Sevilla julio 2024

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La caza del ciervo astuto
La brisa fresca del amanecer se filtraba entre los árboles del denso bosque, acariciando las caras de los cazadores que caminaban sigilosamente.
La tensión en el ambiente era palpable, cada paso calculado con precisión para no alertar a su presa. Álvaro, el líder del grupo, se detuvo y levantó una mano para pedir silencio.
—¿Crees que hoy será el día, Álvaro? —susurró Alfonso, uno de sus compañeros de caza desde hacía años.
—Sí, lo siento dentro de mí, Alfonso. Ese puñetero ciervo ha eludido las trampas durante meses, pero hoy es diferente. El viento está a nuestro favor —respondió Álvaro, con una mezcla de nerviosismo y determinación en la voz.
El grupo avanzaba. Cada uno de los seis cazadores ocupaba su posición estratégica. Era la caza del ciervo astuto, y no sólo porque ese ciervo fuera astuto, sino también porque representaba un reto personal para Álvaro. Había escuchado historias sobre este hábil animal desde que era un niño, una leyenda entre los cazadores del lugar.
—Recuerden, silencio absoluto. No podemos permitirnos errores hoy —repitió Álvaro mientras ajustaba su rifle.
El Sol apenas empezaba a iluminar el horizonte cuando vieron al ciervo, majestuoso y cauteloso, bebiendo de un arroyo. Sus astas enormes se alzaban como una corona natural, y su pelaje brillaba con un matiz dorado bajo los primeros rayos del astro rey.
Álvaro hizo una señal para que todos se prepararan. Alfonso, con su rifle, se puso a la izquierda de Álvaro, y los otros se dispersaban para rodear al ciervo, cuidando que el animal no se percatarse. Álvaro sentía que su corazón latía con fuerza mientras apuntaba con su rifle.
—Espera... —susurró Alfonso, notando algo extraño en el comportamiento del ciervo, que levantó la cabeza y sus orejas se movieron nerviosamente, como si estuviera oyendo algo más allá de ellos.
Antes de que Álvaro pudiera apretar el gatillo, el ciervo se dio media vuelta y salió disparado, pero no en la dirección esperada por los cazadores, que se miraron confundidos, pero Álvaro no estaba dispuesto a dejar escapar a su presa.
—¡Vamos! ¡No lo dejemos escapar! —gritó, y el grupo se lanzó en una persecución frenética.
El bosque se convirtió en un laberinto de sombras y troncos. Los cazadores corrían tras él, pero el ciervo tenía ventaja y era más veloz. A medida que iban corriendo, vieron algo inquietante. El ciervo no estaba solo; otros, como guiados por una fuerza invisible, comenzaban a aparecer, cruzándose en su camino, ralentizando su avance.
—Esto no es normal, Álvaro —dijo Norberto, el cazador más veterano—. Nunca he visto algo igual.
—Pero no podemos detenernos ahora —respondió Álvaro, decidido a continuar.
Finalmente, llegaron a un claro donde el ciervo se había detenido, rodeado de otros, que los cazadores los observaban en silencio. Álvaro alzó su rifle; pero, de pronto, una voz resonó en el aire, profunda y autoritaria.
—¿Por qué estáis persiguiendo a nuestro ciervo rey?
Todos los cazadores se quedaron inmóviles, buscando el origen de la voz. Del bosque emergió una figura imponente, un anciano con una túnica hecha de pieles y plumas, sus ojos reflejaban la sabiduría de muchas vidas.
—¿Quién eres tú? —preguntó Álvaro, sin bajar su arma.
—Soy el guardabosque. El ciervo que persigues no es un simple animal, es el espíritu del bosque. Lo has acosado durante meses, sin saber el daño que causabas —respondió el anciano.
—Sólo es un ciervo —replicó Alfonso, desconfiado.
—Es mucho más. Este bosque tiene un equilibrio que pocas personas comprenden. Al acosarlo, pones en peligro ese equilibrio. ¿Estás dispuesto a asumir las consecuencias? —preguntó el guardabosque, con voz solemne.
Álvaro bajó su rifle, confundido. Miró al ciervo, que en ese momento parecía mirarlo también, como si entendiera cada palabra que se pronunciaba.
—No lo sabía... —admitió Álvaro, su voz cargada de remordimiento.
—Pocos lo saben. Pero ahora tenéis una opción. Dejar las armas y aceptar la responsabilidad de proteger este bosque, o enfrentar la ira de la Madre Naturaleza —dijo el guardabosque, sus ojos penetrantes.
Álvaro intercambió miradas con sus compañeros. Habían venido para cazar al ciervo rebelde, pero se hallaban en una encrucijada moral que ninguno había anticipado.
—¿Qué es lo que piensan ustedes? —preguntó a los demás.
—Hemos cazado toda la vida, Álvaro. Pero esto... esto es diferente —dijo Norberto, descargando de balas su fusil.
—Creo que deberíamos escucharlo. No debemos enfrentarnos a la ira de la Madre Naturaleza —añadió Norberto.
Álvaro asintió, comprendiendo la magnitud de la decisión que tenían ante sí. Dejó caer su rifle al suelo y dio un paso hacia el guardabosque.
—De acuerdo, aceptamos. Protegeremos este bosque y aprenderemos a respetar su equilibrio —dijo con firmeza.
El guardabosque asintió con una sonrisa aprobadora.
—En ese acaso, bienvenidos sois todos los nuevos protectores del bosque. Aprenderán mucho, y este lugar les revelará sus secretos. Pero recuerden, el equilibrio es frágil, y deben ser siempre vigilantes —concluyó antes de desaparecer entre los árboles.
El ciervo, con un último vistazo de agradecimiento, se adentró nuevamente en el bosque, seguido por los otros. Álvaro y sus compañeros se quedaron en el claro, reflexionando sobre la inesperada responsabilidad que habían asumido.
La caza del ciervo había terminado, pero una nueva misión había comenzado.