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Una cigüeña y dos medallas de oro

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII




Una cigüeña y dos medallas de oro

Ana se soltaba el pelo y se disponía a irse a duchar, después del agotador y estricto entrenamiento. Su estilizado y hermoso cuerpo de gimnasta, una mezcla todavía entre niña y mujer, se merecía una buena ducha.

Estaba feliz por haber sido seleccionada para representar a España en el Mundial de Gimnasia Rítmica, a sus solo15 años. Pero no podía ocultar un sentimiento de tristeza por no haberse podido despedir de Lucas, que ya había partido hacia Alemania, la sede del Mundial.

Lucas era todo para ella. Se conocían desde la preselección. Ana estaba enamorada de él, y pensaba ilusionada que su amor era correspondido, hasta el punto de querer entregar su virginidad a aquel guapo atleta, antes de viajar para competir.

Para Lucas, de 18 años, Ana era una preciosa rubita, simpática y buena amiga. Pero solo eso, porque para desconocimiento de Ana, su adorado Lucas era homosexual. Lucas sabía que Ana lo deseaba, pero no le gustaban las mujeres. La veía como una chica ardiente. “Una afiebrada vagina más”, como decía Mario, el novio de Lucas.

Pero en lo concerniente a la Gimnasia Rítmica, Ana era la primera en el ranking español de las pequeñas gimnastas.

Ana se quitaba la ropa y se iba hacia la ducha. Cuando llegaba, veía que el agua corría por dentro. “Seguramente será alguna compañera”, pensaba. Pero mayúscula era su sorpresa al ver duchándose a un chico mulato, bien dotado, alto, y de unos 20 años, que en ese momento se daba cuenta de la presencia de Ana.

— ¿Y tú? -le preguntaba el mulato sorprendido e intentando taparse sus partes íntimas con las dos manos.

— Es que este es el aseo de las chicas –le dijo una nerviosa Ana, con sus bellos ojos deleitados al ver tan “esbeltas cosas” en aquel cubículo.

— Oh, perdona, mi piccola ragazza. No sé leer español y como no había nadie, entré a ducharme y después rápidamente me marcharía. Yo soy Renato y pertenezco al equipo italiano de natación. Acicalándome estoy porque esta tarde cogemos avión de vuelta a Roma.

Quitaba Ana la mirada del cuerpo del italiano y se tapaba con una toalla. Pensaba que porqué no había gritado o no había salido corriendo cuando veía “aquello”. Pero, tragando dos veces saliva, le decía:

— Vale. No te preocupes, Renato. Dúchate tú primero y después yo, ¿vale?

Y le decía ese pequeño discurso, reconociendo lo atractivo y lo amable que era Renato. ¡Y lo buenísimo que estaba!

Renato reconociéndose sus numerosos encantos físicos y haciendo honor a la fama de conquistador que tienen los italianos, además de ansioso de aventuras y viendo en Ana la perfecta exponente de la belleza femenina española, le decía, sonriendo, y en una actitud coqueta, casi provocativa:

 — Mira, españolita linda, en este cubículo hay espacio para los dos, ¿por qué no nos duchamos juntos?

Y Ana, luchando contra sus propios miedos y contra las reglas del equipo y sabiendo que se exponía a una expulsión si la pillaban, pero aun todo eso, entraba a la ducha dispuesta a lo que fuese, sacando a relucir su juvenil impulso para sentir el desconocido placer que su entrenador le prohibía tajantemente.

Después de todo, Ana creía en el destino, y que justo antes de partir, tamaño chico estuviese en su ducha, era un regalo de los más costosos. Besaba apasionadamente al italiano, mientras él pensaba que Dios existía.

Todo contrastaba entre ellos dos: el color moreno de Renato y la piel blanca de Ana, sus diferentes edades, él 20, y ella 15; ella 1,58 de estatura, y él 1,94. Empero, un súbito flechazo unido a una súbita pasión los empalmaba bajo una fina lluvia de ducha en un momento de locura.

Besaba Renato los pequeños pechos de Ana, mientras ella acariciaba, por vez primera, un pene, que más tarde iba a ser su primer pene, y además el pene que se ocupaba en romper el himen de una adolescente anatomía.

Desde siempre había imaginado que su primera experiencia sexual tendría que ser especial, memorable, diferente... Y esa imaginación era ahora. Sus delicadas manos recorrían ávidamente la cara, el torso, vientre, el pelvis y los muslos de Renato, quien disfrutaba plenamente las caricias de la guapa y torneada española. No le costaba nada a él coger en sus musculosos brazos a ella para darle la vuelta, dejando su flor, aún cerrada, a la altura de sus labios, empezando a devorarla. Ana sentía un placer. Por inercia y casi por instinto, la gimnasta respondía besando pasionalmente y degustando la erecta masculinidad del nadador...

Renato sabía que no tenía sobrado tiempo, así que cogía a la flexible Ana en sus musculosos y la sacaba de la ducha, para después acomodarla en uno de los bancos del pasillo. Mojado y sin hablar, Renato abría los duros muslos de Ana, que se hallaba muy nerviosa pero decidida. Renato la penetraba, primero suave, y luego... suave también y lo más tiernamente que la situación del momento le permitía, suponiendo que lo más seguro era que la pequeña Ana era virgen aún.

Los gemidos de la gimnasta eran inevitables. Mucho había charlado y leído con las amigas sobre ese sublime momento, pero sentirlo era otra cosa. Ambos empezaban a moverse, buscando la excitación y el placer de sus carnes. No tardaban en llegar al orgasmo. Él sentía el estremecimiento de la chica y el propio, y retiraba su miembro viril, estallando a medias dentro de la vagina de ella, tratando de protegerla a pesar de su ansia por poseerla un poco más. Pero no quería ser tan irresponsable y por acabada daba aquella sesión tan sabrosa.

De pronto, se escuchaban unos ruidos y unas pisadas próximas.

Ana, todavía jadeante y excitada, se tapaba como podía con la toalla, mientras Renato corría para esconderse. 

Y esa era la primera, la única y la última vez que Ana veía al hombre que la hacía mujer, desvirgándola.

Semanas después, Ana volvía triunfal a España, trayéndose consigo dos medallas de oro, conseguidas por sus dos brillantes ejercicios de barra y pista.

Y, sin saberlo y sin siquiera imaginárselo, también traía consigo, pero en su vientre, una respuesta de la cigüeña, producto inequívoco de la semilla de un amor casual que cambiaría su vida para siempre, por suerte o por desgracia para ella. Pero no es una desgracia la venida a la vida de un bebé, pudiéndose ver como una desgracia por ser Ana una muchachita tan joven, casi una niña, y ya en su vida con una responsabilidad tan grande para su corta edad.



Antonio Chávez López
Sevilla agosto 2017

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