MI TESTIMONIO: CÓMO ME CONVERTÍ EN ESCRITOR
Muchas veces necesitamos a las personas adecuadas, en el momento justo y en el lugar correcto, para empezar a abrirte camino en la vida...
Qué tal... Soy Carlos Reséndiz, y mi nick en el Foro es Charly Elvis Rocker. Te invito a que leas mi propio testimonio de cómo fue que me convertí en escritor.
Esto no lo hago con la finalidad de aburrirte con las cosas de alguien al que no conoces y que quizá se te harán irrelevantes. Créeme que no te haría perder tu tiempo, o de querer presumir. No, nada de eso.
Quiero contarte mi historia personal, porque en ella está implícito el secreto que me llevó, primero a ser un escritor, y posteriormente a ser director de revistas en la Editorial donde trabajo.
Si logras captar la idea y el secreto que las palabras que me dijo hace 39 años un hombre llamado Hernán Benítez, un querido español, habrás dado el primer paso para definir y afianzar tu carrera como escritor.
Procuraré ser breve e iré al grano... Cuando terminé mi carrera de Biólogo, no pude encontrar oportunidades laborales en ningún laboratorio.
Mientras que yo estaba buscando trabajo por todas partes, estuve desempeñando labores de oficina en una empresa dedicada a confeccionar trajes para caballeros, llamada: ‘Trajes Roberts’.
Le puse mucho empeño y dedicación a mis labores, ya que sabía que esto prepararía y fomentaría mi aspecto profesional.
Mi jefe era un alto ejecutivo español llamado Hernán Benítez, quien fue el que me enseñó muchas cosas con respecto a mi trabajo.
Era un hombre muy bueno y comprensivo. Siempre me alentaba y, a mis 23 años de edad que yo tenía en ese entonces, fue como un padre para mí.
Yo era su secretario, al que siempre le encargaba la preparación y la redacción de todos sus documentos más importantes.
Así, pasaron seis meses desde que empecé a trabajar en ese lugar. Me esmeraba en entregar mis escritos de manera impecable, pulcra y limpia en máquina de escribir.
En ésa época, (1983-84), todavía no eran populares para el público en general las computadoras personales.
Una mañana, el señor Benítez me dijo que él estaba maravillado por el perfecto trabajo que yo realizaba en sus documentos, los cuales calificó de impecables. Me comentó, esbozando una amplia sonrisa, que no encontraba error alguno en mis escritos.
Le gustó mi manera de redactar, mi ortografía, y se sorprendió que hasta hiciera corrección de estilo, dejando sus documentos con las ideas más claras y precisas a como a él se le habían ocurrido.
Le agradecí sus apreciaciones y le dije que solamente estaba tratando de hacer bien mi trabajo. Que yo no creía estar haciendo algo extraordinario.
Le gustó mi manera de redactar, mi ortografía, y se sorprendió que hasta hiciera corrección de estilo, dejando sus documentos con las ideas más claras y preci- sas a como a él se le habían ocurrido.
Le agradecí sus apreciaciones y le dije que solamente estaba tratando de hacer bien mi trabajo. Que yo no creía estar haciendo algo extraordinario.
Días después, el señor Benítez me llamó a su oficina y me hizo una pregunta que me dejó helado:
—¿Qué haces aquí, Carlitos? ¡Tú no estás hecho para un simple trabajo de ayudante de oficina!
Yo le contesté que nunca encontré trabajo referente a mi carrera como Biólogo, por lo que tuve qué echar mano de éste empleo después de buscar afanosamente algo más.
Le comenté que llevaba varios meses sin encontrar nada y que ya me encontraba muy desesperado, por lo que decidí aceptar éste puesto de ayudante de oficina en la empresa fabricante de trajes finos.
Me miró fijamente y me respondió:
—¡Pues estás totalmente desperdiciado, muchacho! ¡Tú estás hecho para cosas más grandes!
Antes de que yo pudiera decirle algo, continuó:
—Voy a pedirte que hagas una sola cosa... ¡Y la vas a hacer ahora! Van a dar las 11 y media de la mañana y tú sales de trabajar a las 3 de la tarde. Ya no vas a hacer nada por hoy en estas 3 horas y media que te quedan de labores.
—¿Qué es lo que voy a hacer entonces?─. Respondí.
—Vas a estar solo en la Sala de Juntas. Le pediré a la secretaria que nadie entre ni te moleste. Vas a escribir en una hoja de papel las diez cosas que más te gusta hacer en la vida. Quiero tus diez habilidades más grandes. ¿De acuerdo?
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SEGUNDA PARTE DE MI TESTIMONIO
A casi hora y media de que había entrado a la Sala de Juntas, salí de ahí y le entregué mi lista al señor Benítez, quien, satisfecho, me dijo:
—¡Muy bien, Carlitos! Me llevo tu lista ya que quiero analizarla con calma y con mucho cuidado. Pero también quiero que me dejes tu libreta que siempre llevas contigo. Mañana te la devuelvo.
Él hablaba de mi inseparable libreta en la que escribía poemas, cuentos, fábulas, relatos, y donde ya empezaba a escribir una novela. Le dije que si y él vio su reloj:
—Ya es la una de la tarde. Vete a tu casa y mañana te espero aquí en mi oficina. Tendremos una conversación.
Al día siguiente entré a su despacho y me recibió con una amplia sonrisa y sus ojos le brillaban muy alegres. Me senté y en eso la secretaria entró con una pequeña caja de galletas y dos tazas de café. Hecho esto, ella salió.
Él me ofreció una taza, me acercó las galletas, y me dijo pausadamente:
—¡Estoy asombrado por todo lo que leí en tu libreta! ¡Eres un escritor nato! ¡Ya sabía que lo tuyo era escribir!
Yo me quedé muy asombrado y sin saber qué decir. El señor Benítez siguió hablando:
—¡Tu fuerte es la literatura, y veo tristemente que te estás desperdiciando en éste lugar! ¡Carlitos, tú deberías de estar escribiendo o dando clases de literatura!
De pronto, su semblante cambió. Me miró incrédulo a la vez que me preguntó:
—¿Si lo tuyo es ser un escritor, por qué entonces se te ocurrió estudiar la carrera de Biología?
Iba a contestarle, pero continuó:
—¿No hubiera sido más fácil haberte inscrito en la Facultad de Filosofía y Letras que ingresar a la Facultad de Ciencias?
Ante su pregunta, me sentí triste, y le respondí:
—Desde un principio yo quise estudiar para ser un escritor, pero mis padres no quisieron que me volviera un ‘tinterillo’ fracasado, ya que siempre me dijeron que como escritor me iba a morir de hambre.
El señor Benítez se quedó pensativo un momento y exclamó:
—Bueno... Hasta cierto punto ellos tienen razón. Los Cervantes, los Wilde, los García Márquez, los Nervo, son tan pocos que se pueden contar con los dedos de una mano y es muy difícil ser un escritor de prestigio.
Me miro fijamente a los ojos y prosiguió:
—¿No te has dado cuenta de que existen dos tipos de literatura? ¿La fina, la de prestigio, en la que reinan pocos que logran colocar sus best Sellers, y la literatura popular?
No sé qué cara habré puesto que comenzó a reír. Me puso una mano en el hombro, sonrió y habló por interfón.
—Si, la literatura populachera, la de la calle, la que se vende en los kioscos o puestos de periódicos. ¡Las revistas hombre! Te pondré un ejemplo, espera... ¡Señorita Elvia, por favor présteme un momento su revista!
La secretaria llevó una novela ilustrada y se la prestó al señor Benítez. Hecho esto, ella salió.
Me la puso en las manos y la hojeé. Su tamaño era un poco más grande que la palma de mi mano.
Se trataba una novelita rosa para mujeres románticas, con temas de amor, y su contenido era una historia que destilaba mucha miel y estaba entretejida con un drama.
Era una revista de noventa y tantas páginas y llena de dibujos en blanco y negro o color sepia, ya no me acuerdo. El dibujo de la portada era a colores.
El señor Benítez señaló la pequeña revista y puso en mis manos mi libreta que yo le había prestado, a la vez que dijo:
—¿Si tú eres capaz de escribir cosas como las que has escrito aquí, acaso no podrás escribir mejores historias que el fulano o fulana que hizo el guión de ésta revista?
—Yo... Yo creo que sí—. Respondí.
—¡Pues hazlas, hombre! ¡Escribe y gana dinero!
Yo me quedé sin saber qué decir. Nunca me había planteado esta posibilidad. El señor Benítez consiguió otra revista entre los empleados. Se llamaba Servicio Secreto, de la actualmente desaparecida editorial La Foca.
Todavía le pidió a uno de los mensajeros que saliera y que comprara varias re- vistas de historietas en el kiosco de la esquina. Cuando las tuvo, me las entregó y me dijo:
—Regresa a la Sala de Juntas y léelas todas por favor. No te apresures y analízalas con toda la calma del mundo. Cuando hayas acabado vienes directamente a mi oficina.
Así lo hice. La secretaria me llevó más café con galletas y leí nueve revistas distintas, con temas que iban desde aventuras, terror, policíacas, espionaje y romance.
Una vez que terminé, me dirigí a la oficina del señor Benitez. Sonrió cuando me vio entrar, ya que me estaba esperando.
Me senté y él me preguntó:
—Cuéntame... ¿Cómo te parecieron?
—Interesantes─, le respondí.
Se me quedó mirando fijamente y dijo pausadamente:
—¿No crees que tú podrías escribir algo parecido a esto, y quizás hasta mejor que ellos?
Asentí con la cabeza. El señor Benítez continuó:
—Quiero que basado al género literario de la revista que más te haya gustado, me hagas un pequeño guioncito creado por ti, y no basado en las historias que has leído. ¿Entiendes?
Le respondí que el género literario que más me había gustado en ese momento era el de ESPIONAJE. Podría hacer una historia corta de un contrabando de droga.
Era martes. Me dijo que me daba hasta el día viernes para que le escribiera unas cuantas hojas.
Para ello me pidió que me apurara a hacer mi trabajo de 9 a 12 del día y que después de las doce, me pusiera a hacer lo que me había encargado.
Puse manos a la obra... Se me ocurrió escribir lo que más tarde se convirtió
en una novela de espionaje, al estilo James Bond, y que titulé ‘Narcotráfico en Hong Kong’.
Unos mafiosos chinos iban a llevar un cargamento de drogas desde Hong Kong hasta Nueva York.
Temprano, el viernes le entregué mis hojas al señor Benítez y me dirigí a mi escritorio a trabajar. Él se puso a leer lo que le había llevado.
Casi una hora después, mi jefe me llamó. Yo sentía que el corazón me palpitaba muy fuerte debido a los nervios y a la expectación de lo que me fuera a decir. Entré a su oficina y me senté ante él. Sus ojos se posaron en mí de manera profunda y escrutadora...
En la tercera y última parte de mi testimonio que he titulado CÓMO ME CONVERTÍ EN ESCRITOR, verás cómo fue que el secreto me llevó al éxito...
TERCERA PARTE DE MI TESTIMONIO
El señor Benítez me dijo:
—Excelente! ¡Esto era lo que yo esperaba! Hiciste un borrador bien redactado y ocupaste doce páginas.
Tomó las revistas que estaban en su escritorio y me pidió que escogiera una editorial, una que fuera sencilla... ¡Porque me iba a mandar a esa dirección y que hablara personalmente con el editor!
Cuando escuché esto, confieso que tuve pavor. No sé qué cara habré puesto que se levantó de su lugar, rodeó el escritorio, me abrazó y me dijo:
—No te preocupes, Carlitos. No vas a ir solo. ¡Yo iré contigo!
Yo sentía que estaba soñando. ¡No lo podía creer!...
Estaba muy nervioso. Subí a su auto y pronto salimos del estacionamiento. Nos dirigimos a la colonia Valle Gómez donde estaban las oficinas de la editorial La Foca.
En el camino no se cansaba de repetir que todo iba a salir bien, que dejara que él hablara con el editor, y que procurara estar tranquilo si me hacían algunas preguntas.
Pronto, estábamos en un despacho, ante un hombre maduro, canoso, que hablaba con mi jefe y los dos leían y miraban las doce cuartillas que había elaborado.
Yo estaba temblando y me encogí en mi asiento.
El señor Benítez me dio un leve y discreto codazo para que recobrara la compostura y me pusiera derecho en mi lugar.
El señor Olmos sonrió y dijo que le había gustado la sinopsis (hasta ese momento supe que lo que había hecho era una sinopsis) de mi historia.
Le dijo a mi jefe que si él me daba permiso de venir toda una semana a la Foca, estaba dispuesto a capacitarme para hacer ARGUMENTOS DE HISTORIETAS, y si aprendía y ponía todo mi empeño, me iba a dar trabajo como Argumentista.
Obviamente el señor Benítez le dijo que sí, que desde el lunes temprano yo iba a estar con ellos, y que estaba a su disposición hasta el viernes.
En el camino cuando regresábamos a Trajes Roberts, mi jefe iba muy contento y me dijo que no me presentara a trabajar toda la semana entrante.
Me iba a pagar mi sueldo íntegro como si yo hubiera asistido los cinco días. Que él iba a hablar con los demás directivos para decirles que él mismo me había enviado a otra sucursal para hacer unos trabajos de la empresa.
No sabía cómo agradecerle tantas atenciones de su parte. Agaché la cabeza y me puse a llorar...
Recuerdo que ese fin de semana estuve muy inquieto y en las noches dormí muy poco por los nervios. El lunes me presenté en la Foca, con el señor Olmos. Fue una semana de intensa capacitación donde me enseñaron a hacer un Argumento de Historietas. Trabajé en el argumento de Narcotráfico en Hong Kong y pronto terminé las 96 páginas y los 180 cuadros de texto.
El señor Olmos me dijo que estaba orgulloso de mí y que aceptaba darme trabajo en su editorial... ¡Yo me sentí el muchacho más feliz del mundo!
Mi guión se lo dieron a un dibujante para que lo realizara y una copia a un portadista para que hiciera la portada a color.
Y eso no es todo... ¡Me puso en las manos MIL QUINIENTOS PESOS de ese entonces y me dijo que regresara con mi jefe, que yo iba a trabajar de freelance!
Me encargó otro argumento para el próximo viernes.
El lunes me presenté a Trajes Roberts y el señor Benítez brincaba de contento (¡Literalmente lo digo!).
Me dijo que estaba orgulloso de mí, como si yo fuera su hijo. Le quise dar el dinero porque él me había alentado y abierto las puertas a ese nuevo mundo, pero no me lo aceptó.
—Carlitos, ese dinero te lo ganaste. Es tuyo... Es el fruto de tu esfuerzo y perseverancia. Disfrútalo, compra ropa para ti, lo que quieras.
Platicamos bastante tiempo sobre la semana en la que estuve capacitándome en la Foca, y me dijo que de aquí en adelante pusiera mucho empeño a mi trabajo y el resto del tiempo me dedicara a hacer mis argumentos.
Así fue como tuve dos trabajos. En Trajes Roberts y en La Foca. Supe ingeniármelas para no fallar a ninguno de los dos.
Pasó el tiempo y pronto me convertí en uno de los argumentistas más activos de la empresa. Procuré siempre darle un gasto a mi madre para aportar también a la casa.
Transcurrió casi un año, y cuando el señor Benítez se enteró que en la editorial había cambios de directivos y a mí me empezaron a comprar menos argumentos y a poner muchas trabas, me dijo:
—Ha llegado el momento en que te vayas a jugar a las Grandes Ligas. La Foca fue tu guardería. Ahora tienes qué ir a la escuela.
Lo que quiso decirme es que fuera a pedir trabajo a editoriales que actualmente ya desaparecieron, pero en esa época eran las más fuertes: Ejea y Editorial Vid.
Fui a ver a los editores de esas empresas, les mostré mis revistas que había publicado en La Foca cada semana durante nueve meses, y me aceptaron en las dos.
En Ejea hice revistas de terror, vaqueros, policíacas, luchas, espionaje, y muchas otras más.
En Vid hice revistas de corte infantil: El Pájaro Loco, Archie, Los Picapiedra, Porky y sus Amigos, la Pequeña Lulú, las Aventuras de Ziggy, en fin.
Debo de decir que mi vida cambió... En esa época gané mucho dinero y fui un argumentista muy prolífico.
Pero tengo qué aclarar que, cuando me dieron trabajo en Ejea y en Vid, me contrataron a tiempo completo. En las mañanas tenía qué estar en Vid y en las tardes en Ejea.
El señor Benítez no sabía cómo calmarme, ya que estaba hecho un mar de lágrimas, pues eso implicaba dejar Trajes Roberts.
Recuerdo que lloré mucho y él me abrazó y me dijo que estaba orgulloso de mí, pero que ya tenía mis alas y que tenía que abandonar el nido.
Así fue como tuve qué alejarme del que para mí, ya era mi segundo padre. Él me dijo:
—¡Vuela, Carlitos, vuela alto y no te detengas! ¡Por fin has triunfado como escritor!
Durante casi un mes trabajé de día y de noche para aprender más y hacer los argumentos que me pedían en las dos empresas. Pasaron 26 días desde la última vez que vi al señor Benítez y decidí visitarlo para invitarlo a comer.
Recuerdo que me presenté por la mañana en Trajes Roberts, y me dejaron pasar aunque ya no trabajaba ahí porque yo era muy conocido por todos.
Llegué hasta su despacho, el cual estaba cerrado. En un rincón de la antesala, la secretaria me miró y su rostro estaba triste y demacrado. Yo le pregunté:
—¡Elvia! ¿Qué tienes? ¿Y el señor Benítez?
Ella no me contestó. Me miró fijamente y desvió su mirada hacia la parte superior de la puerta del despacho de mi jefe.
Sentí que todo me daba vueltas, como si me hubieran dado un golpe con un mazo en la cabeza... ¡En la parte superior de la puerta estaba un crespón, un moño negro!
No lo podía creer... ¡El señor Hernán Benítez había fallecido! Hacía poco menos de un mes que estuve con él y ahora ya no estaba en éste mundo.
Elvia, la secretaria, me abrazó y lloramos juntos.
Ella me dijo que le había dado un infarto una semana y media después que yo lo vi por última vez. Iba llegando a su casa y metió el coche al estacionamiento. Salió del vehículo y de repente ahí se desvaneció. Fue un infarto fulminante.
El señor Hernán Benítez fue el maravilloso hombre que me encaminó hacia mi carrera como escritor, fue mi tutor, mi segundo padre, el que hizo que yo creyera en mí mismo.
Siete años después, unas manos anónimas rompieron la lápida de la tumba del señor Benítez. Su familia puso una hecha burdamente de cemento.
Yo mandé quitarla y pagué para que se la cambiaran por una de mármol. Es lo menos que pude hacer por la memoria del ángel que compartió conmigo su secreto.
Espero que hayas captado la esencia de su legado...
Yo seguí trabajando y al cabo de los años me fui a trabajar a Mina Editores. Quien me abrió las puertas de la empresa es el que hasta la fecha de hoy es mi jefe.
He logrado muchos éxitos, publicado una infinidad de revistas y de libros a lo largo de los casi cuarenta años que han pasado.
He comprobado que sí se puede vivir del arte de escribir.
El escribir literatura de historietas me ayudó a irme fogueando para incursionar a la elaboración de libros.
Te he compartido mi testimonio para que leyéndolo y analizándolo, puedas descubrir por ti mismo el secreto que el señor Benítez me compartió y que supe aplicarlo muy bien en mi carrera como escritor.
Espero no haberte aburrido. Toma como tuyas todas las enseñanzas del señor Benítez y aplícalas en tu vida y en tu proceso creativo para escribir y publicar tu libro...