Sevilla dic 2024

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Filosofando sobre piedras filosofales
En un pueblo tranquilo, una tarde primaveral, bajo el refugio de un añoso árbol, dos jóvenes estudiantes amigos, Elena y Miguel, compartían conversación sobre los misterios de la existencia. Elena sostenía un bloc lleno de anotaciones, mientras que Miguel jugaba distraídamente con unas pequeñas piedras que había recogido del suelo.
—¿Sabes, Miguel? Últimamente he estado pensando en lo que realmente le da sentido a la vida. Es como buscar una especie de piedra filosofal, algo que transforme todo lo mundano en algo valioso.
—Curioso que digas eso -cogió Miguel dos piedras.- Estas piedras me recuerdan lo mismo. A simple vista no son nada especial, pero si las miras bien, cada una tiene algo único. Quizá lo importante no sea encontrar una sola piedra filosofal, sino aprender a ver el valor en todas las cosas.
—Interesante -dijo Elena.- Pero eso no resuelve la pregunta. ¿Qué es lo que convierte la vida en algo significativo? Hay quienes dicen que es el Amor, otros que es el Conocimiento, y algunos creen que es el Propósito.
Miguel arrojó una de las piedras al aire:
—Diría yo que son varias piedras. El Amor es una de ellas. Pero también lo es la Curiosidad, como esa hambre de saber más que te lleva a llenar tu bloc.
—¿Qué propones entonces? ¿Que cada uno recoja sus propias piedras a lo largo del camino? -preguntó Elena.
—Exactamente. Piensa en la vida como si fuera un río. A medida que avanzamos, el agua nos trae piedras, unas brillantes, otras ásperas. Algunas las desechamos sin pensar, pero otras las guardamos porque nos llaman la atención, porque nos hacen sentir algo, como algo preciado -dijo Miguel.
—Me gusta esa metáfora. Aunque me hace pensar… ¿Y si alguien no recoge ninguna piedra? Hay quienes parecen pasar por la vida sin detenerse a valorar nada -opinó Elena.
—Creo que eso es una elección. Tal vez no sólo se trata de encontrar piedras, sino de estar dispuesto a buscarlas. Al final, la vida te da lo que tú estés preparado para recibir -dijo Miguel.
—Entonces, según tu criterio, las piedras filosofales no se encuentran, se construyen. Una mezcla de experiencias, emociones y aprendizajes -habló Elena.
—Así es. Una piedra importante para mí es la Gratitud. Aprendí a valorar plenamente a mi madre cuando la perdí. Esa experiencia me enseñó a no dar por sentado a las personas que quiero -dijo Miguel.
—Y esa piedra, ¿qué transformó en tu vida? -le preguntó Elena.
—Transformó mi forma de ver a las personas. Ahora, cada vez que estoy con alguien importante para mí, estoy presente, sin distraerme. Es como si aquella piedra me recordara que la vida no es eterna y que cada momento cuenta -dijo Miguel.
—Qué curioso -se sorprendió Elena.- Para mí, una de mis piedras es la Incertidumbre. Durante algunos años le tuve miedo, pero ahora entiendo que es lo que mantiene viva la chispa de la curiosidad.
—Nunca hubiera pensado en la Incertidumbre como una piedra filosofal -Miguel sonrió.- La mayoría de la gente la ve como algo que pesa, no como algo valioso.
—Eso depende de cómo la mires -dijo Elena.- Si la Incertidumbre fuera un metal, sería el mercurio, que es un líquido, inestable, pero fascinante. Cada vez que me enfrento a lo desconocido, siento que estoy viva, que estoy creciendo.
—Entonces, si tu piedra es la Incertidumbre y mi piedra es la Gratitud, ¿qué otras crees que podríamos añadir a nuestra colección? -le preguntó Miguel.
—La Empatía, sin duda -respondió Elena-. La Empatía es una piedra que nos conecta con los demás. Sin ella, estaríamos perdidos en un mundo de egoísmo.
—Pero también la Resiliencia, ¿no?, que es una piedra dura que te ayuda a resistir los golpes de la vida -dijo Miguel.
—¿Y qué me dices de la Imaginación? Es una piedra que convierte lo que parece imposible en algo alcanzable -dijo Elena.
—Me gusta esa idea tuya -dijo Miguel, pensativo-. Pero fíjate, cada una de estas piedras tiene algo en común: no son materiales. No puedes guardarlas en el bolsillo como estas que tengo yo en la mano.
—Tal vez no -dijo Elena mirando las piedras de Miguel.- Pero sí puedes guardarlas en el corazón o en la mente. Y lo más hermoso es que no tienen límites. Siempre puedes hallar más, incluso cuando crees que ya no hay nada más por descubrir.
—Me da por pensar que tú ya tienes un cofre lleno de piedras filosofales -Miguel miró a Elena con admiración.
—Quizá, pero aún me falta mucho por aprender. ¿Sabes qué otra piedra he estado buscando últimamente? -le preguntó.
—No. ¿Cuál?
—La Aceptación -respondió, rotundamente.- Creo que es una de las más difíciles de encontrar, porque implica hacer las paces con uno mismo, con los demás y con las cosas que no podemos cambiar.
—Pues sí, la Aceptación es una piedra poderosa. Cuando la encuentras, todo lo demás parece más ligero -dijo Miguel.
—Y, sin embargo, muchas personas la buscan fuera, cuando en realidad está dentro de ellas mismas. Es como si pasaran toda la vida cavando en el lugar equivocado -dijo Elena.
—Tal vez porque es más fácil buscar fuera que enfrentarse a lo que hay dentro. Pero eso forma parte del viaje. Hay que aprender dónde buscar -opinó Miguel.
—Y compartir nuestras piedras con otros también forma parte de ese viaje. Nunca sabemos cuándo algo que hemos aprendido puede ser la chispa que otro necesita para transformar su vida -Elena miró a Miguel.
—Entonces, ¿qué te parece si hacemos un trato? –le preguntó, a la vez que alzó una piedra del suelo-. Cada vez que hallemos una nueva piedra filosofal, la compartimos, ¿vale?
—Trato hecho -se estrecharon las manos.- Aunque ya lo estamos haciendo ahora, ¿no?
El Sol empezaba a ocultarse, bañando el horizonte con tonos dorados y rosados. Las palabras de ambos flotaban en el aire como ecos, dejando una sensación de tranquilidad y de propósito. Porque, al final, la vida no se trataba de encontrar una única piedra milagrosa, sino de aprender a reconocer y atesorar las que aparecían en el camino.
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Mejor así:
Filosofando sobre Piedras Filosofales
Una tarde-noche veraniega en un pueblo serrano, bajo el refugio de un añoso árbol, dos jóvenes estudiantes amigos, Elena y Miguel, compartían conversación sobre los misterios de la existencia. Elena sostenía un bloc lleno de anotaciones, mientras que Miguel jugaba distraídamente con unas pequeñas piedras que había recogido del suelo.
—¿Sabes, Miguel? Últimamente he estado pensando en lo que realmente le da sentido a la vida. Es como buscar una especie de piedra filosofal, algo que transforme todo lo mundano en algo valioso.
—Curioso que digas eso -cogió Miguel dos piedras.- Estas piedras me recuerdan lo mismo. A simple vista no son nada especial, pero si las miras bien, cada una tiene algo único. Quizá lo importante no sea encontrar una sola piedra filosofal, sino aprender a ver el valor en todas las cosas.
—Interesante -dijo Elena.- Pero eso no resuelve la pregunta. ¿Qué es lo que convierte la vida en algo significativo? Hay quienes dicen que es el Amor, otros dicen que es el Conocimiento, y algunos creen que es el Propósito.
Miguel arrojó una de las piedras al aire:
—Diría yo que son varias piedras filosofales. El Amor es una de ellas. Pero también lo es la Curiosidad, como esa hambre de saber más que te lleva a llenar tu bloc.
—¿Qué propones entonces? ¿Que cada uno recoja sus propias piedras a lo largo del camino? -preguntó Elena.
—Exactamente. Piensa en la vida como si fuera un río. A medida que avanzamos, el agua nos trae piedras, unas brillantes, otras ásperas. Algunas las desechamos sin pensar, pero otras las guardamos porque nos llaman la atención, porque nos hacen sentir algo, como algo preciado -dijo Miguel.
—Me gusta esa metáfora. Aunque me hace pensar… ¿Y si alguien no recoge ninguna piedra? Hay quienes parecen pasar por la vida sin detenerse a valorar nada -opinó Elena.
—Creo que eso es una elección. Tal vez no sólo se trata de encontrar piedras, sino de estar dispuesto a buscarlas. Al final, la vida te da lo que tú estés preparado para recibir -dijo Miguel.
—Entonces, según tu criterio, las piedras filosofales no se encuentran, se construyen. Una mezcla de experiencias, emociones y aprendizajes -habló Elena.
—Así es. Una piedra importante para mí es la Gratitud. Aprendí a valorar plenamente a mi madre cuando la perdí. Esa experiencia me enseñó a no dar por sentado a las personas que quiero -dijo Miguel.
—Y esa piedra, ¿qué transformó en tu vida? -le preguntó Elena.
—Transformó mi forma de ver a las personas. Ahora, cada vez que estoy con alguien importante para mí, estoy presente, sin distraerme. Es como si aquella piedra me recordara que la vida no es eterna y que cada momento cuenta -dijo Miguel.
—Qué curioso -se sorprendió Elena.- Para mí, una de mis piedras es la Incertidumbre. Durante algunos años le tuve miedo, pero ahora entiendo que es lo que mantiene viva la chispa de la curiosidad.
—Nunca hubiera pensado en la Incertidumbre como una piedra filosofal -Miguel sonrió.- La mayoría de la gente la ve como algo que pesa, no como algo valioso.
—Eso depende de cómo la mires -dijo Elena.- Si la Incertidumbre fuera un metal, sería el mercurio, que es un líquido, inestable, pero fascinante. Cada vez que me enfrento a lo desconocido, siento que estoy viva, que estoy creciendo.
—Entonces, si tu piedra es la Incertidumbre y mi piedra es la Gratitud, ¿qué otras crees que podríamos añadir a nuestra colección? -le preguntó Miguel.
—La Empatía, sin duda -respondió Elena-. La Empatía es una piedra que nos conecta con los demás. Sin ella, estaríamos perdidos en un mundo de egoísmo.
—Pero también la Resiliencia, ¿no?, que es una piedra dura que te ayuda a resistir los golpes de la vida -dijo Miguel.
—¿Y qué me dices de la Imaginación? Es una piedra que convierte lo que parece imposible en algo alcanzable -dijo Elena.
—Me gusta esa idea tuya -dijo Miguel, pensativo-. Pero fíjate, cada una de estas piedras tiene algo en común: no son materiales. No puedes guardarlas en el bolsillo como estas que tengo yo en la mano.
—Tal vez no -dijo Elena mirando las piedras de Miguel.- Pero sí puedes guardarlas en el corazón o en la mente. Y lo más hermoso es que no tienen límites. Siempre puedes hallar más, incluso cuando crees que ya no hay nada más por descubrir.
—Me da por pensar que tú ya tienes un cofre lleno de piedras filosofales -Miguel miró a Elena con admiración.
—Quizá, pero aún me falta mucho por aprender. ¿Sabes qué otra piedra he estado buscando últimamente? -le preguntó.
—No. ¿Cuál?
—La Aceptación -respondió, rotundamente.- Creo que es una de las más difíciles de encontrar, porque implica hacer las paces con uno mismo, con los demás y con las cosas que no podemos cambiar.
—Pues sí, la Aceptación es una piedra poderosa. Cuando la encuentras, todo lo demás parece más ligero -dijo Miguel.
—Y, sin embargo, muchas personas la buscan fuera, cuando en realidad está dentro de ellas mismas. Es como si pasaran toda la vida cavando en el lugar equivocado -dijo Elena.
—Tal vez porque es más fácil buscar fuera que enfrentarse a lo que hay dentro. Pero eso forma parte del viaje. Hay que aprender dónde buscar -opinó Miguel.
—Y compartir nuestras piedras con otros también forma parte de ese viaje. Nunca sabemos cuándo algo que hemos aprendido puede ser la chispa que otro necesita para transformar su vida -Elena miró a Miguel.
—Entonces, ¿qué te parece si hacemos un trato? –le preguntó, a la vez que alzó una piedra del suelo-. Cada vez que hallemos una nueva piedra filosofal, la compartimos, ¿vale?
—Trato hecho -se estrecharon las manos.- Aunque ya lo estamos haciendo ahora, ¿no?
El Sol empezaba a ocultarse, bañando el horizonte con tonos dorados y rosados. Las palabras de ambos flotaban en el aire como ecos, dejando una sensación de tranquilidad y de propósito. Porque, al final, la vida no se trataba de encontrar una única piedra milagrosa, sino de aprender a reconocer y atesorar las que aparecían en el camino.
A Chávez López
Sevilla dic 2024
Indagando...
Un anónimo alquimista, de época sin precisar, fue quien creó la única piedra filosofal conocida en la actualidad. Aunque los registros del siglo XV dicen que había un escriba apellidado Flamel que vivía en París, que tenía que ver con esa única piedra filosofal. Con el tiempo, la historia de su vida afirmaba que había descubierto la receta secreta de la única piedra filosofal.
Más sobre la piedra filosofal...
La piedra filosofal es, por antonomasia, la sustancia catalizadora, símbolo de la alquimia, capaz de sanar la corrupción de la materia y convertir los metales en oro y plata y alargar la vida de seres diminutos, utilizados por el alquimista como mancebos de laboratorio, sirvientes y hasta espías
El concepto partió de la base de una teoría del alquimista musulmán Geber, que analizó cada uno de los cuatro elementos aristotélicos (fuego-agua-tierra-aire) en términos de cualidades básicas: caliente-frío-seco-húmedo.
Consecuentemente, el fuego estaba caliente y seco, la tierra fría y seca, el agua fría y húmeda y el aire caliente y húmedo. También teorizó que cada metal era una mezcla de estos cuatro principios, dos internos y dos externos.
Piedra Filosofal es un concepto legendario que está presente en diversas tradiciones que simboliza transformaciones y aspiraciones supremas. Representa tanto una sustancia mítica que puede convertir metales básicos en oro, como un símbolo de conocimiento y plenitud espiritual.
"Filosofando sobre piedras filosofales" no es un relato cualquiera, uno más, es un relato que casi nos obliga a reflexionar sobre las verdades que en él aparecen. Y esto que digo no es presunción por ser el autor, sino porque si queremos ahondar en la filosofía de la vida, se nos hace necesario. Gracias.
Como siempre, saludos afectuoso a todos los compañeros foreros.
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