Clientas como aquella no las quiero ni en pintura Era una calurosa tarde de mayo en Sevilla. No entendía bien qué era lo que me estaba pasando. A todas horas tenía ganas de sexo. Deseaba revolcarme con todas las mujeres que pasaban por la acera de mi tienda. Las camareras del bar de copas de la acera enfrente, estaban buenísimas, y ya me imaginaba un buen polvo con alguna o con todas ellas.
Bueno, antes de seguir me presento:
Me llamo Carlos y tengo 27 años, alto de estatura, corrientito de cara y cuerpo, y soy el propietario de un bazar de objetos diversos, situado en una calle céntrica de mi ciudad. A mi bazar acuden a comprar chicas jóvenes, maduras, casadas, viudas, e incluso abuelas, pero raramente entra un hombre solo
Aquella mañana había poco trabajo, apenas vendíamos. Pero sobre la una, entró una pareja; ella no dijo palabra, pero mi empleado y yo no podíamos dejar de mirarla. Vestía pantalón gris corto ajustado, que se le marcaba un pubis sin pelos. Era evidente que se machacaba en el gimnasio. Tenía pechos grandes, que una gran parte de ellos se salían del escote. Se podía entrever grandes mamelones erguidos. Seguía ella a su bola mirando todo lo que había en mi tienda, mientras mi empleado atendía a su acompañante.
De pronto, sonaba el móvil de su acompañante, que salía a la calle para hablar. La charla parecía acalorada, y se olvidó de su pareja, de lo que iba a comprar y de todo lo que lo rodeaba. Se metió en su coche, y supongo sería para que escuchar mejor a quien le hablaba. Mientras la mujer me tenía ya loco. Comenzó a preguntarme precios de varios artículos, contoneándose provocativa. Se agachó varias veces y se abanicó otras varias, delatando un acaloramiento. Me llamó estando en el pasillo, la parte más oscura y menos visible de mi tienda, y yo iba detrás facilitándole precios.
Empero, en ese momento se agachó de nuevo para coger un artículo que había en la última batea de una de las estanterías, dejándome la deliciosa visión de su redondo culo. Mi cabeza quedó en blanco. Se me paró el tiempo. Solamente pensaba en su culo. Cuando reaccioné, era la sexta vez que me preguntaba.
- Perdone, señora –noté que se percató de que mis mejillas estaban coloradas.
- Ya, ya te veo. ¿Me puedes dar el precio de eso? -señaló, sonriendo.
- Por supuesto, y discúlpeme de nuevo.
Se percato de que podía flirtear abiertamente conmigo, que me tenía babeando y que le iba a causar ningún problema con su acompañante, marido, novio o amante.
- Me interesa, pero quiero que me hagas un descuento.
- Bueno..., tal vez pueda rebajarle... 2 o quizás 3 euros.
Se volvía a agachar para poner el artículo en el lugar que estaba, pero daba un paso atrás, rozando su hermoso culo con mi pene. Solo un roce, pero premeditado quizá, que me causó una erección. Miró mi paquete y sonrió. En ese momento entraba su acompañante a la tienda.
- Vamos. Hay problema en la oficina. Te dejo en el gimnasio y tú regresas a casa en taxi. Llegaré tarde después.
El acompañante se dio la vuelta hacia mí y me dijo:
- Perdone usted las molestias. Ya vendremos otro día. Gracias.
La mujer me preguntó:
- ¿A qué hora cierras?
- A las ocho -respondí.
- No creo que me dé tiempo, pero lo intentaré -respondió.
- Si piensa que puede regresar, puedo esperarla. A mí lo que me interesa es vender.
- En ese caso, haré lo posible por venir caída la tarde. Gracias.
Y yo me quedé con mi erección y sin poder quitar de mi mente su culo.
Y llegó la hora del cierre. Estaba decidido a cerrar a las ocho y cuarto porque no esperaba la visita de la señora. Era lo que solían decir los clientes para quedar bien. Pero con el tiempo me iba acostumbrando a todo.
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Apagué las luces del local, cerré por dentro la puerta de la tienda, y empecé a hacer el arqueo. El bar de copas de enfrente estaba radiante de luz empezándose a llenar de chavales engominados y chavalas sexy.
A esto que oí un sonar de nudillos en la puerta. Salí de la oficina y vi a la mujer que había estado en mi tienda en la mañana, mirando a través del cristal.
Cuando fui a abrir, noté de nuevo que se me ponía tiesa. No sé si fue un acto reflejo o por todo lo que me pasó por la mente en un segundo.
- Si llego un minuto más tarde hubieras cerrado. Menos mal que me dijiste que me ibas a esperar –me dijo, irónicamente.
- Discúlpeme, son las ocho y veinte y ya no la esperaba.
- Ya, ya veo que te habías olvidado de mí.
Me quedé callado, pero mirándola. No podía decirle lo que había pensado de ella.
Sonrió, se giró y se fue a una estantería. Pude ver de nuevo su grandioso culo, perfecto, duro, redondo, respingón: un culo soñado. De nuevo no me di cuenta de que me estaba hablando.
- Discúlpeme…
No respondió, y yo seguía en mi mundo. Ella tenía el cuerpo muy sudado. Seguro que acabaría de salir del gimnasio y aún no se habría duchado.
- Ha tenido un día duro de gimnasio, ¿verdad? -le pregunté, para romper el hielo.
- Estoy cansada y sudada. Ni me duché con tal de llegar a tiempo a comprar un regalo que necesito. O sea, si estoy cansada y sudada es por tu culpa.
Llevaba todo el día caliente y cuando me dijo eso anterior se me puso como roca. Así que yo era el culpable de que estuviese cansada y sudada. Traté de contemporizar.
Se agachó, y otra vez ahí estaba su culo. Y esta vez, un rato agachada eligiendo un regalo, y yo entre mirando el que iba a escoger y sin dejar de mirar su culo.
- ¿Cuál te gusta más? -me preguntó.
- ¿La verdad…? (no podía decir su culo). Los dos -respondí, al fin.
Al hacerme esa pregunta giró la cara, quedando ésta a la altura de mi pecho. Vio mi erección, y en vez de buscar una salida diplomática, decidió, despreocupada, abrir más las piernas, y esto me dio una visión completa de su flor.
- Tengo los músculos agarrotados. Voy a tener que irme a ducharme a mi casa. Necesito sentirme limpia y fresca.
Estaba confuso. No sabía qué hacer ni qué decir. Pero solté esto:
- Yo puedo limpiarla...
- ¿Cómo?
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Se levantó y se giró hacia mí. Sus pezones, duros y marcados y las aureolas sudadas, se podían ver como si no llevase nada nada más puesto.
- ¿Qué…? –contesté, entre asustado y osado-. No sabía si iba a reaccionar mal y me soltaba usted un bofetón -añadí.
- No es mi estilo dar bofetones. Solo me interesa saber lo último que has dicho. Repítemelo -sonó a orden, pero lo repetí:
- Decía que yo puedo limpiarla.
En ese instante tenía el control de la situación, podía hacer conmigo lo que quisiese. Si hubiese querido, hubiera cogido lo que quisiera e irse sin pagar, y yo no la hubiese parado. Pero esa, por lo que pasó más tarde, no era su intención.
- ¿Tiene tu tienda agua caliente, gel suave y esponja fina? -me preguntó.
- Tengo agua caliente y jabón normal, pero esponja ni fina ni gruesa.
- ¿Cómo ibas a limpiarme entonces? Antes de hablar debes pensar.
Sus dos pitones me rozaban. Me puso una mano en la cara y me dijo:
- Eso está muy mal. No admito que atiendas a una señora casada así. Mira cómo está tu pene. ¿Crees que no me he dado cuenta? Has estado mirándome el culo todo el tiempo. ¿Qué crees va a hacer mi marido cuando se lo cuente?
- Yo… yo...yo le pido disculpas -eso fue lo que logré decirle. Me sentía perdido.
- Ya veremos cómo se puede disculpar una actitud como ésta.
- Puede usted llevarse gratis lo que quiera.
- ¡Vaya, y ahora me tratas como a una prostituta! ¡¿Crees que me voy a dejar comprar?!
- No..., no..., no es eso… -estaba nervioso.
Bajó la mano y cuando llegó a mi miembro, lo cogió por encima del pantalón.
- ¡Esto tuyo es el culpable de todo! ¡Los hombres solamente pensáis con é! ¡Mira cómo lo tienes! ¡Quítate el pantalón ahora mismo! -me ordenó de nuevo.
Conociéndome, no sabía porqué me mostraba tan sumiso. Pero, sin pensar en como soy en como estoy, me bajé pantalón y calzoncillos, quedando mi verga al aire, tiesa y dura.
Pero, de pronto, me quité el pantalón y los calzoncillos.
- E imagino que ahora te gustaría que te lo chupe o tú metérmelo en el culo, ¿verdad? Llevas todo el día pensando en esto.
-No se lo puedo negar.
Me cogió el pene de nuevo y con él en la mano lo subía y lo bajaba al ritmo de sus palabras:
- Te recuerdo que soy una señora casada y te exijo me hables con respeto. Y cuando te dirijas a mí, tienes que llamarme de señora. ¡¿De acuerdo?!
- Así lo haré, señora.
- Veo que aprendes rápido. No pensarás en que tus sueños de penetrarme se van a hacer realidad, ¿verdad?
- No señora.
- ¡Quiero ver cómo te masturbas! –me ordenó de nuevo, soltándome el pene.
Lo tenía empalmado, pero agarrotado, por lo que me iba a costar descargar; y si me masturbaba, no me iba a quedar fuerza para metérselo y descargar, al menos dos veces casi seguidas, que era lo que, en realidad, yo quería.
- ¡Cierra los ojos y sigue masturbándote! –seguía ordenándome.
Cerré los ojos y seguí con mi faena. Al poco, me dijo que los abriese. Ya se había quitado el sostén, y sus mamas quedaron libres; eran como las había imaginado: grandes y con pezones duros con circulares aureolas amarronadas, que ella empezó a pellizcarse. Los llevó a mi boca, no permitiéndome que se los mirase y menos aún chupárselos.
- ¿Quieres que siga quitándome más ropa? -me preguntó.
- Me da igual. Usted está al mando.
Me miró con ojos furiosos. Se me olvidó decir “señora”.
“A esta tía puta le va el rollo militar, el sado, o no sé qué leche quiere”, pensé.
- ¡Ponte ahora a cuatro patas y sigue masturbándote! -nueva orden.
Y yo, sin reconocerme a mí mismo, sumiso obedecí sus órdenes.
- ¡Cierra los ojos!
Y los cerré, si ello significaba que seguiría quitándose más ropa.
- Abre los ojos
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Y los abrí, y ahora estaba la puta gachona completamente en pelotas, sentada en el suelo y con las piernas abiertas, a diez centímetros de mi boca. Podía ver su vagina. ¡Joder, tenía una tía hermosa ante mí y no podía aguantar más, así que largué semen como un cerdo!
- ¡Ah… ah…! –gemí repetidamente.
- Ya veo que tú te has dado placer. Pero ahora vas a cumplir con tus deseos; me vas a limpiar todo el cuerpo.
Todavía disfrutando los último compases de de mi corrida, escuché sus palabras. No entendía lo que estaba pasando, y ella vería el asombro en mi cara.
- ¡Me vas a limpiar lamiéndome entera! ¡¿Entendido?!
- Entendido, señora -me fui directo a sus mamas, pero ella me paró en seco.
- No creas que te va a ser tan fácil. No vas a gozar. Vas a tener que trabajar duro. Empieza por mis pies, dedo a dedo.
Me puse a chuparle dedo a dedo; no olían mal ni sabían mal. Auto sometiéndome, pensé:
“¡Voy a gozar, te voy a comer todo, tienes un pedazo de cuerpo y te lo voy a lamer por todos lados, zorra!”.
Fui subiendo la lengua hasta acercarse al sexo, que ahora estaba casi empapado. Disfrutando se le escapaban rugidos. Pero cuando mi lengua se disponía a lamerle el mirto, la tía la apartó y se puso a cuatro patas.
- ¡Sigue en la espalda!
Tenía ante mí un culo de ensueño y no pude resistirme, le puse una mano encima y, para que no protestase derivé mi boca a su espalda, como me había ordenado. Y después bajé a sus nalgas. Mi pene palpitaba. Estaba ansioso por penetrarla. En esa posición podía ver su culo, su sexo, sus nalgas y sus pechos, duros y erectos, y no podía creer que teniendo así a una tía tan despampanante me contenía. Con una lujuria desatada empecé a lamerle las nalgas.
- ¡Así, así, así me gusta! –y pasé de una nalga a otra.
- ¡¿A qué esperas? ¡Límpiame el culo, que también está sudado!
En un principio me daba asco. Lo había hecho con alguna amiga, pero limpia y duchada. Creía que me podía dar fatiga, pero no, sabía a gloria bendita.
- ¡Ah, me gusta cómo me lo haces!
Con más ganas, le metí la lengua en el ano, y vi cómo temblaba entera.
- ¡Dios, sí...! -y encima mezcló el nombre de Dios entre algo obsceno.
Vi que bajó la mano hacia el sexo y se lo masturbaba, mientras seguía mi lengua en el ano. Con la mano le cogí un pezón y lo pellizqué, suave. Ahora sentía que le venía un orgasmo. Ya era incapaz de dar órdenes
- ¡Me voy… me voy...! ¡Ah, ah, ah...!
Y sin dejar de rugir, se tumbó de lado sobre el suelo.
Notaba que mi pene iba a explotar, no podía más. Necesitaba penetrársela, o que me la mamase, y si no tenía más remedio, me haría de nuevo un pajote.
- Déjame recuperarme. Entre el gimnasio y este flete, estoy hecha polvo.
Me quedé a su lado y la acaricié, pero la respuesta a mis caricias fueron inmediatas.
- No creas que esto es amor. Estoy casada y muy enamorada de mi marido, solo satisfago tu deseo de limpiarme. Pero aún no has acabado. ¡Sigue lamiéndome!
Se abrió el sujetador, me cogió del pelo y me puso entre sus melones. Empecé a chupar y mordisquear sus pezones.
- Tu deseo era limpiarme, ¿no? Pues sigue en mi bajo vientre. ¡Y por dentro también!
Y así lo hice; chupé su sexo entre sudores y flujos. No sé lo que habría, pero disfruté de lo lindo. Su mirto tenía un olor a vicio que me embriagaba.
- ¿Te gusta mi vagina? ¡Pues chúpamela por todos lados! ¡Veo que estás cachondo, tienes duro el pene, te va a estallar de un momento a otro! -encima se mofaba de mí.
Empujaba la mano sobre mi cabeza, para que no parase y no pudiese responderle.
- Te gustaría metérmela el culo, ¿verdad? Y que sepas que mi culo es virgen todavía.
Al escuchar sus últimas palabras, que ni me creía su supuesta virginidad, mi miembro era ya un tronco ardiendo.
- ¡Vamos, lameculos, sigue limpiándomelo! ¡Me has vuelto a poner a mil, e igual tengo un nuevo orgasmo!
Empecé de nuevo a frotarme la pene.
-¡No te lo menees! ¡Suéltalo! -volvieron sus órdenes.
Pensé que no quería que me la tocase porque lo quería para ella.
- ¡Ah, sigue que voy a regalarle mis flujos a tu boca! ¡Sigue! ¡Ah!
Le vibraba todo el cuerpo. Se estaba estremeciendo otra vez, y mi pene seguía sin catarla por delante ni tampoco por detrás. Apenas se recuperó, me dijo:
- Además de saber limpiar sexos femeninos, también sabes comértelos.
Se levantó y empezó a vestirse. Y mi pobre verga a dos velas de vagina y de culo.
- Te gustaría que te diese unas lamidas y que me tragase tu semen, ¿verdad?
- Sí señora.
- Por lo visto, has olvidado por segunda vez que yo soy una señora casada. Ponte la ropa y no te toques más. ¡Solo eres un imbécil lameculos!
Me entraron ganas de violarla. No podía creer que me hiciese esto. La hice disfrutar a tope dos veces y ella a mí ninguna.
“¡Esto no es una putada, es una gran putada!”, pensé
“¡Esta tía es la más loca entre las tías más locas, pero más loco estoy yo por obedecer, sin rechistar, sus reiteradas órdenes”, pensé de nuevo.
- Y ahora no te hagas gañolas pesando en mí. Soy una mujer solo para un hombre: mi marido, que está buenísimo. Que te vaya bien con tu tienda, gilipollas. Adiós.
Y dicho eso, abrió la puerta de la tienda, ya que estaba la llave por dentro. Y sin más, se fue por donde había venido. ¡Y sin comprarme nada, y además dejándome caliente perdido!
¡La muy zorra y la muy guarra y la muy egoísta individua, no había vuelto a mi tienda para comprarme el regalo tan urgente que decía! ¡Ni muchísimo menos, regresó para que yo la lamiese entera! Ahora; eso sí, una cosa es innegable, la tía está más buena que el jamón de Jabugo. ¡Buenísima!
Vean, si no, la fotografía que se le cayó o ella dejó caer de su bolso.
Antonio Chávez López
Sevilla mayo 2003