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Peor que pesadilla
Despertaba repentinamente y me daba la vuelta en una búsqueda instintiva e irresoluta por verificar todos mis alrededores. Era diario despertarme en medio de una locura, y definitivamente ésta no era una de las excepciones.
Me hallaba dentro de un cuarto, decorado al estilo gótico, aparentemente antiguo, en ruinas. Por su estructura, me suponía que era parte de una mansión. Estaba tan bien iluminado por los vitrales de la pared norte que podía ver con todo detalle las partículas de polvo sobrevolando al compás de una corriente de aire que entraba por un hueco del techo. Aunque el sitio era viejo, no era aterrador, más bien tenía un aspecto de abandono y maltrato, irónicamente por falta de humanidad.
Me levanté para buscar una salida y daba dos estornudos que me hacían llevar las manos a la nariz, sin expulsar ni gota de mucosidad, una simple alergia pasajera en un mal momento.
En la pared sur había una puerta vitral que llevaba a un amplio balcón. Atravesé el cuarto en dirección a ella. Al empezar a caminar, sentía el peso de la humedad en el ambiente. Había algo surrealista, como si, de pronto, la estabilidad del lugar empezase a moverse, torcerse, a alargarse y hasta a hablar. Todo lo que la luz iluminaba se volvía en penumbra. Solo podía ver aquella puerta vitral, que de un sonoro estruendo se abría de par en par, dejando pasar la lluvia, la tormenta, el aire, la oscuridad y unos cánticos en un idioma, desconocido por mí.
Ni me inmuté. Estaba acostumbrada a vivir aquello, una y otra vez. Dejé que pasase sobre mí, hasta cubrirme por completo y que jugase con mi pelo, que me acariciase el cuerpo y mi sexo, cual perversa manifestación sexual. Sentía como me poseía. Dejé que me susurrase terribles palabras y maldiciones en mis oídos. Me sentía abusada. Quería llorar, quería correr y gritar, como lo hubiese hecho en alguna otra de estas malditas pesadillas, pero me obligué a ser fuerte, a pensar en él y solo en él.
De un parpadeo, todo lo que había perpetrado por la puerta salió tan rápidamente como entró, y la penumbra de mis alrededores escapó y se escondió, cual ratón temeroso por los rincones del cuarto. Cuando creía que todo sería diferente, en esa ocasión sonreía para mí, victoriosa, pero no fue hasta que me giré que lo vi, colgado en una esquina de un viejo ropero; una bestia verdosa de rostro humanoide blanquecino, que lucía una ensangrentada dentadura con prominentes colmillos amarillentos, y unos anémicos ojos saltones. Tenía el cuerpo de gorila, o de un humano con alguna deformidad en las extremidades. Partes de su cuerpo peludo mostraban zonas calvas con sarpullidos, putrefactas. No era la primera ni única vez que miraba semejante monstruosidad; me seguía siempre, a dondequiera que iba me amenazaba con unos dientes horripilantes y me lanzaba chillidos sobrehumanos.
Antes que se abalanzase sobre mí, empecé a correr hacia la puerta vitral y pude sentir cómo una de sus garras me tocaba los pies. Cuando la cerré, con fuerza tras de mí, dejé escapar un hondo suspiro y me senté de golpe en el suelo. Pero, de pronto, aquella bestia destruía la puerta vitral de un zarpazo y se aproximaba con violentos pasos cojos hacia mí. Entonces, en ese momento pensé que era mi fin.
"¡Sálvame, por favor…!" -lancé al aire ésa súplica, pero dirigida a él.
De otro parpadeo, la bestia había desaparecido de mis ojos, y en su lugar dejó una estela de delgados cabellos rojos que danzaban al ritmo del aire. Cuando entendía lo que había pasado, me levanté del suelo y me giré hacia mis alrededores.
Me encontraba en el amplio balcón, que pude ver desde los vitrales de la habitación. El suelo, de piedra negra seca, raspaba mis pies, que hasta ese momento no me había cuenta de que se hallaban descalzos. Las nubes poblaban el cielo y pude percibir una rara calma en el ambiente. Parecía que el panorama estaba como petrificado: las ramas de los arboles, que sobresalían de una de las esquinas del balcón, no se movían, a pesar de que podía sentir el aire acariciándome la cara.
Justo en medio del lugar, sobresalía del suelo una mesita. Encima de ella, posaba una vela roja encendida, la cual teñía de sepia lo poco que su luz alcanzaba a tocar destacando del gris del ambiente. A ella me acerqué, curiosa, y me hallé con que también había un libro con hojas amarillentas; no era muy grande, pero tenía pesadas hebillas de hierro que decoraban la oscura piel que cubría la tapa sin título.
Jamás hubiese imaginado que al abrirlo me encararía con la más terrible de las verdades; la primera página contenía una radiografía de un feto humano. Cuando pasé la página, me encontré con otra, parecida a la anterior, pero el feto era más grande.
Conforme iba pasando páginas, el feto iba creciendo y empezaba a notar deformaciones en sus miembros; la mandíbula se alargaba, como la de un animal, y de sus manos se encorvaban largas garras. De pronto al feto me miraba con sus grandes ojos rojos, que abría y cerraba repentinamente.
Del susto me aparté de la mesita, y fue entonces cuando oí el llanto de un bebé, mezclado con el grito desgarrador de un animal.
Me hallaba empapada de sudor y con la mirada aterrada, fija en el libro, cuando me llevé las manos al estómago y lo sentí moviéndose, cada vez más rápido, hasta llegar a lastimarme. Cuando bajé los ojos, ¡ahí estaba la horripilante bestia asomándose por debajo de mi propia piel con la carne pegada al rostro! ¡Lo llevaba conmigo, estaba en mi vientre!
Comentarios
Genial saber que sigues tan brillantemente activo en este foro amigo sevillano.
Saludos!
Hola, MartinJVille, me alegro de volver a saludarte.
Pues sí, sigo por aquí porque le he cogido cariño a este foro; me distrae y puedo plasmar mis numerosos textos, que los tengo dormitando en mi archivo.
Gracias por leerme y por colaborar.
Un saludo afectuoso, amigo
Amigo, sí, pero ¿excelentes escritos? Simplemente son improntas que se me ocurren y las plasmo en papel. Escribo mucho y leo más, y yo mismo me voy instruyendo. A pesar de mi avanzada edad, me entusiasma seguir aprendiendo.
Saludos