¡Llévame
contigo, Amor mío! Acababa
de perder a su joven esposo en un trágico accidente de tráfico.
Al parecer, la felicidad era el único sentimiento
que a su vida no pertenecía.
Miraba ella hacia atrás y se encontraba con un montón de
sentimientos brillando en la silenciosa penumbra y, tras las luces cegadoras, veía
a sus padres, a sus amigos y a todas las personas que la querían explicándole un mar
de momentos que aún le quedaba por vivir. En sus cerebros afloraban recuerdos que le recordaban que, a pesar de todas esas luces, había una luz más fuerte, el sentimiento más grande:
la vida.
Llevaba la muchacha los ojos hacia el cielo, recopilando de cada poro de su
piel hasta el último hilo de las fuerzas que aún le quedaba. A través de las
estrellas miraba a su marido por última vez en vida, le enviaba su corazón en
carne viva y, presa de una implacable soledad, sólo salían de sus labios cuatro palabras desgarradora: ¡llévame contigo, Amor mío!
Inmediatamente después, a pesar de todas esas personas pendiente de ella, pero sin que les diese tiempo a reaccionar para detenerla,
se lanzaba al vacío desde la terraza de su piso de la undécima planta del
edificio. La altura y la inercia de la caída despedazaban contra el duro asfalto
un precioso cuerpo de tan solo 21 años.