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Se nace y se muere
No le tengo miedo a la muerte; la muerte es un
designio inexorable de la Madre Naturaleza, por ende, de Dios. Y desde que se fue un hijo mío (con sólo 49 años, que no por esperada su ida, después de
contraer años atrás una terrible enfermedad hereditaria, deja de ser dolorosa),
menos miedo le tengo aún. Mis ojos lo vieron partir un terrible once de
septiembre y fue entonces que me daba cuenta de que morir es como nacer: se
nace y se muere. Y punto.
Si a mí me atrapase el fatídico virus Covid-19 (que parece que de nuevo se está cobrando vidas humanas) en el acto me integraría al grupo de los potencialmente vulnerables; sí, ese
grupo de gente mayor. Tengo 83 años y sé que si me contagio pocas posibilidades
tendré de seguir en este mundo.
Y este puto Covid que no le da la gana largarse. Por lo visto le ha cogido gusto a permanecer entre nosotros. ¿Es que no tiene familia? ¿Es
que nadie lo echa de menos?
Desde después de la dolorosa pandemia estamos tratando de fabricarnos una nueva
vida. Nos cuesta volver a la vida que antes pensábamos normal. Ese sueño de
ensueño de que el mundo se convierta, súbitamente, en diferente, en el que todos
los humanos nos entendamos y nos queramos en la medida más afectiva posible, no acaba de llegar.
La realidad es que venimos a la vida para
perderlo todo; cuanto más vivimos, más perdemos. Vamos perdiendo a nuestros
abuelos, a nuestros padres, a nuestros seres más queridos, a nuestros amigos, y también vamos
perdiendo nuestras propias facultades, físicas e intelectuales. La Parca nos
arrebata todo y nos lleva de la mano, de la misma manera que nuestra madre nos
trajo a la vida.
Aun todo eso anterior, ciertamente macabro pero
tan real como la vida misma, no deberíamos vivir con temor, simplemente porque
nos hace imaginar lo que todavía no ha ocurrido. Hay que tratar de ver las
cosas como son, para así poder disfrutar plenamente el presente.
A Chávez López
Sevilla julio 2024