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Un escarceo erótico derivó en el amor de mi vida

antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
editado diciembre 2022 en Erótica


Un escarceo erótico derivó en el amor de mi vida

Los significativos recuerdos de aquella historia dan sentido a mi vida; y ahora, a mis 38 años recién cumplidos y sentado de por vida en una silla de ruedas, dan más sentido aún, si cabe.

Recuerdo que aquel camino se nos hacía eterno. La noche era oscura y amenazante de tormenta, y la brisa se hacía cada vez más áspera. Mis mejillas se estaban poniendo coloradas. Corría tanto que no sentía los pies, tratando de encontrar un rastro de luz en aquel espectacular y a la vez extraño crepúsculo.

Magda estaba cansada. La cogía de la cintura y así sentía su esbelto cuerpo junto al mío, dándole un calorcito especial. Sus suaves labios me besaban el cuello, y una excitante sensación me recorría todo el cuerpo. Sus manos bajaban a mi entrepierna, acompañadas de apasionados besos húmedos de labios carmesí. No podía contenerme, la deseaba tanto…  

- Ya no hay nadie aquí -le decía con la respiración agitada en un silencio solemne.

La besaba apretándola contra mí. Empezaba a desabrochar cada uno de los botones de su blusa, hasta ver sus suaves senos, descubiertos. No dudaba en tocarlos y en acariciar la cima de ellos con las yemas de mis dedos.

Nuestras respiraciones eran a lo fórmula uno. Nos tumbábamos en la húmeda yerba de la noche, y ella seguía besándome, empezando a bajar mi pantalón, pero mi cinturón estaba apretado. Mentalmente maldecía el momento en que me lo había puesto. La ayudaba a desabrochármelo entre un enredo de manos, hasta que, por fin, mi miembro era liberado. Una de sus manos lo cogía. Estaba excitado, dejando escapar un orgasmo, llenándose su mano de mi semen.

Al otro día, acudía al instituto, como era mi obligación. Y allí estaba Curro, mi mejor amigo desde niños, casi mi hermano.

Uno de los alumnos del instituto estaba dibujando un desnudo de mujer. Yo era distinto a él, aunque por lo de anoche se me habrían contagiado sus maneras. Lo que me había ocurrido con Magda no se lo había contado a nadie todavía. No quería hacerlo, pero mi lengua me traicionaba:

- Hola, Juanjo –me dijo Curro, dándome una palmadita en la espalda.
- Hola, Curro.
- Oye, ¿has visto ya a nuestra compañera nueva?
- No… no… -me ruborizaba.

- ¡Venga, chicos, todos a mi clase!

Nos interrumpía la señorita profesora. Nos sentamos en nuestros respectivos pupitres. Aún no había llegado Magda. Quería verla, pero sentía pudor y vergüenza. Curro me miraba sonriendo, a la vez que escribía en un papel, que empujaba hacia mí:

Lenguas viperinas cuentan que ayer te vieron salir del jardín de detrás del instituto a altas horas de la noche acompañado de Magda y ella iba medio vestida. ¡Ya me dirás, querido hermanito!

Cuando lo acaba de leer me ponía rojo como tomate, pero intentaba hacerme el loco; empero, Curro me conocía mejor que nadie. Sacaba su móvil y en él había una fotografía que todo lo delataba.

¡Eres un cabrón paparazzi!

Escribía yo en mismo papel debajo de su texto, pero, sin querer, caía en su juego. Pero seguía escribiendo:

Magda y yo fuimos a regar las flores al taller de Agricultura. Se nos pasó la hora y comenzamos a correr para que no nos viese la directora. En el jardín sucedió todo. Nos besamos. Ella estaba pasada de copas.

Se lo entregaba a hurtadillas, para no ser visto por la profesora. Curro lo recibía, y apenas lo leía estallaba en una carcajada ante todo el alumnado.

- ¿Qué ocurre, Curro? -le preguntaba la profesora.
- Nada, profe -respondía yo, al ver que él no paraba de reírse.
- Juanjo, ¿qué le has dado a Curro por debajo del pupitre?
- Nada, señorita profesora -respondía yo, nuevamente.
- ¡Curro, dame eso! –le dijo, airada, la profesora, percatándose de algo extraño.

Curro me miraba, como preguntándome: “¿se lo doy?” Pero se lo daba, y entonces me percataba de lo que me iba a aguardar una vez el papel en su mano.

- ¡Vamos a ver qué es lo que dice este papelito! -dijo la profesora.
- ¡Qué lo lea en voz alta…! ¡Qué lo lea en voz alta…! -gritaban por duplicado todo el alumnado.
- ¡No, profesora, no por favor! -le dije yo, casi casi suplicando.

La profesora (la señorita Ro) no atendía mis súplicas y no dudaba un segundo en leerlo en voz alta. Carmelo me miraba con cara tonta, como pidiéndome perdón. Yo lo miraba indiferente, pero ruborizado.

Minutos después, nada podía ser peor. Llegaba Magda. Apenas entraba, todo el curso sonreía, y ella sonreía a la vez, pero sin entender la situación. Lisa, su amiga, la esperaba en su asiento y le contaba todo. Entonces Magda agachaba la cabeza. Era incapaz de mirar a nadie, menos a mí.

La clase terminaba y todos salíamos del aula. Ahora nos tocaba en otra aula.  La situación parecía olvidada.

- Hola, hermanito –me decía, de pronto, Curro- Sabía yo que tan angelito no eras, ni tan inocentito tampoco.
- ¡Déjame, que estoy cabreado! ¡La señorita Ro es una hija de…!
- Tranquilízate, hermanito. Esa vieja lo va a pagar caro. ¿Qué edad tiene?
- 37. Al menos eso es lo que ella decía. ¿Pero qué tiene que ver la edad en esto?
- No está nada mal para ser mi próxima víctima. Hace rato que le tengo ganas, y para mí todo es posible. Me he acostado con cuántas he querido, así que una más pasará por mi famoso pene. Pero con esta lo publicaré en todos lados –me dijo con su habitual aire de superioridad, y sonriéndose.
- Definitivamente estás loco -le decía y tocaba su pequeña frente de cabeza hueca, que no tenía más que aserrín.
- Sé que estoy loco, pero ahora vamos a desayunar. ¿No quieres que esa vieja pase la vergüenza de su vida? Como te la hizo pasar a ti -añadía mientras caminábamos hacia el bar.
- Bueno… vale ya… Pero si se puede evitar un escándalo...
- ¡De eso nada, hermanito! Déjalo de mi cuenta -se refregaba las manos.

El bar estaba repleto de estudiantes. Pedíamos lo nuestro, y entre la multitud buscaba la cabeza pelirroja de Magda. Sabía que, aunque estuviese, se escondería de mí, pero yo no quería delatarla, solo hablarle, pedirle perdón por lo ayer, porque empezaba a sentir algo por ella. Curro me mataría si se lo dijese. Me diría: “¿cómo se puede querer a una tía por un solo polvo? Tienes que disfrutar”. Pero este es era criterio. Magda era para mí una delicia: su cuerpo suave, sus curvas perfectas, su pelo pelirrojo, que le tapaba parte de la espalda, su cuello, su boca, sus pechos, esos pechos que habían estado en mis manos. Para mí, Magda era un diamante en bruto, tan frágil que se podía romper con un simple golpe. Nunca antes había tocado yo las tetas alguna muchacha. Una vez lo había intentado con una, pero era tan estrecha que salía corriendo y ya no me hablaba más en toda su vida.

-sigue y termina en página siguiente-


Comentarios

  • antonio chavezantonio chavez Miguel de Cervantes s.XVII
    editado diciembre 2022


    - Juanjo, sentémonos aquí. Aquellas dos preciosas nenas nos están mirando.
    - Querrás decir que te están mirando a ti.
    - Y a ti también. Si no, mira la rubia, no te quita ojo.

    Y era verdad. Cruzamos miradas, y la rubia era muy coqueta. Se acercaban a nuestra mesa; una se sentaba junto a Curro, y la rubia se ponía a mi lado.

    - Hola, ¿cómo estás? -me dijo la rubia.
    - Bien -respondí.
    - Chicas, os invito a algo -soltó Carmelo.
    - ¡Carmelo… Carmelo…! -le miré, preocupado, y él sabía por qué…
    - Vale -respondieron las dos, casi al unísono.

    ¡Y Curro las ha invitado a comer! La última vez que hacía eso tuvimos que quedarnos a fregar platos hasta la una. Y si no era esto, era otra cosa. Y después no tiene dinero ni para el bono semanal del autobús.

    - Y tú, lindo, ¿cómo te llamas? -me preguntó la rubia.
    - Juanjo -respondí.
    - Dónde vais a ir esta noche de viernes. Nosotras dos iremos a nuestra disco favorita, pero no tenemos pareja. ¿Os gustaría acompañarnos? -me preguntó la rubia.
    - ¡Hecho! -contestó, rotundo, Curro.
    - Bueno… yo quizás no pueda –y dije eso porque pensaba en Magda.
    - Como quieras. Invitaremos a otro -dijo la rubia.
    - Espera, espera Quizás no haga falta. Creo que, finalmente, podré ir con ustedes -respondí, pensando que era probable que Magda estuviese enfadada conmigo.
    - Bien, Juanjo, nos veremos aquí mismo -dijo e nuevo la rubia.

    Eran las ocho y media. Las chicas estarían fuera del instituto a las nueve, y Curro y yo estábamos ya en el bar.

    Cuando llegaron, Curro iba delante con ellas dos: Manuela era la rubia, y Alejandra la morena, las dos guapas y apuntaban espectaculares palmitos. Manuela vestía bien, un vestido verde Betis ajustado con un escote semi abierto que dejaba ver el canalillo y el comienzo de unos hermosos pechos.

    Y bailamos y bebimos, y hablamos y reímos. Pero cuando llegó la hora de "la verdad, de algo más” y Curro había empezado, ya. me levanté de mi silla y, sin siquiera despedirme, corrí como loco hacia El Dragón Rojo, que era la discoteca a la que iba Magda los findes


    En la actualidad, Magda es mi esposa y tiene mi misma edad; tenemos dos niños, la tan cacareada parejita. Seguimos enamorados. Ella es una mujer ejemplar: trabajadora, fuera y dentro de la casa, responsable, buena ama de casa y mejor madre. Me ha apoyado siempre en todo lo que hacía falta, y más aún ahora que estoy semi inválido por culpa de un fatídico accidente laboral.


    SLO ESCRITOS NARRATIVOS - Pgina 2 Amores10

    SLO ESCRITOS NARRATIVOS - Pgina 2 Amores10

    Antonio Chávez López
    Sevilla mayo 2002

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