Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!
Mientras Lourdes se perdía en sus pensamientos, Joaquín llega con los cafés y el tequila, despertándola de su viaje por los senderos de sus fantasías más románticas y excitantes que nunca había vivido, hasta ahora. Le acerca la taza y el shot y se sienta en la cabecera, teniéndola a Lourdes muy cerca a su lado izquierdo. Le invita a Lourdes tomarse de las manos con el servicio entre ellos sobre la mesa. En ese momento Joaquín comienza a besar sus dedos suavemente, recorriendo los espacios entre ellos con la sutil caricia de su lengua por su anatomía.
En un salto de excitación y desesperación al mismo tiempo, Joaquín se incorpora, acercando su silla junto a la de ella, quedando los dos frente a frente. Posa sus dos manos en las rodillas de Lourdes, mientras la mira y, con una inclinación de cabeza, parece preguntarse: "¿cómo puedo evitar no amarte?". Descansa su cabeza delicadamente sobre sus piernas, y sus manos ascienden con movimientos sinuosos por el costado de sus piernas, ansioso por sentir su cadera bajando hasta su cintura.
Allí, se detiene un momento, deslizando sus dedos por su espalda baja, cuando sube por su torzo y sujetándola por atrás pasa su mano derecha por arriba de su abdomen hasta llegar a la barbilla de Joaquín recostada, sujeta y atrae a Lourde con su silla, quedando las piernas de los dos abiertas entre las sillas. Luego, con gentileza, levanta suavemente la cabeza mientras Lourdes, rendida a su presencia, le besa la frente con ternura, como una madre protectora, mientras piensa: -¿Cómo un hombre con ese temple, esa fuerza, inteligencia y personalidad dueño de su destino, estaba ahora vencido ante ella?".
Frente a frente, ambos se acarician las piernas y los brazos, sus manos ascienden hasta sus cuellos, se toman los rostros, se acercan y sus besos se estrellan con pasión en sus labios húmedos. Sus besos se entrelazan en una danza ardiente que parece comulgar con los pecados del cuerpo, mientras sus lenguas juguetonas, sensuales y caprichosas exploran un manantial de sensaciones que hacen estremecer las fibras más íntimas de los cuerpos de Lourdes y Joaquín.
Como si estuvieran bajo el hechizo de una fuerza incontrolable, sus cuerpos se levantaron de las sillas casi al unísono, como dos polos magnéticos irresistiblemente atraídos. Las sillas quedaron atrás, olvidadas en su frenesí. Se abrazaron con una intensidad apasionada, como si el mundo entero desapareciera a su alrededor. Sus manos exploraban cada centímetro de sus cuerpos con avidez, como si estuvieran desenterrando un tesoro largo tiempo buscado. Cada caricia, cada beso, encendía el fuego de sus deseos.
El tiempo parecía detenerse mientras se sumergían en el abismo de su lujuria compartida. Sus cuerpos se fundieron en uno solo, y el comedor resonó con sus suspiros y gemidos de éxtasis. Era una sinfonía de pasión desenfrenada, una danza apasionada entre dos amantes cuyo deseo ardiente los había arrastrado a un punto de no retorno.
Nada más importaba en ese instante, salvo ellos dos y la vorágine de pasión que los envolvía. Eran dos almas perdidas en un océano de placer, entregándose sin inhibiciones ni restricciones al ardor que los consumía. La noche observaba en silencio su amor desenfrenado, mientras juntos exploraban sus figuras afloradas por la excitación.
Con una determinación ardiente, Lourdes empuja a Joaquín contra la pared, desprendiendo su camisa sin detenerse, arrancando varios botones en el proceso. El pecho de Joaquín queda al descubierto, expuesto a las caricias ansiosas de las manos de Lourdes, que exploran con pasión cada centímetro de su piel. La energía entre ellos es como un fuego desbocado, una llama que amenaza con consumirlos por completo.
El comedor estaba impregnado de una atmósfera cargada de deseo. Joaquín, con una pasión ardiente en sus ojos, acercó sus labios al cuello de Lourdes y comenzó a besarle con delicadeza. Sus besos recorrieron una ruta ascendente y descendente, desde sus pequeñas y contorneadas orejas hasta la base de sus hombros, trazando líneas invisibles en cada centímetro de su cuello. El roce de sus labios era suave pero firme, como un canto apasionado que dejaba una estela de sensaciones en su piel.
Simultáneamente, sus manos exploraban el cuerpo de Lourdes con una intensidad cautivadora. Sus dedos se movían con destreza, presionando suavemente el vestido contra la suave epidermis de sus muslos. El tejido del vestido se adhería a su piel, delineando las curvas de su figura de manera seductora. Las manos de Joaquín ascendían con lentitud, siguiendo la sinuosa silueta de su cuerpo hasta que, finalmente, encontraron la tersa superficie de sus piernas.
Lourdes comenzó a besar el pecho de Joaquín, acariciando con su lengua húmeda sus pezones, endureciéndolos hasta el punto de morderlos lenta y suavemente.
Joaquín había llegado a sentir con sus manos la prenda interior de Lourdes, mientras que con sus dedos pulgares preparaban una sutil maniobra para quitarsela. Las yemas de sus dedos se apoyaban en su firme y terza piel de su cola. En ese instante, con la destreza de una carterista, Lourdes le desprende el cinturón y baja la cremallera del pantalón de Joaquín dejando que su pantalón, por su propio peso, baje hasta sus rodillas.
Ambos se separan por solo unos segundos. Joaquín desplaza con su pie la silla en la que estaba sentado contra la pared del comedor. Lourdes, incontenible en su deseo, se embarca en un gesto audaz. Desliza sus manos por debajo de su vestido con movimientos ágiles y se despoja de sus pantaletas como una bailarina exótica, dejando al descubierto unas piernas que irradiaban firmeza y exuberante belleza. Joaquín la toma por la cintura, la atrae hacia él, y ambos se sientan mirándose de frente, con ella encima y sus piernas abiertas.