Estoy empezando a adentrarme en el mundo de la fantasía y escribí el primer capítulo de mi libro. Todavía está sujeto a cambios, pero espero que les guste y puedan darme opiniones sinceras al respecto. Muchas gracias!
—Ven aquí, niña traviesa —exclamó mi mamá mientras me perseguía.
Yo solo reí y seguí corriendo. A pesar de mis pasos torpes, conseguía ir rápido (o al menos rápido para una niña de 8 años).
Abrí la puerta que daba al jardín, pero en lugar de nuestro jardín apareció algo completamente fascinante y diferente: un bosque lleno de árboles tan altos que no se alcanzaba a ver la copa. Una pequeña criatura con alas pasó volando cerca de mi rostro. La miré sorprendida. Ella me devolvió una sonrisa y siguió volando. Quise seguirla, pero antes de que pudiera dar un paso dentro de ese increíble mundo, mi mamá me atrapó y me jaló hacia atrás, cerrando la puerta rápidamente.
—Te atrapé. —Comenzó a hacerme cosquillas.
—¡Ya para! —dije riendo. Ella paró. Señalé la puerta y pregunté—: ¿Qué era eso?
—¿Qué cosa? —fingió no saber de qué hablaba.
—El hada que vi. Había un bosque. Parecía mágico.
—Se dice "el hada" —me corrigió con dulzura.
—¿Pero qué era ese lugar?
—No sé de qué me hablas, cariño.
En ese momento creí que todo había sido producto de mi imaginación y no volví a preguntarle sobre el tema.
Unos años más tarde, en mi cumpleaños número 15, me volvió a suceder. Me había enojado con mi hermana menor, Julieta, y quise ir a mi cuarto. Al abrir la puerta, me encontré otra vez con aquel bosque fantástico.
Julieta, que estaba a mi lado, también quedó fascinada por ese extraño lugar.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—No lo sé... —dije, hipnotizada. Algo en ese lugar me llamaba poderosamente la atención. Quería cruzar la puerta. Pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, sentí que alguien me jalaba del hombro, haciendo que me cayera. La puerta se cerró de golpe. Levanté la cabeza y vi a mi mamá, que lucía bastante nerviosa. Pasaba la vista de Julieta a mí y de mí a Julieta, mientras se frotaba las manos.
—¿Por qué no van a jugar? —dijo, intentando sonar tranquila.
Julieta le hizo caso. Yo no. Esquivar mis preguntas a los 8 años era una cosa, pero ahora que tenía 15, ya no iba a ser tan fácil.
—¿Qué era eso? —pregunté.
—¿Qué cosa? —respondió, fingiendo inocencia, como yo hacía cuando me preguntaban por un examen en el que había salido mal.
—Sabes perfectamente de qué hablo.
—Tal vez solo lo imaginaste. La mente puede ser muy creativa.
Seguía plantada frente a la puerta, bloqueándome el paso.
—Mamá, ya tengo 15 años...
Ella suspiró. Después de unos segundos, habló.
—Está bien. Ven aquí. —Entró a su cuarto y se sentó en la cama. Palmeó el espacio a su lado para que me sentara—. Esto solo lo sabe tu papá, porque no tuve más remedio que contárselo. Yo no soy de este mundo...
—No entiendo.
—Vengo de un mundo mágico. Se llama Granata. La única forma de entrar es a través de esos portales que tú abres.
Mi cara lo decía todo. ¿Un mundo mágico? ¿Otro mundo? Tenía tantas preguntas.
Poco a poco, me contó la verdad. Ella también había tenido este poder, como lo llamaba, que le permitía viajar entre mundos a través de portales. Al principio, los portales se abrían de manera aleatoria, pero con los años aprendió a controlarlos. En uno de sus viajes terminó en este mundo, el mundo real, donde conoció a mi papá y se enamoró. Pero cuando en el reino de Granata se enteraron, la desterraron, quitándole sus poderes y prohibiéndole regresar.
En su familia, los poderes se heredaban por línea femenina, siempre a la hija mayor. Ella creyó que, al ser desterrada, yo no heredaría nada. Cuando vio lo que me sucedió a los 8 años, pensó que desaparecería con el tiempo, y hasta ahora seguía creyendo lo mismo.
—Por favor, prométeme que nunca irás a ese mundo, que nunca cruzarás un portal —me pidió, mirándome fijamente y sosteniéndome por los hombros. Nunca me había hablado tan seriamente, así que solo asentí.
—Está bien —respondí.
Y durante meses le hice caso. A veces, al abrir ciertas puertas, aparecía un portal. Aunque sentía una atracción inexplicable, recordaba las palabras de mi mamá y me contenía.
Hasta que un día fue imposible. Recuerdo claramente que llovía muy fuerte. Salía del colegio y mis padres no podían ir a buscarme. El autobús no paró porque estaba lleno. Corrí intentando mojarme lo menos posible. Al llegar a casa, abrí la puerta rápidamente y entré sin mirar. Cuando vi que mis pies pisaban césped y tierra en lugar de los azulejos blancos de mi casa, miré a mi alrededor. Me encontraba en el bosque de Granata.
Dos hadas pasaron volando frente a mí, conversando animadamente. No podía dejar de mirarlas. Me sentía tan atraída por ese lugar que quería adentrarme y explorarlo. De repente, tres caballeros a caballo cruzaron delante de mí. Uno de ellos, que parecía tener mi edad, detuvo su caballo al verme. Tenía el pelo negro y llevaba una armadura plateada que resaltaba sus ojos. Sentí como si el tiempo se detuviera.
—No te distraigas, joven Milo —le dijo uno de los caballeros, que parecía mucho mayor.
—Sí, disculpe —respondió Milo. Antes de seguir, me dedicó una sonrisa.
Recordé las palabras de mi madre y di un paso atrás para regresar al mundo real, donde seguía lloviendo. Cerré la puerta, esperé unos segundos y la volví a abrir. Esta vez, todo estaba como siempre. Entré empapada y me fui directamente a bañar.
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Shalom colega de la pluma