Algo que escribir
Parece como si todas las eventualidades de la vida diaria hubiesen desaparecido. Aquí, en esta apartada caseta de toda intermisión mundanal. Creo que ya puedo afirmarlo con claridad: estoy de vacaciones. Hemos alquilado este lugar, similar a un modesto cortijo en la forma de su terreno, mis padres y yo. Ellos se hacen mayores, y a veces me veo como un eje de una balanza equilibrando sus desavenencias particulares, pero pienso que está bien; de algún modo, no hay nada más maravilloso que estar cerca de las personas que te han visto nacer, criado, y a las que realmente quieres y por las que el auspicio de la muerte deja en ocasiones un terrible desconsuelo que se manifiesta por instantes como un relámpago de lucidez. Yo y mis manías, pero no puedo evitar cuando observo la vida, en la prolongación de mi mirada, atisbar también la conciencia de su finalización. Y entonces se me aviene absurdo este ciclo. Escucho la televisión que mi padre tiene puesta desde su habitación y ya no la aborrezco, pero me llama la atención ese modelo que tratan de vender. Hoy, tras varios días al margen de todo y retirado en este campo, he decidido escribir algo. Ahora estoy en mi cama, solo se escucha el sonido de un ventilador y algunos ligeros ronquidos. Una lámpara de corte infantil me ilumina. Encenderé un último cigarro y trataré de dormir en esta cálida noche. La única intriga que me sobreviene es con qué soñaré esta vez.