Anoche fui con mis amigas a una fiestecita. Le dije a mi marido que regresaría a casa a las 12 en punto, ni un minuto más y ni un minuto menos. “Te lo prometo”, y se lo juré.
Pero la fiestecita estaba muuuuuuy requebien: copitas, bailecitos, más copitas, más bailecitos... y, claro, se me fue la hora. Y llegué a casa a las tres de la madrugada, completamente borracha.
Al entrar en la casa, el reloj de cuco hizo Cu-Cu 3 veces. Al darme cuenta de que mi marido se iba a despertar por el sonido, como pude grité Cu-Cu otras 9 veces más. Y me quedé tan orgullosa y tan satisfecha por haber tenido de pronto, a pesar de estar borracha, una idea tan genial y así evitar una pelea con mi marido, que me acosté junto a él tranquila y pensando en lo inteligente y lista que es una.
A la mañana siguiente, en el desayuno, mi marido me preguntó a qué hora había llegado y le respondí a las 12 en punto, tal y como le había prometido. Mi marido no me dijo nada ni lo vi desconfiado. “¡Qué bien, salvada!”, pensé, eufórica.
Pero, de pronto, me dijo: “por cierto, tenemos que cambiar nuestro reloj de Cu-Cu”.
Le pregunté, temblorosa yo: “¿Por… qué…, cariño... mío...?”. Y me respondió: “porque anoche el reloj hizo Cu-Cu 3 veces, a continuación, no sé cómo, gritó ¡hostia puta!, luego 4 Cu-Cu más, vomitó en el pasillo, dijo Cu-Cu otras 3 veces, se retorció de la risa, y otra vez hizo Cu-Cu, después salió corriendo, pisó al gato, destrozó la mesita de centro del salón, se acostó a mi lado dando el último Cu-Cu, tosió repetidas veces y se durmió.

Antonio Chávez
Sevilla oct 2023
