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Andora o la pasión sublimada 13va. entrega (Por Carlos Pereyra)

Casi al unísono comenzamos a reírnos de nuestra travesura. Entrecruzamos los brazos con mucha solemnidad y comenzamos a caminar hasta llegar a una enorme roca donde nos arrodillamos para recibir la bendición nupcial, después de levantarnos, nos miramos frente a frente sin saber que decir.

-       ¿Qué hacemos con el beso? –Le pregunté- es lo primero que hacen los recién casados.

Pensativa me miró por algunos segundos al cabo de los cuales me dijo con una tierna sonrisa:

-       Creo que eso no tenemos que imaginarlo.

Y tomando mi cabeza con ambas manos, acercó su boca hasta la mía y me besó. Fue un beso breve, casi ingenuo diría yo, pero en aquel instante y en aquellas circunstancias, fue suficiente para que de nuevo me sintiera poseído por esa inexplicable sensación que me ataba a su presencia. Noté en su mirada cierta picardía que me instó a no hablarle de aquellos sentimientos que empezaban a aflorar en mí. Fue sólo un juego –pensé- Una simple fantasía que quiso compartir conmigo. No voy a caer en especulaciones temerarias que me lleven a perder lo ganado hasta ahora.

-       ¿Por qué de repente te has distanciado? –musitó- ¿Estás enojado conmigo?

-       No... Sólo recordaba.

-       ¿Eres casado?  Nunca me has hablado de ti.

-       Soy divorciado.

-       Ahhh, ¿Y tienes hijos?

-       No. Mi esposa nunca los quiso tener mientras duró nuestra relación, pensaba que le quitarían tiempo en su ascenso profesional. Aunque yo sí hubiese querido tenerlos.

-       Discúlpame por hacerte tantas preguntas. Prometimos que hoy no hablaríamos del pasado y eso incluía también el tuyo.

Le iba a decir que no había cuidado, pero no me dio tiempo de replicar, tomándome de la mano me llevó hasta el lugar donde Exnabor la había dejado hace tres años. Era una playa preciosa, poblada de palmeras a lo largo de la orilla. En su extremo más septentrional experimentaba una ligera elevación que simulaba una pequeña loma protegida por algunos farallones cubiertos casi en su totalidad por los manglares.

El mar se levantaba sereno sobre un cielo extrañamente desprovisto de nubes y en la distancia se podía apreciar, sin ninguna dificultad, el vuelo de algunas gaviotas alejándose de la orilla. Caminamos largo rato mientras ella me cantaba las canciones que recordaba de su antigua vida. Tiene una voz preciosa que me deja absorto al escucharla. Me pidió que le cantara y, ante su insistencia, tuve que hacer grandes esfuerzos con mi maltrecha voz para entonarle algunas canciones recientes que se escuchaban en mi país.

Retozando como dos niños y riéndonos de todo nos sorprendió el crepúsculo. Nos tumbamos en la arena para contemplarlo y cuando las primeras estrellas asomaron en el firmamento, nos despedimos hasta el otro día. Yo me encaminé hacía el auto y ella se ocultó entre la maleza. Seguro iría a su refugio.    -pensé-

 

(Nota 3 –Diario de Campo)

De nuevo estoy en el hotel, he intentado escribir el reportaje para la revista que me contrató, pero no puedo. Ya he roto tres cuartillas y no consigo nada, sólo el recuerdo de Andora y nuestra travesura del día de hoy fluyen en mi mente con indetenible frenesí. Analizo la situación y no logro convencerme...  ¿Qué me está pasando? Yo que siempre he levantado mi impasibilidad contra los encantos de varias mujeres, disfrutando de cada momento con una conciencia plena del presente vivido, ahora me encuentro taciturno y con una sensación irrefrenable de vacío que me hace evocar con nostalgia, un instante apenas transcurrido y del que no logro desligar mi mente ni mis sentidos.

Con ella, todos mis sofismas se van por la borda, a su lado o en su ausencia de nada me sirven. Es una situación para la que no estoy preparado. No puedo manejar las circunstancias y eso me asusta. Es preciso que tome algunas medidas emergentes si no quiero seguir cayendo en este juego del que no conozco las reglas ni el desenlace.

Quizá sea este entorno semisalvaje que influye en mis sentidos y me sugestiona, pero ya he tomado  una determinación: Mañana mismo veo a Andora para dar por concluidos nuestros encuentros. Después regreso al hotel y termino el reportaje sobre La Guayana Francesa. Tengo suficiente información y, con el resto de la mañana para trabajar, podré hacer el reportaje. Pasado mañana estoy de nuevo en Venezuela y esto solo quedará en mi recuerdo como una experiencia exótica que se irá diluyendo poco a poco.

(Fin de la nota)
   

(Trascripción textual del 6to registro grabado)

Después de un sueño poco reparador he despertado con el propósito de ejecutar mi decisión de la noche anterior, sin tomar el desayuno salgo en busca de Andora para comunicarle el cese de nuestros encuentros. Debo haber llegado con dos horas de anticipación, apenas comienza a clarear y lo más probable es que aun esté durmiendo. Abro la puerta de su casucha y el espectáculo que se perfila ante mis ojos ya comienza a mellar mis resoluciones.

Mi voluntad comienza a flaquear al contemplar a Andora aun dormida y mi pulso tiembla mientras sostengo la grabadora periodística. Su cuerpo descansa sobre unas palmas entretejidas que improvisan una estera, se ve preciosa en esa actitud; en su rostro afloran los rasgos de una pureza que se alberga en su propia alma, un alma noble que, en medio de su ingenuidad, ha sabido enfrentar las situaciones más temidas y abrumadoras.

 Carlos Pereyra

(Continuará) 


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