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Andora o la pasión sublimada 12va. entrega (Por Carlos Pereyra)

Algunas lágrimas corrían por sus mejillas, se las quitó con rabia y siguió hablando, pero esta vez sin ocultar su indignación.

-       Ya no queda nada que hacer. Esa desgraciada descubrió mis planes y para evitar que alguien me liberara ha decidido condenarme de una vez.

-       Sin embargo –le dije- hay un detalle que no has tomado en cuenta y es que si te hubiera querido destruir  ya estarías muerta. ¿No lo crees?

 Andora pareció reaccionar ante mis afirmaciones, lo que me impulsó a proseguir.

-       Además, la prenda no se ha desprendido totalmente de tu cuerpo, eso quiere decir que aun no estás en la desnudez absoluta y podemos intentar algo.

-       ¿Cómo qué? –preguntó.

-       Tienes que acostarte  boca abajo y abrir un poco las piernas. Podremos restituir  la prenda a su lugar de origen.

Ella pareció dudar de mis intenciones. Tuve que convencerla, pero al final accedió, aunque un tanto inquieta y de mala gana. Recelando de mi actitud, se tendió sobre la hierba y entreabrió las piernas dejando ver su sexo… En este punto debo confesar que me costó muchísimo contenerme, aquel cuerpo se me ofrecía como una tentación irresistible, pero más pudo mi voluntad de no  defraudarla. Tuve una erección casi en el mismo instante en que metí mi mano entre sus piernas para sacar la telita del bikini, las percibí suaves, tersas y delicadas. Cuando intenté restaurar la tela a su lugar de origen, su sexo se me plantó de frente, retándome la vista: Estaba libre, desafiante, provocador... pero sobre todo virgen. Como hubiese deseado llevar mi nariz hasta lo mas profundo de esa intimidad tan pura y olerla para llevarme un poco de sus efluvios en mis sentidos y en mi corazón.

Estaba nerviosa, tensa, sus bellos se erizaban con cada roce de mi mano y un ligero temblor se evidenciaba en sus piernas. Me extrañaba aquella situación porque a pesar de que seguía siendo virgen, ya había tenido contacto con varios hombres y en situaciones más adversas que la de ahora. Aquella reacción solo podía obedecer a dos causales, la primera que tuviera miedo de mí, o quizá que, de manera sutil e imperceptible, se estuviese dando entre los dos una química inesperada.

Tenía que calmarla, así que le hablé con extrema delicadeza, camuflando los matices de mi voz para que sonara tierna en vez de lasciva.

-       Ya todo se va a arreglar mi preciosa, confía en mí. Muy pronto estarás nuevamente atada a la vida.

-       Haz lo que tú creas, en estos momentos eres la única persona en la que puedo confiar… con mi alma y corazón estoy deseando que no me defraudes.

Con inusual sutileza fui cortando con una navaja, ambos extremos la tela que cubría su sexo, así obtuve dos finísimas tiras con las que improvisé una telita que atravesaría por entre sus nalgas para ajustarse a la parte del bikini que aun reposaba en sus caderas. Para mi sorpresa pude comprobar que retazo cortado tenía rasgos de humedad, sus secreciones íntimas habían empapado el minúsculo paño que durante la noche había sido cómplice y testigo de algún húmedo sueño... ¿Pero con quién podría soñar Andora? Y aunque me intrigaba saber con quién habría soñado, no le quise preguntar por temor a escuchar otro nombre distinto al mío. 

Mi reconstrucción resultó un éxito, Andora se encontraba de nuevo “cubierta”, aunque ahora la dimensión de sus vestiduras era más ínfima y provocativa, lo que ayer era un bikini, hoy se había convertido en un micro-bikini de impúdica fragilidad. Al verse de nuevo “vestida” no pudo contener su felicidad y parándose frente a mí me abrazó, con tanto ímpetu y vehemencia que temblé del deseo.

Aquel acto en apariencia ingenuo me rebasó de sobremanera… Yo, que durante los últimos años necesitaba de emociones extremas para experimentar el placer sexual, ahora me sentía como un adolescente frente a su primera experiencia amorosa. La ingenuidad y el erotismo se debatían la primacía en sus actos, ejerciendo sobre mi un efecto desquiciantemente afrodisíaco, capaz de trastocar todas mis emociones.

El bikini se ceñía a su cuerpo con más fuerza, como queriendo ser parte de él. Por entre sus piernas atravesaba una telita que, con mucho esfuerzo, alcanzaba a ocultar lo más evidente de su órgano sexual. Tras ella se marcaba, sin ningún esfuerzo, la hendidura del labio vaginal. En definitiva, aquella prenda se había convertido en una sádica atrocidad, de la cual yo era el responsable.

-       Me has devuelto las esperanzas –dijo- te debo la vida.

Ese día acordamos que no hablaríamos del pasado, la historia podía esperar. Tomándome de la mano me llevó a conocer sus lugares favoritos en aquella selva que, desde hacía tres años, era su único hogar. Llegamos hasta las orillas de un riachuelo, casi invisible entre la maleza, a su alrededor crecían varias palmas y matapalos por donde, a ráfagas, la luz del sol se colaba para llegar con intermitencia al suelo. Frente a nosotros, se levantaba una loma bordeada por inmensos árboles, alzados por caprichos de la natura, en dos extensas columnas que sombreaban un estrecho descampado.

-       Siempre imagino que este es el pasillo de una iglesia –dijo- que ha sido decorado especialmente para mí pasar de la mano de mi novio a recibir la bendición nupcial… ¿Me ayudarías a vivir esa fantasía?

-       Será un placer -le dije ofreciéndole mi mano-

-       Lo malo es que no traigo mi vestido de novia así que tendrás que imaginártelo.

-       ¿Eso será lo único que tendré que imaginar? –le dije para continuar su broma-

-       Bueno... también tendrás que imaginarte al sacerdote, al coro de la iglesia, a los invitados. Sé que es mucho esfuerzo, pero estoy segura que lo harías por mí.

Casi al unísono comenzamos a reírnos de nuestra travesura. Entrecruzamos los brazos con mucha solemnidad y comenzamos a caminar hasta llegar a una enorme roca donde nos arrodillamos para recibir la bendición nupcial, después de levantarnos, nos miramos frente a frente sin saber que decir.

-       ¿Qué hacemos con el beso? –Le pregunté- es lo primero que hacen los recién casados.

(Continuará...)

Carlos Pereyra

(continuará) 


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