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“He descubierto un secreto de los Oscuros.
Nos
vampirizan, y no de una manera romántica.
Fumé, y lo vi
todo.
Un muchacho de los nuestros, llamado Ae, extenuado
en locura y desesperación, desgarró los ropajes que llevaba y los
arrojó al fuego, para cubrirse con uno de sus mantos. Encontró su
calma de inmediato y se recostó junto a un árbol, entre la
hierba.
Entonces vi en ese mismo instante a Trasguito,
ascendido recientemente por las fuerzas demoníacas que merodean este
lugar. Lo vi con su frente chata, sus cejas deformes y sus ojos
saltones paranoicos. Lo vi repentinamente muy angustiado, cayendo al
suelo, sintiéndose de pronto vacío, y mientras los ropajes de Ae
ardían en llamas la mirada se le extraviaba. Perdía fuerzas
paulatinamente.
Tres señoras descomunales y grotescas se
alertaron. Moiras corruptas que se acercaron, ofendidas, a socorrer a
Trasguito.
Cerraron los ojos y balbucearon horrendas
palabras entrando en trance. Se arrodillaron ante las moscas que
rodeaban a Trasguito. Y se convirtieron en monstruos putrefactos. Vi,
entonces, que se volvieron a sus espaldas... para dirigirse ahora al
muchacho recostado junto al árbol.
Oscuridad. Oscuridad.
Oscuridad.
Pronto estaban junto a Trasguito, en una choza.
Habían capturado a Ae, quién se resistía a las agujas de
podredumbre que cubrían todo su manto y lo
inmovilizaban..
—Trasguito. ¿Ya estás mejor?. Traga...
traga Trasguito y te recuperarás.
Trasguito estaba en
cuclillas. Con su culo deforme al aire. Había una esfera luminosa,
dorada y potente al centro de la sala, que provenía de Ae en un
rincón, quien se encontraba volviendo a la locura y desesperación y
su manto se corrompía. Pero Trasguito trataba de acomodarse en la
esfera, desesperado, moviendo la cintura y su trasero con
convicción.
—Que no te rechace, se suave… engáñalo. Y
siente... Y recupérate.
***
Hoy
vemos a Trasguito, caminar por las calles de la gran ciudad florida
de Buen Donaire, galante y gracioso. Seguro, orgulloso y mordaz. Pero
yo…
Yo se la verdad”.