Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!
El celular sonó, Xander contestó y el grito le heló la sangre.
Estuvo en silencio escuchando como le tapaban la boca y la golpeaban. Golpes secos, con rabia, los bufidos del hombre iracundo hasta que se sembró el silencio total. Luego escuchó como tomaban el celular: —Está hecho.
Colgó.
Xander se desnudó en la regadera. Dejó que el agua corriese por cada centímetro de su cuerpo y que el vapor disipara las tinieblas de la culpa que nublaban su mente. Era un hombre, como cualquier otro, pero ese día se había convertido en asesino.
Detrás de la puerta cerrada del baño escuchó el andar de Milo que llegó a recostarse esperando su salida. Xander tenía los ojos cerras y trataba de concentrarse en el correr del agua y el sonido de las gotas al caer. Su compulsiva mente, sin embargo, no se resistió en sacar el rostro de Hazel desde la profundidad de sus intentos por enterrarla. Trató de huir de la visión que se formaba en su mente, la culpa encarnada, Hazel con los labios morados, moretones por su blanco cuerpo y su pelo más rojizo que cuando estaba viva, incandescente, rodeada por los claveles de sangre que le había regalado, las cartas hechas a mano y las promesas rotas.
Abrió los ojos.
Su celular empezó a vibrar desde el lavabo.
Cortó el chorro y estiró su brazo. Al desbloquear la pantalla vio que eran mensajes de Cristal:
“Estaba ocupada en el trabajo, por eso no te había contestado”
Se sintió sucio y miserable. Ignoró por el momento el mensaje de Cristal. Observó la foto de perfil de Hazel, su rostro serio, pero incapaz de disimular su belleza hipnótica. Hazel era una mujer que solía ocultar muy bien sus sentimientos y le costaba abrirse, incluso con Xander después de un año y varios meses de relación. Habían estado teniendo problemas últimamente. Creyó que ella ya no lo amaba y sintió el advenimiento de una ruptura. Las discusiones reemplazaron las risas e incluso el sexo había quedado en segundo plano. Xander era ansioso y sobrepensaba cada cosa y tomaba como señales inequívocas de que ella podía haber estado engañándolo con uno o varios hombres, más atractivos, aguerridos y masculinos que él, un hombre fastidiosamente sentimental y sensible.
Volvió a la ducha y dejó nuevamente correr el agua. Se fregó bien el cabello y al ver las manos contó miles de pelos que se habían desprendido de su cabeza. Frente a él estaban los champús y tratamientos que le había comprado a Hazel desde que la conoció en aquel puesto cosmético en el que ella trabajaba. Utilizó varios de ellos con la esperanza de que lo ayudaran a no quedar calvo.
El celular empezó a sonar con el volumen al máximo desde el lavabo. Xander estaba seguro de haberlo dejado en vibración. El sonido heló su sangre. Sacó un brazo, aun con el pelo lleno de espuma y los dedos jabonosos, y contestó.
—¿Aló?
Se escuchó una estática, pensó que era una contestadora de alguna compañía de servicios móviles importunando con promociones.
—¿Aló?
Detrás de la línea se plantó un extraño silencio. Agudizó el oído y alcanzó a escuchar una débil respiración. Al no obtener respuesta, colgó.
Abrió el chorro del agua y dejó que la espuma cayera por todo su cuerpo, desprendiendo un sonido similar al chapoteo, pesado, como si se resquebrajara una enorme cáscara y de ella surgiese un cabello nuevo, más vivo, brillante y hermoso. Sería la última vez que utilizaría los productos de Hazel, al día siguiente arrojaría todo a la basura.
Ella siempre había sido muy vanidosa, esa fue la razón por la que la conoció vendiendo productos cosméticos en el centro comercial. Xander llegó por consejo de conocidos que le indicaron que ahí encontraría buenos champús, jabones y cremas para tratarse el acné y la caída del cabello ocasionado por el desequilibrio químico que los antidepresivos y antipsicóticos lo hacían sufrir. Estaba saliendo de una enorme depresión por una ruptura y andaba por la vida como un espanto, sin rumbo. Llegó al puesto casi en pijamas y se encontró cara a cara con una pelirroja deliciosa, de ojos profundos, felinos y labios de modelo. Su rostro era pétreo como la roca y para ella Xander era otro cliente más, pero él había quedado flechado.
Como pudo y sobrellevando los nervios, le explicó que había escuchado que en aquel lugar vendían productos naturales y de buena calidad que podrían ayudarlo a no parecer un niñato pasando la pubertad, con pelo de gato y acné vulgar. Hazel, mostrando su experiencia en el tema cosmético, le explicó con lujo de detalles lo que ofrecía cada producto y llegó a la conclusión de cuáles serían perfectos para que Xander mejorase su demacrado aspecto. Lleno de nervios, terminó por comprar muchas más cosas de las necesarias, solo por querer que aquella pelirroja se acordase de él. Desde aquel día la depresión de Xander aminoró y el desamor fue reemplazado por una nueva musa.
Desde afuera del baño escuchó como Milo raspaba la puerta con sus viejas garras, como diciendo que saliera ya.
—Ya voy mostrico —respondió desde la ducha.
Tomó la toalla y empezó a secarse.
El baño estaba lleno de vapor y oloroso a champú de jazmín y cardamomo. Salió hasta el lavabo y se miró al espejo: estaba peludo y con la barba crecida y descuidada. Se sorprendió de que alguien lo encontrase atractivo en ese aspecto. Pensó en Cristal. Tomó el teléfono y contestó su mensaje:
“¿Nos vemos mañana?”
A Cristal la conoció unas pocas semanas atrás en una fiesta con piscina en la casa de un viejo amigo frente al mar. Ella era la antítesis de Hazel. Su piel estaba bronceada por el sol, con aspecto a canela, debido a las interminables horas surfeando. Su cabello castaño tenía tonos dorados por el sol y sus ojos eran grandes y esféricos, como las caricaturas japonesas.
No fue a aquella fiesta con la intención de serle infiel a Hazel.
Estaba en la piscina, pasándola de miedo con sus amigos, viendo el mar a los lejos, tomando ron con cola como si fuesen agua y desahogándose por la ansiedad que vivía en su relación. Cuando de pronto, llegó Cristal. Richi, el anfitrión, la invitó junto con varias chicas más que había conocido tomando las clases de surf que ella impartía. Xander quedó flechado al verla llegar con un bikini blanco de flores que dejaba ver las marcas de bronceado en sus estrechas caderas y sus torneados hombros. Él fue amable y divertido. Le convidó unos cuantos tragos y empezaron a charlar. Ella le contó que amaba el mar, que era, como ella, libre, y que vivía sola desde los diecisiete años. Sonreía mucho, incluso con chistes tontos que Xander hacía y su coquetería era perceptible por todos. Richi tomó a Xander en un momento de la fiesta en que quedaron solos en la piscina porque las chicas fueron al baño y le insinuó que aprovechase: —Le gustas, viejo. ¿No andas mal con tu novia, cuando fue la última vez que tuvieron sexo? O te la llevas a la cama tú o me la llevo yo —le dijo en tono retador.
El influenciable Xander se sintió en la necesidad de probarse a sí mismo.
La relación con Hazel había hecho que olvidase por completo la sensación que producía el coquetear y el deseo de lo prohibido. Cristal fue soltándose a medida que tomaban más y más, dejando que la tocase por más tiempo, que sintiese sus caderas y sus nalgas firmes en su pantaloneta. En un movimiento y sin que él lo buscase, ella lo besó.
Sus labios sabían a sal.
Comentarios
La fiesta siguió hasta que se ocultó el sol. Entonces, ella lo llevó de la mano a una habitación donde nadie pudiese molestarlos y ahí empezó a desnudarse dejando ver toda su piel pasión y su húmedo sexo.
Abrió la puerta del baño y se encontró con el viejo y apestoso Milo en la entrada. Milo era un French Poodle viejo de doce años, ciego de un ojito y con el pelo opaco, oscuro, dejando atrás la blancura de su juventud y calvo en algunas partes. A los nueve años sufrió una enfermedad en la piel que lo obligaba a rascarse hasta hacerse heridas en la piel. Se convirtió en una especie de ratica sin pelo, hedionda y llena de llagas,
Milo el leproso, así lo llamaba Hazel.
Caminó hasta el cuarto.
Se internó en la oscuridad y se echó en la cama. Escuchó a Milo llegar con su andar lento y pesado. Cerró los ojos y trató de calmar su mente inundada por Hazel y Cristal.
Su teléfono empezó a sonar con un estridente chirrido. Lo observó extrañado porque ahora sí estaba seguro de haberlo puesto en modo vibración. Quiso rechazar la llamada, pero el sistema táctil no respondía. Siguió y siguió sonando hasta que no tuvo de otra más que contestar.
—¿Aló?
Una respiración lenta, pesada, pastosa, como alguien enfermo de neumonía o tuberculosis, se escuchó desde la otra línea.
—Maldita sea ¿Aló? ¿Quién es? —preguntó en tono molesto, pero estaba asustado.
Silencio.
De pronto un sonido gutural y un tono se asomó, de una voz que creyó que no volvería a escuchar nunca más.
Colgó.
Milo estaba de pie, con las orejas levantadas. Xander lo acaricio para tranquilizarlo y tranquilizarse a sí mismo. Tomó su almohada y la abrazó en cucharita. Tuvo deseos de llorar por la culpa que lo carcomía, pero no se lo permitió, no se lo merecía.
La pantalla del celular se iluminó en medio de la oscuridad del cuarto. Al revisarla vio quera era Cristal respondiendo su mensaje:
“No, mañana no creo, tesoro. Richi me pidió clases intensivas. Otro día. Besos”
Se sintió solo y extrañó a Hazel.
Ella al principio y siempre fue fría y distante. Xander era un artista frustrado, rechazado en cuanta academia hubiese. Era melancólico y pusilánime, así que la única forma que encontró de acercarse a Hazel fue con cartas y notas de amor que escribía en su soledad. Sacaba de la mesada que le enviaban sus padres para comida y compraba claveles y chocolates que le hacía llegar al puesto donde ella trabajaba.
Iba muy de vez en cuando, fingiendo que se había terminado los productos para comprar más. Una tarde llegó y observó que Hazel tenía los claves, los chocolates y las notas. Haciéndose el imbécil, preguntó si se las había mandado su novio.
—No tengo novio —respondió secamente.
Eso iluminó el corazón de Xander con esperanzas.
Duró meses así, siendo el enamorado anónimo. Hasta que un día encontró fuerzas en pastillas y alcohol para confesarle su amor en una visita que le hizo con la excusa de comprarle, le dijo que era él quien desde meses atrás le enviaba aquellos claveles sangre, notas hechas a mano y chocolates amargos. Ella se mostró incrédula. La invitó a salir y Hazel continuó inflexible, fría y sin esbozar ninguna sonrisa, lo que disparó enormemente la ansiedad de Xander, pero para su sorpresa, ella aceptó.
La invitó a su casa.
Se dedicó toda una mañana a arreglar su maltrecho apartamento, roció ambientadores y quemó incienso para alejar el olor tan particular que desprendía Milo y que pringaba en todos lados. Sacó sus dotes más románticas y compró un buen vino y con una receta sacada de internet hizo la cena. Cuando Hazel llegó, quedó algo impresionada. Comieron a la luz de unas velas y buena música. Xander gracias a la observación y la vigilancia desde lejos y por internet había descubierto el gusto musical de Hazel por los ritmos afros y el dancehall, así la complació y cuando ella preguntó si él también gustaba, mintió diciendo que desde hacía años.
Con varias copas de vino y la música, el ambiente se puso más movido y rítmico. Con la falsa seguridad que da el vino, trató de bailar con ella y seguirle los pasos. Su piel era blanca como la nata. Tropezando con sus propios pies, fue oliéndole el cabello rojo, oloroso a jazmín y cardamomo. Era tan erótica, tan curvilínea como un jarrón de barro amasado, gruesa, con muslos de yegua y un culo que parecía llevar todo el peso de su cuerpo.
Intentó besarla. Al poco rato estaban en su cama, forcejando, con cada melodía de las canciones de fondo.
Desde aquella noche, Xander tuvo que volver a tomar pastillas para dormir, pues el recuerdo de Hazel en su cama podía quitarle cualquier sueño.
Como ahora, abrazado a la almohada, desnudo, en la oscuridad, con un vacío tremendo y los intestinos hinchados por la culpa. Se sentía como una aguja en un pajar. La oscuridad lo rodeaba todo y el olor del champú que usó impregnó todo el ambiente hasta llegarlo a marear. Sintió el sudor correr por su frente y el corazón tamborileando en su garganta.
—Hazel, perdóname.
De repente, una corriente de aire helado se coló proveniente de ningún lado.
Era un frío extraño, fuera de lógica, porque estaban en junio, el mes más caliente de lo que llevaban de año. Destendió las sábanas y se arropó. Entre sus suspiros vio salir vaho de su boca y escuchar al viejo Milo tiritar bajo la cama.
Un sonido rasgó el silencio como el cuchillo a la tela. Provenía del celular. Era tan fuerte que los oídos rechinaban y los dientes. Observó la pantalla. Asustado, mantuvo el botón de apagado presionado hasta que se fue a negro. Dejó el teléfono en la mesita de noche cerca de la cama e intentó dormir tomándose varias pastillas.
—No quieres verme enojada. Lo que yo te haré y lo que sé es capaz de hacer sufrir en vida a los hombres sin haber pisado en el infierno —le advirtió Hazel. Xander sonrió pensando que era una broma, pero la pelirroja se mantuvo sería y su sonrisita se esfumó. Él era atento, entregado, detallista y meloso como el caramelo. No había nada que él no hiciera por Hazel y llegó a obsesionarse con ella. El enamoramiento era como una droga y desde sus primeras fallidas relaciones, pasaba a convertirse en un simbionte de la otra persona, incapaz de vivir sin ella o que esta le abandonase. Idealizó a Hazel como una diosa.
Ella siempre fue fría y seca. No hablaba mucho de ella, ni de su familia, sus amigos, no hacía muestras de amor, no compartió miedos o deseos. Todo lo que Xander sabía de ella lo obtuvo por su cuenta, investigando, siguiendo y escuchando. La indiferencia de Hazel en los últimos meses hicieron que cayese en crisis. La depresión volvió a caminar por su casa y la idea de matarse y ver sombras que querían su muerte iban con él al baño, al cuarto y a la calle. No quería un mundo en el que no estuviese Hazel.
Su pelo se volvió quebradizo y estaba irritado por el acné. Tenía ojeras del tamaño de platillos voladores y los labios partidos como perdido en el desierto.
Ella un día se condolió y estuvo con él cuidándolo.
Xander no entendía bien su ambivalencia y creía que el amor que daba debía ser devuelto con su misma intensidad. Nunca hubo besos con lengua, nunca hubo sexo espontáneo por parte de ella hacia él. Ella dejaba que él la montase como una yegua y resoplara llenándola de sudor, para luego ella irse y decirle que le escribiría luego y no él a ella.
Entonces conoció a Cristal en aquella fiesta.
No quería dejar a Hazel, la idea de perderla y que otros hombres pudiesen poseerla lo estaba arrastrando a la locura. Cristal era pasión y era más atenta que la fría Hazel. Asustado por la encrucijada en la que se encontraba, recurrió a Richi.
Richi tenía muchísimo dinero por negocios en la frontera de lo legal. Era un tipo sin escrúpulos y se consideraba práctico. Le encantaba el trago, las drogas, las mujeres y la locura. Xander nunca entendió por qué eran amigos, pero agradeció tener con quién hablar. Fue a verlo a su casa en la playa.
—No sé qué hacer. No puedo dejar a Hazel, no quiero que nadie la tenga. Pero Cristal y yo hemos estado hablando y… no sé qué hacer. ¿Se puede amar a dos mujeres a la vez?
—Yo de ti me las como a ambas, si es lo que te preocupa. Pero ya que eres de los que colgar vuelve inestables, mejor caer. Quédate con una.
—No puedo —dio un trago—, prefiero matar a Hazel antes que verla con otro hombre.
Richi se frotó los anillos de oro que tenía en cada dedo.
—Eso puede arreglarse.
Xander lo miró asustado.
—Conozco a alguien que conoce a alguien. Es un profesional, no llegarán a ti. Será como si se la hubiese tragado el mar.
Cristal llegó. Saludo afectuosamente a Richi y le dio un besito a Xander. El anfitrión propuso beber y drogarse hasta perder la conciencia.
Entrada la media noche, Xander llevó a Cristal a una habitación y trastocado por todo lo que había consumido, confesó que tenía novia y se sentía muy mal, que la dejaría y que quería estar con ella. Lloró en su abdomen y Cristal lo consoló como a un niño frotándole la cabeza.
Cristal lo desnudó aunque seguía gimoteando y le hizo el amor tan fuerte que aulló que terminaría con Hazel y lo haría pronto.
—Lo que tú digas, tesoro.
Cristal era su nueva musa.
Xander se quedó dormido y no se dio cuenta cuando Cristal salió de la habitación en la madrugada y no volvió a dormir con él. Al día siguiente encontró a Richi viendo el mar mientras tomaba café. Le dijo en voz baja que lo pusiera en contacto con ese alguien, pero con una condición: Quería escuchar.
Se despertó con la visión de Hazel siendo arrastrada por una figura negra como la medianoche y con auras demoniacas. Estaba tan asustado que subió al apestoso Milo a la cama y lloró sobre él. En su pesadilla, observó un campo lúgubre, de árboles retorcidos, donde Hazel sería echada como una piedra en una fosa de tierra negra donde poco a poco quedaría enterrada su hermoso cabello rojo.
Aún era de noche, madrugada, entre las dos y las tres.
La habitación estaba helada, las lágrimas se sentían como cristales de hielo rodando por sus mejillas. El silencio era espectral. El teléfono se iluminó como un faro de luz y Xander asustado lo tomó para estrellarlo en la pared.
Pensó que eso sería todo, pero se escuchó el timbre, cada vez más fuerte, más estridente, como una cacofonía perversa. Sintió un miedo indescifrable y un vacío en el estómago. El celular estaba hecho añicos y aún tenía vida —Hazel —pensó.
Milo se removió inquieto y empezó a ladrar. Xander jadeaba y el vaho salía de su boca, los vellos de su cuerpo se erizaron y su acné escoció con fuerza.
El teléfono no paraba de sonar.
La puerta se fue abriendo muy lentamente.
Xander se acostó dándole la espalda con Milo pegado a su pecho sin que este tampoco parase de ladrar y mientras la puerta rechinaba al abrirse, el viejo perro empezó a aullar.
Cerró los ojos.
—Hazel, perdóname.
La llamada se contestó sola.
La respiración se escuchó proveniente del aparato hecho añicos desde el suelo con resonancia espectral. Xander sintió auténtico terror.
Algo entró y se movió dentro de la habitación, con suavidad, levitando y su aura era tan espesa que los vellos de la nuca de Xander querían salir corriendo.
Aquella cosa se removió despacio y se plantó en silencio.
Xander se giró pensando que todo había acabado y cuando vio aquello, encima, abalanzándose sobre él, se escuchó un grito tan agudo, sacado de la fosa más negra del bosque, del mar, de la muerte, de la locura y de millones de claveles sangre marchitos en el cabello.