Sexta y última cita
Pues así fue, por un estúpido acato a la
moral y por una peligrosa y enamorada vagina, tardó en llegar esta cita. Pero llegó,
a pesar de la promesa a mí mismo de que todo había acabado ya, lo que también le hice
saber a la dueña de tan ardiente sexo la última vez que nos revolcamos en su otra casa.
La llamé a su teléfono móvil para decirle que me invitase a cenar y así aprovechaba para conocer su nueva vivienda. Accedió, sorprendida, pero jubilosa y
con gusto, pensando quizá en “ese otro gusto” que tanto anhela a todas horas.
Llegué a su casa sobre las10. Me recibió en esta ocasión
vestida con ropa de calle (vaqueros azules, ajustados, y jersey verde de
lana, de cuello vuelto). Y con una mirada… ¡uf!, para devorar a un
tigre, y el caso es que sus ojos morunos son serenos, y no muy grandes, pero con mucha
luz. Me dio un beso en la boca con los labios abiertos, y su lengua, nada más
entrar en mi boca, ya estaba buscando la mía. Esta vez no noté en su aliento
que oliese a alcohol.
Pasamos al comedor, y ya
había sobre la mesa varios platos superpuestos y cubertería para dos, y cuatro
vasos diferentes, según uso y bebida, además de un cubilete con taquitos
de hielo, en el cual posaban un tinto Rioja, y un blanco Diamante, y también
una botella de agua mineral y dos latas de cerveza Cruzcampo. De la cocina trajo una
sopera a juego con los platos, con caldo, fideos y almejas, y una bandeja con salmonetes
fritos. Y de entrada, llevó a la bien montada mesa, e incluso hasta con flores,
gambas, ibéricos variados y queso fresco, cortado en taquitos.
Y comenzamos a cenar, ofreciéndome ella beber de su
copa, con una mirada insinuante. Muslos cruzados, y abierta media cremallera
de los vaqueros.
Una vez que terminamos de cenar, nos fuimos hacia el salón, al
mismo sofá alargado de las otra casa. Ya allí, esperó unos minutos, como para que
reposase un poco la comida. No duraron los minutos, puesto que se aproximó más a mí
y me dijo, sus labios pegados mi a oído: “me siento feliz por haberte decidido a
venir; esta noche te voy a comer enterito”.
Y sin más, comenzó a desnudarse y a
desnudarme. Una vez ella en tangas y yo en calzoncillos (calefacción total
en su casa, y calentura brutal en toda su anatomía),
empezó sus juegos, pasando la lengua por encima de mi bragueta, hasta conseguir
ponerme el pene poco tieso y medio duro, pero como no paraba de darle
lengüetazos, acabó por ponerse tieso entero. Me lo sacó de los
calzoncillos, y sobre la marcha se lo metió en la boca, y donde más intensificaba era
en el glande y el meato; con un deseo rítmico, arriba, abajo, abajo, arriba. Iba intensificando tanto la felación que no podía aguantar más, y descargué en su boca, sin avisar. A todo esto diciéndose: “este pene es mío y la
voy a mimar siempre”. Y yo, callado, pero ella no paraba; me estaba haciendo un
limpiado con la lengua, regodeándose lujuriosa con el trozo de carne (normal, para mí, espectacular para ella) que tenía entre las manos.
Al poco, sirvió Chivas con hielo
para mí, y una Cruzcampo para ella (ya se había bebido al menos 5). Seguíamos
desnudos y charlábamos, pero sin mencionar lo ocurrido el sábado anterior. Y,
sin pronunciarme yo en cuanto al sexo, ella me propuso que "lo hiciéramos" dos veces por semana y que se conformaba
con eso, pues no quería perderme y estaba viendo que yo no me entregaba a más.
Tampoco respondí a su propuesta, solo dije: “ya veremos”.
Con una cosa y otra, la hora se vino
encima y era casi la una de la madrugada, que, como ya preveía y por las circunstancias propicias
que ella se había ocupado de construir, me dijo que me quedase a dormir, pidiéndomelo
con carita de niña buena y alegando que no había estado con ella ni un día de sus vacaciones. No tenía eso previsto y tampoco me atraía la idea, pero accedí en evitación de males mayores. Siempre fui débil
ante esta clase de peticiones. Pero eso es algo que pertenece a mi pretérito…
Nos fuimos hacía su cuarto, en pelotas
vivas ella, y tangas en su mano, y yo calzoncillos puestos, que me lo quitó al
entrar. Le gusta dormir desnuda y me pide que cada vez que me acueste con ella esté desnudo yo. Al igual
que en su otra casa, en esta no se pasa calor en verano ni frío
en invierno. ¡Menudo equipo central de calefacción y refrigeración tiene!
Con tamaño aparato, estando sola en su casa, puede estar todo el santo día en
bolas, durante las cuatro estaciones del año.
Ya en la cama, hablamos otro rato, y siempre
ella pegada a mí y sin dejar de agarrarse a todo lo que podía y yo le permitía.
Sobre un chifonier, a un lado de su cuarto, había una tableta de chocolate, que al ver eso le pregunté que si le gustaba tanto el
chocolate como para tenerlo tan a mano. Me dijo que sí le gustaba, pero que esa tableta era
para mí, porque sabía que me levanto de madrugada a comer chocolate.
Bueno pues avanzada la madrugada, de
nuevo a la guerra. Y, como la vez que me quedé en su casa, me despertó una sutil
lamida en mi sexo. Pero yo quería tirármela, así que mientras con sus artes
me la estaba armando de “aquella manera”, me bajé al pilón y le lamí el mirto; se retorcía de placer, y también descargó sus flujos en mi boca, a juzgar por
lo salobre que saboreaba. Y cuando ya estaba mi miembro durito, dejé de
lamerle el mirto y me encalomé sobre su cuerpo, besándonos y entremezclando
nuestros olores, boca a boca. Quería que descargásemos al mismo tiempo,
pero se me adelantó largando sus ya conocidos por mí gritos, lo que me sirvió de incentivo
para acelerar mi descarga, y luego me atenazó el pene con sus labios vaginales,
sintiendo yo ese, medio olvidado por mí, doble palpitar; el de su vagina y el de
mi pene.
-sigue y termina en página siguiente-
Comentarios
Mientras estábamos en plena faena, que yo tardé más en descargar, me iba diciendo, como una loca “¡soy tuya, hazme lo que quieras, que tu miembro entre en mi cueva y que no salga nunca!”. Y, no sé por qué, o sí lo sé, yo no emitía palabras así, hasta que me puso a mil y le pregunté “¿tanto te gusta mi pene?”. “Ni te lo imaginas”. “Pues en este momento es tuyo”. “¡Entonces dile que me penetre y que le dé gusto a mi vulva que también es suya”, gritaba como una posesa. Y descargué dentro, como he explicado antes.
Y, sorprendentemente, no me había costado "hacérmelo" por segunda vez con ella, a pesar de que ese mismo día lo había hecho con otra chica.
Al día siguiente me llevó el desayuno a la cama: zumo natural de naranja, doble pan calentito con jamón y aceite y, ¡oh!, una copita de anís seco de Cazalla. Eran más o menos las diez y media de la mañana.
Raro en mí, me recocleé un poco más entre las sábanas hasta casi las 11. Me dijo que me quedase a almorzar. “No puedo”, respondí. Me preguntó qué cuándo iba a regresar, le dije que la llamaría antes.
Y sin más hablar, me salí de la cama y me fui al baño de su dormitorio. Me siguió, y una vez más me sentía reo en un agobio demasiado agobiante. Siempre me ha gustado conquistar y no que me conquisten.
Ya los dos en la ducha me pedía más y yo no podía darle más. Puso el culo en pompa sobre mi pene, flácido. Me dejé querer para ver mi resistencia, y como ella veía que no me retiraba, se giró y empezó a masturbármela con la boca, poniéndomela otra vez dura con sus “técnicas mamatorias”, que aprovechó para ponerme un condón y para decirme que la penetrase por detrás. Y lo intenté, pero nada. Finalmente, ella se masturbaba y me dijo que le dejase la puntita de mi pene hasta lograr un nuevo orgasmo. Cuando lo alcanzó, quitó el preservativo de mi pene y frotó éste sobre su vagina.
Si esta sobrina mía no es ninfómana, poco le falta. Aunque las ninfómanas necesitan funcionar constantemente y con quien sea, y ella y dice que solo conmigo y que se conforma con dos polvos a la semana. Me lo expliquen.
He llegado a mi casa a las tres y media de la madrugada, y me he puesto a escribir esto, pasarlo a un Word, y enviártelo a tu correo, como te prometí. Pero estoy planteándome seriamente que no quiero que me envíes más chavalas jóvenes, y menos aún si provienen de tu familia o la mía.
Antonio Chávez López
Sevilla enero 2023