedo parado, sé que va a desaparecer si me acerco más.
Ahora toco su pelo como si quisiera amarrarlo.
Los mismos pantalones negros y su suéter azul como antes.
Pocos pasos nos separan.
Siento el olor fino de vinagre de su pelo.
Se agacha, ordena unas flores, se levanta.
Tiendo mi mano, quiero tocarle la espalda.
Desaparece, no puedo verla, me encuentro solo, como si nunca hubiera estado conmigo.
Ya no hay flores en la tumba, en el bloque de granito alguien escribió con pintura blanca « T E R R O R I S T A «
Trato de limpiar la piedra con mi pañuelo, pero en vano, no puedo borrar la palabra.
“Oh, Paula”, digo despacio.
Un rato largo me quedo, después me voy.