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Andora o la pasión sublimada (9na entrega)

-       Creo que todavía tengo algunas cicatrices, aunque ya casi no se notan... fueron noches horribles en las que hubiera dado la vida por un poco de crema que aplacara mi ardor. No sé si serán especulaciones mías, pero después de esa experiencia siento que se han vuelto hipersensibles, hasta el punto de poder percibir las vibraciones positivas o negativas de las personas que se acercan a mí. He sentido la excitación de los hombres que se me aproximan como una daga rozándome la piel, pero en tu caso percibo energías diferentes... Si me permites acercarme más te describiría lo que me transmites.

Tomando mi silencio como una afirmación, se acercó hasta mí y desabrochando mi camisa descubrió parte del pecho para empezar a rozar sus pezones de una manera tan delicada y sutil que apenas si se percibía el contacto. En ese juego también percibí su respiración entrecortada chocando contra mi pecho, para llevar la experiencia al máximo nivel.

Describir lo que viví en aquel instante me resulta casi imposible, eran varias sensaciones llevadas mucho más allá de sus límites: deseo, compasión, rabia, ternura... ¿Cuál de ellas predominaba? Todas, creo yo.

Sin saber cómo reaccionar, sólo pude levantarme y abrazarla por varios segundos en actitud paternal. Al mirarla noté algunas lágrimas y traté de consolarla, pero ella con suma delicadeza puso su mano en mi boca para que no le dijera nada y aferrándose más a mi pecho, me demostró que sólo le bastaba el abrazo para sentir mi solidaridad. Al cabo de algunos segundos me refirió algo que no pude grabar, pero que recuerdo que era más o menos así:

“He podido permanecer virgen hasta este momento, aunque he estado a punto de perder esta condición en varias oportunidades, algunas veces por sometimiento y otras por deseo, mas siempre hay algo que me reprime o que me salva. Afortunadamente a Sebalá sólo le interesan los impulsos reprimidos y le basta con que me deseen; aun no comprendo la naturaleza tan extraña que rodea a mi opresora, pero ha servido para lograr mi cometido. Un acto tan puro como lo es la entrega mutua de dos seres que se aman, es algo que atenta contra su naturaleza egoísta y onanística”

-       Aun no me has dicho que tipo de energías te transmito –le dije- y sonriendo me respondió.

-       Por ahora es un secreto...el único que te tengo.

La proximidad de la noche nos obligó a separarnos con la promesa de reencontrarnos al siguiente día.

(Nota 1 – Diario de Campo)

“Son las dos de la madrugada en Cayena. El sueño comienza a apoderarse de mí después de escribir estas líneas que reflejan mi encuentro con Andora en el día de ayer. Hoy espero encontrarla nuevamente en el lugar convenido y de ser así, esta misma noche estaré escribiendo el siguiente capítulo de una historia en la que cada vez me siento más inmerso”

(Fin de la nota)

CAPÍTULO V

 LUCHA Y SOMETIMIENTO

    De nuevo nos encontramos y Andora continúa su historia:

(Transcripción de 5to registro grabado)

Una vez que Sebalá desapareció de mi vista, me interné en la selva para buscar un refugio donde pasar la noche. Al fin pude encontrarlo entre un grupo de cipreses que formaban un semicírculo en el medio del bosque, como si alguien intencionalmente los hubiese sembrado así hace muchísimo tiempo. Tendida al pie de uno de los árboles, me venció el sueño casi al instante. Para cuando desperté, ya había amanecido y me percaté que estaba sobre una pequeña loma desde la cual se podía divisar buena parte a mi alrededor. Para ese entonces, la selva me infundía cierto miedo;  siempre me hablaban de ella como el infierno verde. En los libros de mi niñez leía historias de cazadores perdidos en el medio de la nada que terminaban muertos o desquiciados.

Lo peor de todo fueron los mosquitos que masacraron mis piernas aquella neblina que surgió en la madrugada para disiparse en las primeras horas de la mañana, cuando los rayos del sol se colaron a ráfagas entre los innumerables árboles que techaban el suelo virgen de esta tierra misteriosa. El canto de algunos pájaros y la algazara formada por varias guacamayas volando de un árbol a otro, era lo único que rompía con aquella quietud expectante. Sentía miedo, angustia, ansiedad... pero, sobre todo, me sentía sola y desprotegida.

Aun así, decidí salir a explorar, esta vez acercándome más a la costa. Caminaba desprevenida cuando un nerviosismo inesperado se apoderó de mí; me sentía observada, seguida. En un comienzo pensé que nuevamente se trataba de Sebalá,  pero el ruido de unos pasos sobre la hierba me confirmó que era una presencia humana. Quise alejarme, pero ya era demasiado tarde, solo bastaron escasos segundos  para que emergiera de entre la maleza  y se abalanzara sobre mí, tumbándome de bruces e impidiéndome cualquier movimiento con el peso de su cuerpo. No podía verlo pues presionaba mi rostro contra el suelo. Quería abusar de mí y en un intento por despojarse del pantalón, dejó libre una de mis piernas; eso me bastó para descargarle una fuerte patada que atinó en sus testículos.

Retorciéndose del dolor me dejó libre y en fracciones de segundo salí corriendo, pero él, aun adolorido, emprendió detrás de mí, ganando distancia con cada segundo. De un salto me alcanzó y me volvió a tumbar, esta vez agarrándome por los tobillos para impedir mi nueva huida. Recurriendo a las pocas fuerzas que me quedaban, me aferré a un arbusto, mientras él me halaba por el otro extremo. Sentía que mi cuerpo se iba a desmembrar. Durante el forcejeo, mi blusa se rasgó y mis tetas quedaron afuera, expuestas a la mirada perversa de aquel hombre que quedó poseído ante la contemplación de semejante espectáculo. En ese  instante me soltó.

(Continuará)

Por: Carlos Pereyra 


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