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Adoro a mi teléfono
¡Cuánto quisiera tenerte a mi lado, muy pegado a mí, para besarte, para abrazarte, para desnudarte, para mirarte, y así ver cómo se te pone la piel mientras te beso, mientras te abrazo, mientras te desnudo, mientras te miro! Tan solo con pensar en cualesquiera de esas deliciosas cosas, a doscientos por hora circulo y sin cinturón de seguridad
Y si me pilla la guardia civil de carretera, una vez que le explique el porqué de mi alta velocidad, sin duda que se alegrará y también, sin duda, compartirá conmigo mi éxtasis de felicidad.
No puedo esperar ni una milésima de segundo más. Quisiera verte y pedirte piedad, mientras la temperatura en tu mirto va ascendiendo vertiginosamente. Tu mirto es el más valioso regalo valentino que puedes regalarme. Solo Satanás sabe qué te haría si tuviese en estos momentos tu desnudez plena ante mis ojos. Solo Satanás sabe la cantidad de cosas que le haría a tu preciosa y pecadora boca, a tu espectacular y casi prohibitivo cuerpo, a tu palpitante glande.
Lo más probable es que te besaría, te acariciaría y te haría que perdieses todo el control, lamiendo y estimulando tu mirto con mi lengua, con mis dedos, con mi boca. Tus permanentes ¡ah! de placer irían marcándome el compás. Y nunca quisiera que terminasen nuestros placeres, inmensos e intensos. Y nunca quisiera que terminasen nuestros juegos variopintos.
Agradecida y excitada te arrodillarías ante mí, y después introducirías mi pene en tu boca; lo lamerías, lo morderías; es tu juguete favorito, tu trofeo personal, tu seña de identidad. El verme cómo me retuerzo es una satisfacción para ti y también para mí. Cuando hay amor y pasión, como la hay entre tú y yo, todo es posible, nada es imposible.
Llegaría un momento en el que pensarías que no sería suficiente y te echarías sobre el sofá, con las piernas completamente abiertas y a la vez haciéndome un gesto de que mi pene es reclamado por tu vagina. Y obedecerías. Y lo querrías siempre dentro de ti. Y que nunca, ni por nadie ni por nada, se salga de tu cueva.
Para evitar la rutina, cambiaríamos de postura y en menos de dos segundos estarías chorreando. Querrías más marcha, cuya la tendrías pronto, porque llegaría la hora de yo descargar. Lo sacarías y me pedirías que echase toda mi semilla en tu cara, tus pechos, tu cuello. Y yo lo haría, y tú acabarías relamiendo hasta la última gota. Y enseguida ensayaríamos posturas nuevas, otros ensayos... y así hasta el infinito.
Aunque, desgraciadamente, en nuestra obligada distancia, todo lo que hagamos y digamos, sexualmente hablando, sería virtual.