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El Vaticano beatificó a un insecto sifonáptero

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII

El Vaticano beatificó a un insecto sifonáptero

Una de las ventajas que poseen los dioses del universo, es que no tienen porqué dar explicaciones acerca de sus designios. El ser humano se conforma con aceptarlos, y los científicos siempre tratan de explicarlos, aunque no siempre lo consiguen. Así que los traviesos dioses decidieron dar fama y gloria a un insecto sifonáptero (pulga) que moraba en el lomo de un perro callejero.

Este parásito, que radicaba de tiempo atrás en la piel de Rascón (un perro famoso en aquel barrio por la manera en que solía rascarse), fue indirectamente descubierto por doña Elisa, justo cuando salía de misa, que vio que el can se rascaba aquel día de una forma disímil, rítmica, digamos que religiosa. No era a lo que estaban acostumbrados los niños que iban a jugar en aquella sombría y sucia calle cerrada y cerca de la iglesia, que hoy, por cosas de la vida, es un lugar sagrado para muchos feligreses.

Así fue, que doña Elisa regresó inmediatamente a la iglesia y le dijo al cura que tenía motivos suficientes para suponer que aquel irrelevante perro tenía en su lomo una cosa extraordinaria. El padre Paco, que sabía mucho de la vida y era consciente del poco dinero que disponía para cumplir sus misiones cristianas, se fue presuroso a revisar los sacros movimientos de Rascón. Para esos relevantes oficios le siguieron media docena de mujeres vestidas de negro, que poco o nada tenían en qué ocuparse, más allá de rezar de la mañana a la noche.

Y tras ver el fenómeno en el perro que, en verdad, se rascaba de un modo especial, el padre cura hurgó en su lomo y descubrió una pulga. Presionado por las miradas excitadas de las ancianas fanáticas que llevaban toda la vida tras un milagro, y sobre todo por los sueldos que tendría que pagar ese fin de semana, el sacerdote pensó rápido y gritó:

–¡Aleluya, aleluya! Se trata de la pulga Irina, la que venía en el camello de Gaspar cuando los Reyes Magos fueron a visitar a Jesús en el pesebre. Es la misma pulga que saltó a los pelos del Sagrado Niño para succionar de su Divina Sangre, y que por lo mismo se volvió inmortal, y hoy reaparece ante nosotros para llenarnos de fe. ¡Loado sea el Señor! ¡Oremos todos! ¡Hagamos una misa ahora mismo para celebrar este milagroso evento!

El cura ordenó repicar muchas veces las campanas de su iglesia, la que en pocos minutos estaba llena de creyentes que querían tocar a Rascón, el asustado perro sobre cuyo lomo dormía Irina, la pulga portadora desde hacía más de dos mil años de la Divina Sangre del Niño Jesús.

Lamentablemente, el incienso que se quemaba en aquella iglesia era un auténtico insecticida, mucho más poderoso que el DDT. Irina murió asfixiada durante la misa, y Rascón, que temía a las multitudes por experiencias del pasado, huyó en cuanto pudo del templo, a pesar del esfuerzo de las mujeres de negro por retenerlo.

Como quiera que fuese, a esas alturas de la misa, dedicada a Irina, la recaudación de limosnas había sido extraordinaria, y el padre Paco disfrutaba del verdadero milagro que había ocurrido esa tarde: ahora podía pagar los salarios de su personal al día siguiente.

Las mujeres de negro se convirtieron en fanáticas adoradoras de Irina, la Divina Pulga, y de Rascón, el abnegado can que alguna vez la llevó en su lomo.

El Padre Paco, que por sus malas experiencias estaba ya un poco alejado de la fe, se arrodilló humildemente ante el altar al día siguiente, para dar gracias a Dios, a Rascón y, sobre todo, a la difunta Irina, por el milagro ocurrido la tarde anterior.

Más tarde, El Vaticano tomó nota de este acontecimiento y ya constaba en su Sagrado Libro beatificar a la pulga Irina.



A Chávez López
Rota (Cádiz) julio 2024

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